Llevaba meses sin echar un polvo, así que mis hormonas estaban híper revolucionadas. Vamos que, como dicen en mi pueblo, estaba más salido que el pico de una plancha.

Era verano, los tíos sin camiseta y en pantalón corto no ayudaban a calmar mis ansias sexuales. Tan sólo las sosegaba frente a la pantalla del ordenador viendo alguna peli porno para pajearme poco después.  En eso pasaba el tiempo durante las vacaciones.

Un día volvía en el coche de un conocido centro comercial cercano a casa cuando vi parado otro coche cerca de un pinar. El conductor se había bajado a echar una meada. Desde la distancia en que le vi, parecía atractivo. Más cuando vestía traje y corbata.

Decidí dar la vuelta y averiguarlo. Paré detrás de su coche y el pavo ya se volvía hacia él mientras se recolocaba el cinturón. Sí, estaba bastante bueno.

-¿Necesitas ayuda?

– No gracias, sólo he parado a mear.

-¿Quieres que te la chupe?, me arriesgué a preguntar.

-Vaya, no te nadas con rodeos, contestó al tiempo que mantenía una sonrisa pícara.

Se fue caminado hacia los árboles cercanos, acto que interpreté como un sí, por lo que me apresuré en seguirle. Se apoyó en un árbol y volvió a bajarse la bragueta. Una polla larga, de unos veinte centímetros, y muy gorda se dejaba ver flácida, entre los pantalones oscuros. Al llegar frente a él me arrodillé y comencé a chupársela sin dilaciones.

Respondió a mi lengua enseguida. Me la metía hasta el fondo, sintiéndola en lo más profundo de mi garganta, la sacaba para centrarme en el glande, gordo y sabroso, aún con restos de orina que lo hacían más apetecible. Mientras gemía cada vez con más intensidad, más aceleraba yo mi ritmo hasta que de su boca sólo salió un largo jadeo que acompañó a las sacudidas de su zona pélvica y los chorros de leche agria y caliente que se resbalaban por mi lengua.

Mientras seguía de camino a casa pensaba en lo fácil que había sido desfogarme de alguna manera con aquél tío buenorro vestido de traje. Me sentía irresistible (y medio puta, por qué no decirlo). Al girar la esquina de mi calle me llamó la atención el traje amarillo fluorescente del barrendero. De espaldas no parecía ser el señor bajito y rechoncho de siempre. Me acercaba e iba afirmando mis sospechas. Se ve que al escuchar el sonido del motor se dio la vuelta. Efectivamente, no era el gordo bigotudo, sino un joven con el pelo rapado, con ojos claros y bastante guapo. Se me quedó mirando, y yo también  le mantuve la mirada. Conducía lo más despacio posible hasta que le vi por el retrovisor, con sus ojos clavados en mi coche.

Aparqué, y sin sacar la compra del maletero, le puse la correa a mi perro y le saqué a dar un paseo en busca del nuevo barrendero.

-Hola, ¿eres nuevo por aquí, no?

-Sí, estoy cubriendo vacaciones en esta zona.

-Pues vaya cambio, espero que te dejen aquí.

-¿Y eso por qué?

-Estás mucho más bueno que el que había antes.

Se echó a reír.

-Salgo en diez minutos.

-Pues vivo ahí, le invité señalándole mi casa con la mano.

-Pues ahora te veo.

Y me vio. Y yo a él. El cuerpo entero: sus ojos azules, sus abdominales perfectas, su culo respingón y duro y su pollón de más de veinte centímetros que me tragué hasta después de que se hubiera corrido en mi boca tras haber penetrado mi ansioso ano.

No, todo lo de arriba no es real. Ni creo que se convierta en realidad nunca. Ni creo tampoco que pudiera relatar una experiencia así echándole sólo imaginación.

Hay muchos que lo hacen porque leo relatos que a mí me parecen inverosímiles. Y les envidio. Doblemente: por un lado les envidio por haber vivido supuestamente experiencias sin complicaciones con tíos de cuerpos perfectos y penes extra largos. Y por otro lado les envidio por saber escribir ese tipo de historias en el caso de que no les haya ocurrido de verdad.

Lo sé, ni soy buen escritor por no tener la suficiente capacidad para echarle imaginación, ni tengo material en forma de historias morbosas para poder adornar con la poca retórica que pueda saber.

Quizá no dejo volar mi imaginación por no creer en ese tipo de encuentros que intentaba relatar líneas arriba. Quizá sean los encuentros perfectos: sexo sin compromisos con adonis como los de las películas.

2. El polvo real.

Llevaba meses sin echar un polvo, así que mis hormonas estaban híper revolucionadas. Vamos que, como dicen en mi pueblo, estaba más salido que el pico de una plancha. Era verano, los tíos sin camiseta y en pantalón corto no ayudaban a calmar mis ansias sexuales. Tan sólo las sosegaba frente a la pantalla del ordenador viendo alguna peli porno para pajearme poco después.  En eso pasaba el tiempo durante las vacaciones.

Un día entré en un chat gay por simple curiosidad. Aquello era un jaleo: tíos vendiéndose, ofreciendo sus culos, buscando pollas…Pero de repente se abrió una ventana en forma de mensaje privado. Se presentó como Manuel, 35 años y de Madrid.

Y no me hizo la típica, pero útil pregunta de “¿qué buscas?”. Yo la verdad es que no buscaba sexo esporádico, no sirvo para eso, pero un momento de calentón como aquél  me llevó a conectarme a aquél chat. 

Nos dimos el Messenger y continuamos hablando por allí. Sabiendo el uno del otro que no buscábamos sexo sin más, decidimos quedar al cabo de unos días. Fue una nubosa tarde de septiembre. Nos vimos en el lago de la Casa de Campo. Los dos muy cortados ni siquiera nos saludamos dándonos la mano o un par de besos. Paseamos, hablamos y nos sentamos en una terraza cercana a su casa a tomar unas cervezas. Se había roto el hielo.

Y helado de frío estaba yo, poco precavido por haberme puesto pantalón corto y sandalias.

-Estás tiritando, exclamó Manuel invitándome a marcharnos.

-No, no te preocupes, estoy bien.

Insistió así que caminamos hacia las dos opciones que nos quedaban para el resto de la noche: ambos para su casa o yo solito hacia mi coche para irme de vuelta a la mía. Y en su portal hizo la pregunta.

-¿Quieres subir a tomar algo?

-No…mejor me voy, dudé un momento. Venga vale.

Y entramos a su casa, ambos muy cortados, sin saber (o quizá sí) lo que ocurriría. Ni siquiera hablamos mucho. Yo me reía porque me hacía gracia la situación y él me preguntaba que de qué. Y “de nada” era siempre mi respuesta. Así que de aquella manera estábamos: como dos adolescentes en una primera cita que no saben qué decir ni hacia dónde tirar. Y ninguno dio el paso y opté por marcharme a casa.

Al día siguiente hablamos por Messenger. Al principio ninguno aludió a la cita. Resultaba exasperante que los dos fuéramos incapaces de hacerlo por una inmadura timidez. Manuel empezó a dejarlas caer, intentando encontrar en mis palabras alguna conclusión sobre el encuentro. Y todo lo que pude decir (que ya es mucho dadas las circunstancias) es que sí, me quedé con ganas de darle un beso. “Eso es todo lo que quería saber” me respondió él.

Y entonces hubo otro encuentro. Esta vez directamente en su casa, sin preámbulos. Aunque esto es un decir porque nos tiramos cerca de dos horas casi sin hablar, de nuevo como niños, a pesar de que los dos queríamos que pasase. Y pasó, aunque curiosamente no sé el momento justo en el que me acerqué a sus labios y le besé. Me respondió y nos fundimos en un largo beso.

Se hizo tarde, y dijo que se iba a la cama. Tampoco recuerdo si me lo pidió o no, pero entré en la habitación con él. Nos metimos en la cama, apagó la luz y continuamos con nuestro beso. No tardé en empalmarme. Al cabo de un rato Manuel quería que más partes de nuestro cuerpo entraran en juego. Y comenzó a tocarme y a buscar con la mano mi paquete.

-Uy, ¿qué hace esta mano ahí?, me preguntó susurrando porque se encontró con mi mano en su búsqueda, impidiendo no sé por qué motivo que lograra alcanzar lo que pretendía alcanzar.

Es verdad, algo de mí no quería que me desnudase. Dichosos complejos…Así que fui yo el que se fue a por su polla. Me tumbé sobre él sin parar de besarle sus carnosos labios. Bajé por el pecho intentando encontrar los pezones. La falta de luz hacía que los buscase más fácilmente palpando con la mano para luego pasar mi lengua.

El gemía y yo continuaba bajando. Ahora por su barriga hasta llegar a los slips. Se los quité e intuí su polla. Al tacto no parecía grande ni gorda. Le chupaba la parte de alrededor y él se reía por las cosquillas, me metía los huevos en la boca a la vez que escuchaba sus gemidos hasta que me introduje su miembro. Efectivamente no era muy grande. Y tampoco sabía del todo bien. No sé describirlo mejor, pero no sabía como otras vergas que me había comido antes ni tampoco el contacto con mi lengua me llegaba a excitar como me hubiese imaginado.

Y tampoco que estuviera inclinada hacia el vientre ayudaba. Así que no, no era ni de lejos una polla perfecta. Y quizá por eso no me detuve mucho tiempo en seguir chupándosela.

Me dio la vuelta para intentar hacer lo mismo conmigo. Pero como antes con la mano, se lo volvía a impedir. “¿Qué pasa?”, me preguntaba casi susurrando en un tono tierno, como queriéndole restar importancia. Pero yo seguía negándome. Y él volvía a preguntar que qué pasaba hasta que le solté mi complejo, se rió y me besó. A pesar de la vergüenza que sentía, aquel momento fue genial.

Y entonces le dejé hacer. Bajó su lengua por mi pecho deteniéndose en los pezones, continuando hasta la pelvis. Se deshizo de mis calzoncillos.

-Pues no es tan pequeña, compadeció.

Y con toda la ternura que permitía la situación me hizo estremecer de placer al metérsela en su boca, al comerme los huevos, al hacerme cosquillas con la lengua, al pajearme con los dientes…Y a pesar de todo eso, cuando su boca volvió a la mía y su mano buscaba mi polla para metérsela en el culo, aquélla falló, se vino abajo. No era capaz de entrar en su agujero. No estaba tan dura como hacía unos minutos. Manuel intentó cambiar de posición, pero tampoco servía. Quería que le follara, pero no fui capaz. Desistió.

-¡Joder tío!, exclamé.

-¿Qué pasa?

-Que lo siento…

-No pasa nada, concluyó.

Y de nuevo un largo beso hasta que decidió que quería dormir. Yo no pude. Me sentía incómodo por la situación. No sabía por qué no se me puso dura. ¿A eso le llaman gatillazo? No sé. Pasaron unos minutos y Manuel notó mi inquietud. Se giró hacia mí y sin mediar palabra nos volvimos a besar. De nuevo buscó mi verga con la mano. Debido al beso me empalmé, pero no lo suficiente porque se la llevó a su culo y esta vez tampoco entró. Resultaba frustrante.

-No te preocupes, dijo.

-¡Jo tío!, es que ni siquiera soy capaz de…

– No te rayes. Piensa que puede ser porque tenga el culo muy cerrado, añadió condescendiente.

A la mañana siguiente nos despedimos con un beso. Seguimos hablando, así que no era mala señal para que se produjera un tercer encuentro. De la misma manera: de noche, en su casa, con poca conversación hasta que después de un rato nos besamos. Y la misma escena hacia su dormitorio. Más besos sobre la cama, te toco, tú me tocas, te la chupo, me la chupas, pero…ni yo te la meto ni tú me la metes.

Porque volvimos a intentarlo y de nuevo un fracaso. En una de esas, y sin saber si él querría, intenté meterme yo su polla. Y tampoco funcionó. A la verga de Manuel le ocurría lo mismo. En el momento de la verdad se venía abajo y fue incapaz de penetrar en mi ano.

Así que seguimos jugando con las lenguas. Me chupaba la polla con intensidad, casi con prisas. Hubo un momento en el que estuve a punto de correrme y le aparté para dedicarme yo a la suya. La tuve bastante tiempo dentro de mi boca, lamiendo de arriba abajo, con la clara intención de que se corriera. Pero no lo hizo.

La verdad es que jamás pensé que diría esto, pero me cansé de comerle la polla. Volvía su turno. Entre mis gemidos escuchaba como la chupaba, cada vez con mayor velocidad, centrándose también en pajearla con la boca para que me corriera. Y casi lo logra.

Intenté apartarle la cara dando a entender que me corría, pero no se quitó queriéndome decir él que se tragaría mi leche, y…falsa alarma: no me corrí. Y él supongo que se aburriría también de mamar, así que lo dejó.

De nuevo se repite la escena. Más besos, le entra el sueño, se dispone a dormir…pero esta vez decido marcharme. Me pregunta el porqué, me invento una escusa y me voy. Frustrado, casi deprimido, ignorante del porqué de lo ocurrido me fui, con una sensación horrible, unas ganas locas de llegar a casa y ducharme. De no pensar en lo que había acontecido.

Tras dos semanas no le he vuelto a ver. No sé si quiero pasar por lo mismo. O no sé si pensar que la próxima será diferente. No hemos hablado de ello. Creo que deberíamos.

Es complicado. No es sexo sin complicaciones. De hecho, ni siquiera sé si llamarlo sexo. Lo único que sé es que me acabo de empalmar pensando de nuevo en nuestros encuentros. Y Manuel no la tiene larga y gorda, ni tiene las abdominales como una tableta de chocolate, ni el pecho firme, ni es rubio de ojos azules…

Si me pasa esto con Manuel, que es más o menos como yo, y hemos visto que nos ocurre lo mismo en la cama, no sé si con un maromo cachas sería capaz de echar un polvo perfecto.

Pero, ¿de verdad existe? Quisiera pensar que sí por los relatos que leo aquí, pero entonces me llevaría a pensar también en que el culpable del polvo imperfecto soy yo, y eso no me gusta. Por lo tanto, esperaré a que suceda. Quizá ponga un anuncio “buco tío perfecto con polla perfecta para polvo perfecto”.

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