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Cuando era más joven visitaba yo muy seguido una sala de cine común y corriente de mi ciudad. 

Era muy fácil encontrar un «ligue» si esa fuera la intención de visitar el lugar. Una pequeña pared separaba la luneta preferente de la parte alta de la sala. En el corredor intermedio, muchos hombres permanecían de pie «viendo» el filme. 

Los servicios sanitarios se encontraban al frente de la sala, al costado derecho de la pantalla donde se proyectaba la película, rara la distribución, pero real. Fácilmente desde una butaca o desde el corredor se veía el desfile de individuos hacia el baño.

Yo algunas veces fui a ese anexo y no me sorprendía ver tipos parados frente a los urinales luciendo sus vergas de todos colores, tamaños y por qué no decirlo, sabores. Algunos se ocultaban a medias en los apartados y otros les seguían y se escuchaba el ruido inconfundible de chupeteos de labios sobre las cabezas de las vergas ávidas de derramar su caliente leche. 

Justo en una de esas ocasiones, estaba yo orinando cuando a mi izquierda, un tipo muy interesante, bien vestido, muy atractivo y con aroma de fragancia cara me observa de reojo, luego más directamente… su mirada se clavaba en mi verga que, ante la idea de que le gusté se puso bien dura…

Me mide algunos 18 o 19 cm. y es muy gruesa, a veces es mi problema porque no siempre me la aceptan en un culo, sobre todo si éste es virgen, porque la cabeza sobresale notablemente. El tipo estaba extasiado, pero sentí que ya había permanecido en el lugar más tiempo del ordinariamente empleado, por lo que sacudí una o dos gotas de orina que bailoteaban en el hoyo de mi glande y guardé mi instrumento. No quise sentarme, estaba excitado y fui a pararme en el corredor.

Unos segundos después llegó mi admirador y se colocó a mi derecha, observaba su reloj ante el relampagueo de la proyección, volvía su vista a la pantalla, de pronto se volvía hacia mi paquete y lentamente fue acercando su mano a mi entrepierna y me dio un apretón en los huevos. 

Me puse más caliente, sobó suavemente y luego muy fuerte mi verga que ya pedía a gritos salir de su encierro y me preguntó si esperaría hasta el final de la función.

No contesté su pregunta, al contrario le respondí con otra: «¿Me vas a invitar a algún lado?» Me dijo: «Más cerca y más pronto de lo que te imaginas, pero antes dime a qué te dedicas» 

Me extrañó su comentario, sin embargo le dije mi ocupación y profesión y a mi vez le pregunté: ¿»Y tú a qué te dedicas? Su respuesta me dejó helado: Sacó de su bolsillo algo metálico que hizo ruido en el momento que me tocaba la muñeca y me dijo: «Soy cuidador de cuidadores de cines». 

Obvio, pensé que eran unas esposas, mi piel se enchivó de inmediatamente, las piernas me temblaron, se acercó a mí y me dijo: «No chingón… le saqué un sustito, pero no temas, ven conmigo.

No quise resistirme, por si acaso le seguí y abrió con toda confianza una puerta del lobby. Resulta que el cabrón era el gerende de esos cines, un homosexual declarado, auto aceptado y dispuesto a disfrutar muchos rounds de sexo.

Fue entonces que me dijo que le había encantado mi verga, que pronto terminaría la función y él se quedaría a revisar unos papeles, que no había problema si me quedaba acompañándolo, incluso, me dijo que si quería fuera a darme una vuelta por los sanitarios y que si me gustaba algún cabrón se lo señalara luego y él lo obligaría a estar con nosotros cogiendo en grupo. Por supuesto que no lo hice, no me podía confiar.

Terminó la función, el público salió, le entregaron informe del día, guardó en la caja fuerte los comprobantes, despidió a los empleados y salió a cerrar la puerta principal. Regresó, me ofreció una lata de cerveza, abrió otra para él, se me abalanzó a besarme, combinamos la cerveza en un mismo trago compartido entre nuestras bocas, me bajó el cierre, sacó mi verga y me dio una mamada fabulosa.

Me dijo que él tenía también algo para mí… Abrió su pantalón y su verga, corta, quizá unos 14 cm, muy gruesa asomó. No estaba circuncidado como yo y su glande quedó al descubierto. Nos fuimos a un sofá, iniciamos un delicioso 69.

Ya que comprobó que no quedaba nadie más en el cine, se paró y puso seguro a la puerta de su oficina, nos desnudamos y seguimos con la mamada mutua solo com preámbulo para dejar bien ensalivada mi verga y acabé ensartándolo.

Su culo se abría deliciosamente ante las embestidas de la cabezota de mi verga,  realmente lo estábamos disfrutando.

Entonces oímos que alguien estaba tratando de abrir la puerta, y al encontrarla cerrada escuché que de fuera decían “Miguel, ábreme, soy yo”.

Yo de inmediato me paré y comencé a vestirme, supuse que algún trabajador había vuelto para ver algo con Miguel. Cual fue mi sorpresa cuando noté que Miguel, así en bolas como estaba, se diriigió a la peurta y la abrió con tal naturalidad. “Oye cabrón”, alcancé a gritar cuando me di cuenta, pero antes de terminar la frase ya estaba entrando otro tipo, como de 52 años, peludo, blanco y gordo.

“Cabrón, qué buena cena me conseguiste…” le dijo el gordo a Miguel. 

“Ya ve, Señor, yo nunca fallo. Mira (me dijo), él es el señor González, el dueño del cine”. Y mientras decía eso el señor se comenzó a quitar la ropa. Tenía una panza como de cerveza que le cubría casi todo su pene, el cual era muy chiquito, muy rosa y sin pelos, pero dudo que sobrepasara los 11 centímetros.

“Quiere que te lo cojas” me dijo Miguel mientras cerraba la puerta. “No mames, no quiero” le dije a ambos, mientras seguía vistiéndome. “Si no lo haces, mi guarura te va a partir la madre cuando intentes salir del cine” me dijo el señor.

Lógico, un wey dueño de un cine debe de tener para pagar un guarro. No quiero cansar el cuento, así que mientras Miguel me comenzaba a besar, el señor comenzó a mamarme la verga, lo hacía bastante bien.

Luego decidió voltearse, y me sentó en una silla, y mientras mi verga apuntaba al techo, el señor comenzó a ensartarse. No sé como logré mantener mi erección, pues no estaba disfrutando en nada el show. El señor estaba gordo, gemía feo, como si se ahogara, y su espalda estaba llena de pelos.

Afortunadamente, mientras él se montaba en mi verga, Miguel me arrimó la suya (que como ya dije no era muy grande) y el mamarla fue lo único que hizo que aquella experiencia fuera menos desagradable.

El señor terminó muy rápido, obviamente no me esperó a yo terminar, ni mucho menos le pedí que lo hiciera. Apenas aventó su esperma yo me paré me vestí y salí de la oficina, mientras oía que el señor decía “ni una palabra de esto a nadie, pinche maricón”.

Salí buscando al supuesto guarro, que por cierto, NO EXISTÍA. Me enojé tanto… pero aún así nunca quise volver al cine.

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