Es increíble el tiempo que puede transcurrir a veces para que podamos lograr nuestros deseos; incluso aquellos que creíamos imposibles… Esto lo digo, basado en mi propia experiencia que relato a continuación.

Desde mi adolescencia, ya consciente de mi especial atracción por los hombres maduros y de aspecto viril; mi vista no pudo evitar ser capturada por la imagen de aquel hombre de la panadería cercana al lugar donde recién me había mudado.

Era un portugués de contextura fuerte, gruesos bigotes y barba espesa, con una pronunciada barriga cubierta de pelo hasta el pecho que sobresalía por la abertura de su camisa, además de unos grandes y rústicos brazos que se cubrían de un negro y ensortijado pelo hasta los hombros.

Era apetecible en todo el sentido de la palabra, por lo que procuraba ir a menudo a ese lugar para poder contemplar aquella maravilla e imaginarme como sería el resto de su cuerpo; por supuesto, tratando de disimular mi mirada para no despertar ningún tipo de sospecha que me delatara; pues para mí era imposible creer que aquel hombre con ese aspecto tan masculino y además casado pudiera hacer realidad las fantasías que luego tenía a solas en el baño, al masturbarme pensando en él.

Por mucho tiempo estuve admirándolo en silencio, y creo que nunca notó mi presencia. Luego me fui a la universidad en otra ciudad y, en cierto modo; la distancia ayudó a enfriar un poco ese fuego interno que sentía solo de verlo.

El tiempo pasó y por esas cosas inexplicables del destino, luego de casi dieciocho años, me encontraba caminado por un centro comercial sin la menor idea que ese día volvería a verlo, pero esta vez aun más groseramente perfecto pues se habían agregado aquellos tonos plateados que producían las canas en sus sienes, pecho y barba. Era más maduro, más interesante.

Lo vi entrar al baño, y obviamente no iba a desperdiciar la oportunidad de seguirlo para al menos por primera vez tener la posibilidad de admirar su pene, sin sospechar que al situarme a su lado y mirarlo, encontraría la misma respuesta en su mirada.

Vi como me miró con el mismo deseo que yo sentía por estar con él y ante esta reacción comencé a acariciar mi pene, que estaba algo humedecido con semen que se escapaba. El sensualmente saboreó sus labios con la lengua, me guiñó un ojo y sin decir nada salió. Traté de seguirlo pero al salir estaba con su esposa y claro que entendí su prisa.

Ya esto había encendido nuevamente una chispa, y mi paciencia sólo me permitió esperar un par de días, pues sabiendo donde encontrarlo fui hacia la panadería y allí estaba. Al verlo no supe que decir, me comían los nervios, pero noté un aire de agrado en su mirada y eso me animó a acercarme y saludarlo.

Le busqué conversación haciendo parecer una mera casualidad mi presencia allí y luego él me invitó a tomar un café que nos llevó a una larga conversación haciéndonos perder la noción del tiempo hasta ser ya la hora de cerrar. No me quería marchar y parecía que él deseaba lo mismo, por lo que no mostré ninguna intención de irme. Todos los empleados se marcharon y estuve allí hasta que cerró las puertas y me dijo que lo acompañara mientras cerraba la caja.

Fuimos a la parte interna y no podía creer que estaba sucediendo lo que desde hacía tantos años había deseado. ¡Era perfecto!. No pude aguantar más y venciendo el miedo que sentía comencé a acariciar aquella alfombra de pelos gruesos y ensortijados que brotaban de su pecho.

Desabroché sus botones y con gran fuerza me tomó con sus grandes manos y comenzamos a besarnos, sentía su lengua penetrar en mi boca y nos mordíamos los labios mutuamente con verdadera pasión. Metió sus manos en mi camisa y apretaba mis pechos mientras besaba mi cuello y mordía mis orejas. No tardó en despojarse de su camisa y el resto de su ropa, a lo que yo respondí de igual manera.

Estábamos allí los dos desnudos, cuerpo a cuerpo… abrazados… sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. Comencé a bajar y lamer sus grandes y rojos pezones erectos, luego su barriga y después de rodillas veía a aquel macho imponerse delante de mí, y comencé a mamar sus grandes y rosadas bolas hasta llegar a aquel descomunal güevo con una esponjosa cabeza que comencé a mamar y lamer como si fuese el helado más exquisito del mundo.

Me tomó nuevamente por los brazos, pero esta vez para acostarme en el suelo y comenzar él a mamar mi güevo. Me lo mamó y sentí que con la punta tocaba su garganta y de allí pasó a las bolas y luego levantó mis piernas y comenzó a meter su lengua dentro de mi ano. Sentía que iba a explotar y más al palpar aquella barba y bigotes allí raspándome y pinchándome el culo y las nalgas.


Casi no podía aguantar y le pedí que me cogiera, que necesitaba sentir ese grueso güevo dentro de mí. Así fue.

En esa posición como un pollito en brasas, se mojó un dedo con saliva y me lo introdujo por el ano. Luego metió dos y moviéndolos dentro me estaba haciendo casi delirar.

Después tres mostrándome así su experiencia para dilatar mi ano. Abrió mis piernas y colocando la punta de su pene en la puerta dio un solo empujón y lo metió casi de golpe. Sentí que me había matado… pero si era así; ¡que forma tan sabrosa de morir!… Comenzó a bombear y bombear mientras yo gemía de placer y sentía aquel monstruo dentro de mí. Tanto fue el placer de su impacto con mi próstata que me hizo acabar con su güevo adentro. Fue indescriptible.

Luego se sentó sobre mi güevo bañado de leche y masajeaba su culo mientras yo lo masturbaba. Casi de inmediato comenzó a gritar de una forma descomunal brotando un chorro de leche a borbotones que me bañó hasta la cara y me hizo saborear su semen. Se echó sobre mí y nos abrazamos por un largo rato en medio de besos y caricias.

Así estuvimos por más de media hora y nuevamente comenzó a despertar mi excitación poniendo sus dedos en mi culo, luego masajeando mis bolas y después mi güevo que después de estar erecto se metió en su boca y comenzó a succionar con locura.

Allí me dijo: «Ahora es tu turno, quiero que me cojas tú». Entonces se sentó de golpe sobre mi güevo metiéndoselo completo para después comenzar a cabalgar sobre mí. Mientras él subía y bajaba, nos besábamos y yo apretaba sus pechos y enredaba mis manos en esa alfombra de pelos.

Agarraba sus nalgas y apretaba todo su cuerpo. Sentí que con fuerza apretó mis pechos mientras comenzaba a gritar al mismo tiempo que se venía por segunda vez sobre mi pecho y cara y sentía como su ano contraía y apretaba mi güevo que no pudo aguantar más y llenó de leche todo su culo.

Sintiendo que se me saldría el corazón lo abracé y el se echó con todo su peso sobre mi pecho.

Ahora se había hecho realidad aquel sueño que unos años atrás era un imposible

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