Siempre he querido lucir un bañador sexy, tal vez muchos de ustedes se identifiquen conmigo. No es fácil estar en forma así que cuando tenía 23 años decidí empezar a ejercitarme en el gimnasio, desaparecer la barriga y tornear mis músculos.

Cuando entré por primera vez al cambiador colectivo del gimnasio de mi universidad fue como entrar a otra dimensión, los cuerpos desnudos de hombres jóvenes y maduros se paseaban sin ningún pudor entre los vestidores y las regaderas; penes de todas las formas, colores, largos y grosores. Los había morenos y enormes, velludos y depilados, podías encontrar penes flácidos y algunos semierectos por el morbo del exibicionismo.

Podía ver fuertes torsos, con acentuados músculos, que de reojo observaba para imaginar que los recorría con mis manos y por qué no, mi boca. El vapor que se colaba de las duchas hacía ese lugar húmedo y con aroma a hombre, seguramente habrás percibido el olor que hace que tu miembro reaccione.

Como pude me puse unos pantalones deportivos y una playera holgada para disimular mi estomago prominente.

Al llegar a donde se encontraban los aparatos me encontré con el hombre de mis sueños, un joven de 25 años, con la piel tostada, una playera sin mangas que dejaba ver sus fuertes brazos, pero sobre todo unas axilas velludas que tenían mi total atención.

Estaba de espaldas, así que, a través de la delgada tela de su short pude comprobar que tenía unas fuertes y abultadas nalgas; que delicia era observar esa estampa: un hombre alto de cintura breve, espalda ancha, unas nalgas firmes y piernas como dos columnas de piel lisa y reluciente. Se giró y la visión anterior palidecía con la nueva vista.

Un rostro sonriente de mirada brillante, un bulto entre sus piernas que se balanceaba a cada paso que daba. Con la mano extendida me ofreció un fuerte apretón que nunca olvidaría y que más adelante me haría sentir el mayor de los placeres.

Desde ese momento Eduardo se convirtió en mi más fuerte motivación para ejercitarme, él se encargó de mi rutina, me motivaba de una manera fuerte y dulce a la vez. Cada vez que se colocaba detrás mío y guíaba mis brazos pasando los suyos a mi alrededor para hacer una flexión podía sentir su miembro rozar mis nalgas, lo sentía acomodarse entre ellas en búsqueda de la entrada a mi cuerpo.

Pensaba que era mi deseo el que me hacía imaginar eso pero pronto descubriría que no. Una tarde en la que estaba a punto de cerrar el gimnasio noté a través del reflejo de un espejo que se acariciaba mientras me miraba, atónito e incrédulo miré como lentamente metía su mano debajo de su short y me miraba ahora con una media sonrisa.

Mi pene reaccionó de inmediato, pero junto con ello la duda… ¿realmente me veía a mí? Giré la cabeza en búsqueda de alguien pero el lugar estaba vacío; éramos solo él y yo.

Al verse descubierto fue más explícito, se frotaba el pene y movía la cadera de forma tan sugerente, que mi pene comenzó a babear, literalmente fluido preseminal escurría de mi glande como una fuente de deseo.

Lentamente se bajó el short y se sacó la playera de un tirón que le despeinó su negra cabellera. Como hipnotizado por sus movimientos caminé hacia él, como en un sueño, como si no fuera yo mismo.

Apenas llegué a donde el estaba, acercó sus labios a mi oído y me dijo jadeante «te voy a cojer, sé que te gusto, me encantas y hoy serás todo mío». Él sabía que me moría por ser suyo, que solo deseaba su potencia sobre mí.

Fue así como sus manos me apretaron las nalgas y pude sentir una vez más ese agarre fuerte y dominante. Su pene se clavaba junto al mío, yo casi ya no tenía la barriga que me acomplejaba, pero aún estaba ahí, nada me importó porque cada vez que sus manos recorrían mi cuerpo me hacía vibrar, castañear los dientes por el deseo. No sé cuanto tiempo estuvo besándome mientras me comprimía el cuerpo con sus brazos y manos…

Recobré la conciencia cuando me puse de rodillas frente a su pene y comencé a chuparlo de arriba a abajo, con mi lengua envolvia su glande y con mis manos frotaba su eje… estaba en mi paraíso.

Él jalaba mi cabello suave y luego firmemente hasta que me dijo «te voy a dar por el culo ya mismo». Yo lo mire fijamente, el buscó su short y de su bolsillo sacó un cordón, ¿Venía preparado? Sabía que podría poseerme con solo decirlo. Creo que sí, porque lo siguiente que sentí fue sus dedos masajenado mis labios sacando saliva de mi misma boca.

Me quitó la ropa tan rápido que no lo recuerdo. Fue entonces cuando de un movimiento me giró y ahí estaba yo, con el culo hacia arriba a su merced. Me insertó un dedo, luego dos, hasta que tuvo tres dedos dentro de mi, haciendo espacio para su pene que sería mío esa y muchas veces más.

Lentamente retiró sus dedos, se colocó el condón y comenzó a empujar su grueso pene sobre mi ano palpitante. No tardó mucho en entrar, yo lo deseaba, movía mi cadera a su ritmo y podía verme en los espejos del gimnasio ahí, siendo poseído por el hombre de mis sueños.

Su potencia era una mezcla de fuerza y ritmo que golpeaba mi próstata de forma deliciosa. Yo gemía, él bramaba. Ambos sudábamos y nos retorcíamos de placer. Comencé a sentir electricidad que nacía de mis entrañas y que terminó en mi pene explotando un chorro de semen.

Eyaculaba sin tocarme, él me hacía llegar al orgasmo mientras me poseía… eso fue un detonante para él, comenzó a penetrarme más fuerte. Eyaculó mientras con sus manos me apretó las nalgas tan fuerte que me marcó sus dedos. De un grito seco embistió fuerte que me hizo temblar.

Sentí como sacaba su pene para retirarse el condón. Me levantó suavemente y me beso dulcemente, había pasado de la brutalidad a la dulzura. Esa fue nuestra primera cogida, no la mejor, ni la última, la primera de muchas más.

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