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Mis experiencias como canguro (niñero)

Estaba en pleno proceso de divorcio y mis días estaban hechos una locura. Justo por eso se me ocurrió ir a ver a mi vecino, un joven de 20 años muy amable, atento y definitivamente muy pero muy guapo. 

Jorgito, como siempre le llamé, tiene el pelo negro, ojos negros y tez blanca. Digamos que es casi de mi estatura, 180 cm y deslumbran sus nalgas que resaltan más que cualquier otra parte de su cuerpo. Estaba yo seguro que él sabía muy bien lo que traía, porque las lucía más de lo normal.

Bueno yo del trabajo me iba de 7 o 8 de la mañana y terminaba regresando alrededor de las 9 o 10 de la noche. Trabajaba mucho pero me pagan bastante bien como ingeniero de procesos, así que priorizaba mucho el tema de trabajar.

Ahora lo entiendo mejor y creo que fue también mi exceso de trabajo una gran parte de tantas peleas con mi ex mujer. En fin que a este mucho, a Jorgito, lo contacté y básicamente era ayudarme con mis hijos los días que se quedaran en mi casa, que gracias al buen acuerdo con mi mujer, era desde el viernes y hasta el domingo.

Por ello Jorgito debía ir por los niños al colegio, llevarlos a mi casa y ver qué la cocinera les diera de comer, ayudarles con la tarea y esperar que yo llegara. Era un trabajo sencillo.

Lo contraté porque ese año no estaba estudiando así que tenía tiempo de sobra. Siempre vestía él de pantalón de vestir y camisa muy formal, lo cual me permitía ver su trasero al moverse por la casa. Se le notaba tan marcado y esponjoso que me comenzaba a hacer dudar de mi supuesta heterosexualidad.

Luego de varias semanas, en una ocasión en particular que mis hijos llegaron desde el jueves, le pedí que se quedará para que al día siguiente llevara a mis hijos a las 7 de la mañana a la escuela. 

Justo un jueves que se quedó se puso una pijama muy sexy que por lo delgada que era, se le metía entre las nalgas mientras él se movía. Era descomunal aquél par de nalgas que conforme caminaba se le movían de un lado a otro.

Esa noche me decidí y luego que los niños se durmieron le dije que me acompañara a cenar a la terraza que daba al patio, solo los dos y algo sencillo. Ahí estuvimos hablando de muchas cosas, de su colegio, de cuándo regresaría a estudiar, de por qué se había salido. Él me preguntó por mi esposa, el por qué del divorcio y poco a poco hice que fuera acercándose al tema sexual.

Mientras hablábamos le di unas cervezas, algo ligero pero funcional. Luego puse música como de fondo pero él por lo ebrio empezó a bailar. Lo hacía tan inocente y torpe que no pude contenerme a unirme a él y bailamos juntos.

Convenientemente yo estaba detrás de él por lo que terminó recargando su trasero en mi bragueta la cual abultaba a mi miembro que quería salir lo antes posible. Me dolía de lo excitado que estaba mientras mi pene seguía creciendo y creciendo apretado aún bajo mi pantalón de mezclilla.

Finalmente decidí que entráramos a mi cuarto, cerré el ventanal que daba a la terraza, apagué la luz principal dejando solo la de una lámpara y la que entraba del patio y  lo jale para tenerlo más cerca de mi.

Ahí pude besarlo a mi entero gusto. Con mis manos ásperas por mi edad (tengo 46) recorría su lampiño cuerpo el cual reaccionaba a mis movimientos pues podía sentir cómo su vello se erizaba cuando mis dedos danzaban por su cuello, sus orejas, su espalda.

Fue cuando llegué a su espalda que pude agarrarlo de las nalgas con la energía y fuerza suficiente como para que Jorgito lanzara su primer gemido, quedito, pero el primero de muchos. Tenía él los ojos cerrados y la cabeza echada para atrás mientras yo pellizcaba sus nalgas. Las caricias habían acabado, ahora estaba poseyendo esas nalgas con mis manos. 

Las apretaba, las nalguear, las masajeaba con fuerza, vamos que hacía lo que yo quería con ese par de musculos.

Entonces lo giré y quedaron sus nalgas frente a mi. Eran enormes cuando me agache para tenerlas frente a mi nariz. Deslicé su pijama y salieron relucientes de lo blanco que es, lampiñas en su totalidad, terzas. Súper antojables.

Entonces abrí sus nalgas y empecé con un beso negro en el que me prolongué por un buen rato. Sabía delicioso su cuerpo, no lo podía dejar de succionar, en ese momento mi vida entera giraba en torno a aquel orto lampiño que me comía en una combinación de besos, lenguetazos y mordiscos.

Cuando lo dejé totalmente ensalivado y le arranqué muchos más gemidos, cada vez más altos en volumen que el anterior, me acosté en el suelo de mi recámara, sobre una alfombra que tengo al pie de mi cama, y le ofrecí mi verga que estaba con sus diecisiete centímetros ya al aire luego de haber sido liberada de mis jeans.

Él estaba profundamente caliente, lo podía notar en su cara, y aunque no nos hablamos mucho, de hecho prácticamente estuvimos en silencio todo el rato, él entendió perfecta la sacudida que le di a mi verga como una invitación a que se montara y la hiciera suya en su totalidad.

Se acercó y con su gran trasero se fue comiendo mi verga dándose ricos sentones de glúteos que rebotaban en mi pelvis. Luego se se puso de rodillas se hacia de adelante y hacia atrás y fue en esa posición que terminó por motivarme y le aventé dentro de su culo mis chorros de leche. Luego de ahí solo dijo “qué pena”, tomó sus cosas y salió de mi cuarto. No lo seguí, no lo necesitaba, esa noche estaba yo satisfecho y con eso tenía.

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