Me dolía mucho, me concentraba en poder sentir, en gozar, en disfrutar lo que yo había provocado en dos hombres apenas. Antes reía orgulloso de mi vergota, ahora tenía qué soportar las enbestidas de un igual.
El moreno se movía muy bien, me tenía abrazado y apretaba mi estómago, mi pubis, mordía mi oreja, me susurraba cochinadas. Yo aguantaba, hasta que pasó el dolor. «Ay cabrón, qué rico, no mames, ¡qué rico!, qué rico…» Tirados de ladito en el pasto completamente desnudos, mi piel toda se había sensibilizado…
¡Asptm!, qué bien se sentía, su pene se deslizaba ahora hasta adentro, podía sentir su glande cómo punzaba en mi ano y este facilote se dejaba hacer, yo me tocaba, me salían orines. ¡No!, no eran orines, era otra cosa. Padre santo, por qué sentía tan rico, pensaba. Estaba relajado y concentrado. Me tenían bien ensartado. No podía creerlo, me estaban rompiendo el culo y con qué cosa.
Antes. El chico llegó al último semestre de mi prepa proveniente de Tabasco. Moreno, chino, labio grueso, delgago, atlético. Rápido le entró al fut, saliendo de la escuela al río, a cotorrear al parque en las tardes. En fín, cayó bien. No habia pasado una semana y ya estaba integrado. De repente empezó a llegar a mi casa, todas las tardes ahí hacíamos tarea, echábamos tiros de basket; se quedaba a comer, a cenar. Se iba bien tarde. Conocí a sus papás, también de genes afro.
Un fin de semana, me dice: «traigo una porno, la veamos». «Chale, pero es que ¿todos quieren que me los coja?» Pensé… Orale pues le dije, a ver, cuál es. Se llamaba la película: «sueños de chocolate». Qué nombre tan original para sexo hetero. La pusimos, obvio nos calentamos.
Me dice sin voltear, «¿es cierto que eres gay?», sin voltear también, le respondí que simón… Cuando reaccioné nos estábamos besando, su boca tenía el sabor del espaguetti que acabámos de comer. Al primer segundo me di cuenta que este mañoso tenía experiencia, su bocota me absorbia, me comía, su lengua se metía y se enredaba en la mía, chupaba mi lengua, lamía mi delgadito bigote. Sus manos me acariciaban por todos lados, me apretaban las nalgas, la espalda, me sobaban la verga. Asumecha.
Uff, me retiré, «espérate wey, nos pueden escuchar» y el muy ladino me dijo: «pero si a esta hora siempre nos quedamos solos».
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Ah ¿creía que yo era una chica fácil?, pues sí. Me quitó la ropa, yo acostumbrado a que se sorprendieran con mi miembro me dejaba hacer, esperando a que llegara esa expresión de sorpresa que tanto me ha encantado en mi vida.
Cuando me tuvo desnudo en el piso se levantó y de pie se quitó la playera, los tenis, el short. Yo viendo, cuando ¡zaz! Sale tremendo animal. Sí. Lo sé, era predecible que la tuviera grande, según el cliché de ser de esa raza. Pero entiendan a un chico de escasos 17 años que había sido sólo activo, que acostumbrado a que todos se fueran como becerros a su entrepierna, ahora veía a ese flaco como un gigante de ébano, como Coloso de Rodas, de pie, con ese mastil, largo, grueso, brillante.
Me paralicé. Se acostó. Tomó mi pene y dijo algo como de que era cierto o algo así. Me la comió. Mientras hacia eso, me sentía intimidado, la verdad me sentía ofendido en mi ego. Pues tenía qué probar. «Trae para acá esa cosa»… Salado, un poco agrio, pero suave, el prepucio algo flojo, color moradito de la punta, los vellos tiesos como pequeños alambres.
Pues, no estaba tan mal. Nos aventamos un rico 69. Me gustó, chupar eso fue algo diferente. Medía lo mismo que la mía pero de color oscuro. Se sentía bonito en mi boca, soltaba líquido. Nos venimos al mismo tiempo, pujando, diciendo porquerías. Estaba ante un versátil… En la noche, después de bañarme y de que él se fue me acosté.
Me toqué la cola. Me acaricié las nalgas. Me tapé rápido riéndome de nervios. Había llegado el momento de darlas… Continuará!
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