Era un sábado lluvioso, habíamos quedado con él en encontrarnos en un bar pequeño al que solíamos concurrir a nuestras citas. Me palpitaba el corazón y mis deseos se hacían poco a poco más intensos. Deseo de tenerlo frente a mí, desnudo y deleitarme con su cuerpo. Llegamos puntualmente, compartimos un cafè y nos dirigimos al albergue. Apenas traspasé la puerta le pedí un beso. Me apretó con fuerza contra su pecho y llenándome la boca con su lengua me sostenía la cabeza para que no me despegara.

Sobre mi estómago sentia su bulto caliente. Deslicé una mano y llegué a tocarlo, entonces creció rapidamente hasta el máximo. Me pidió que lo sacara de su bóxer, lo liberé y apenas estuvo en mi mano me agaché para besarlo y recorrerlo con mi lengua en todo su largo. Mi novio me tocaba el cabello y gemía al punto que llegué a pensar que se venía y para evitar que aquello ocurriera tan rápido lo dejé libre y comencé a desvestirlo, sacándole la camisa, le besé el pecho, luego terminé por quitarle el pantalón y el bóxer. Se tendió en la cama dejándome ver sus huevos rosados e hinchados.

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Ya completamente sin ropa me incliné sobre su cuerpo y fuí succionando su glande hasta donde pude, apenas entró la mitad de su verga en mi boca y acomodé el cuerpo para dejar mi cola cerca de sus manos, era casi un 69 que él aprovechó la ocasiòn para tocarmela y deslizar un dedo por la rajita y hacer presión sobre el esfinter. ¡Qué delicia! que hermosa sensación, de sentirse deseado y acariciado.

Tomándome de los gluteos con ambas manos aproximó mi cola a su boca y sentí su respiración y su lengua deslizarse caliente lubricandome el ano. Su falo estaba durísimo y a punto. «Quiero ponértelo» me dijo. Hacía largos minutos que yo esperaba esas palabras así que me reincorporé y lugo me acomodé en cuatro sobre la cama con una almohada bajo mi vientre para mantener la cola levantada y aguantar sus estocadas.

Se acomodó por detrás y apoyando el glande brillante y duro hizo presión hasta lograr introducir la cabezota. El culo me latía, parecía que iba a partirse. «Espera, no empujes» le pedí, para darme tiempo a que se dilatara un poquito… Dos o tres minutos después continuó empujando hasta mandarla toda, parecía que me llegaba al estómago. Y comenzó a meterla y sacarla casi por completo, ahora sí con facilidad.

Los dos gemíamos cada vez con más intensidad. El bombeo se hizo violento y sus manos me estrujaban los glúteos. Tuvo un espasmo violento y se vino a chorros dentro de mi ano, en ese mismo instante comence a terminar yo y el esfinter se me contraia involuntariamente dándole mucho placer a él y yo tambien sentí la delicia de mis espasmos. Mi ano queriendo cerrarse y encontrando la resistencia de esa verga aún casi rígida en mi interior. Esa es la sensación de la que quería contarles y compartír.

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