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Entre compañeros de trabajo

Esta experiencia la tuve con un compañero de trabajo hace un par de años, se llamaba Juan Carlos, nos conocimos desde el primer día que ingresamos juntos a la empresa. Nos llevamos bien siempre, tuvimos una relación amistosa fuera del trabajo, tanto que incluso íbamos juntos al gimnasio y otras ocasiones quedábamos de acuerdo para salir a correr a un parque cercano.

Ambos teníamos 25, él era un tipo de unos 1.70 de alto, moreno, de complexión delgada pero atlético. Yo había tenido la fortuna de verlo en los vestidores en varias ocasiones, me encantaba su cuerpo, y siempre tuve curiosidad de ver debajo de su ropa interior, ya que se marcaba algo digno de llamar la atención, pero siempre intenté disimularlo ya que no tenía indicios de que le gustaran los hombres.

En una ocasión quedamos de acuerdo para que pasara a su casa para ir a correr por la mañana. Llegué a la hora acordada, toqué la puerta, pero no respondía, intenté llamarlo, pero nada, hasta que unos minutos después, escuché que contestaba desde dentro. ¡Voy! En seguida apareció en la puerta.

Cuando abrió me quedé boquiabierto, estaba solo en bóxer, pero no fue su torso definido lo que me robaba el aliento, ni siquiera la mata de vello púbico que se asomaba sobre el resorte de la única prenda que llevaba, si no la tremenda erección con la que me recibía.

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Me era imposible verlo a la cara, en seguida lo notó. «Me quedé dormido» dijo. Yo le contesté «Amaneciste bien firme» sin apartar la mirada. Él ni siquiera sin inmutó con mi comentario y solo dijo «Es cosa de diario, o a poco ¿A ti no te pasa?» me dijo. «Es solo una verga, me estás poniendo incómodo, ¿O qué, a poco quieres verla?» me dijo ante mi silencio.

No iba a dejar pasar esa oportunidad, y asentí con la mirada mientras sonreía. Se bajó un poco el bóxer y puso ante mi una deliciosa verga de unos 18cm curveada, con el glande reluciente, lista para lo que fuera. ¡Me encantó lo que veía!

Dejando a un lado mi falso recato, le dije «¿Me dejas tocarla?» A lo que simplemente dió un paso adelante para dejar que la tomara con mi mano. No perdí tiempo, en seguida la agarré, pude sentir su calor, su miembro palpitando, me puse de rodillas, saqué del bóxer también su hermoso par de pelotas , me sorprendió y me excitó lo colgadas que las tenía.

Comencé a mamársela, pude percibir como empezaba a lubricar, saboree su precum poniendo la punta de mi lengua en su uretra, la metí tanto como pude en mi boca presionando suavemente con mis dientes mientras él, que obviamente no oponía nada de resistencia, comenzó a mover la cadera simulando la penetración, sus testículos golpeaban mi barbilla, puso una de sus manos en su cintura y con la otra me acariciaba el cabello.

«Qué buen mamador me saliste», me decía mientras me veía mamarle ese hermoso trozo.

Yo continuaba en mi faena, ahí hincado frente a él en el recibidor de su casa; con una mano me masturbaba y con la otra recorría su abdomen, su cadera, su cuerpo blanco y lampiño que tantas veces m había imaginado tocar y que ahora, aunque fuera por unos segundos, era totalmente mío y estaba disfrutando.

Así seguimos disfrutando juntos, hasta que sentí que se tensó aún más y noté como sus velludas nalgas se apretaban, incluso sentí las venas de su verga marcarse aún más, en ese momento explotó eyaculando dentro de mi boca, lanzando un gemido de placer y sus manos me jalaron el cabello como clavándome sus uñas en mi cráneo.

En ese momento me detuve y escupí su semen, me pidió que acabará en él. Se recostó levantando las piernas y poniéndolas sobre mis hombros, seguí masturbándome hasta que lancé uno, dos, tres chorros de semen sobre su pecho, ambos estábamos gimiendo y jadeando sin control, tumbados en el suelo uno junto al otro envueltos en una mirada de complicidad absoluta.

Nos besamos y me invitó a bañarnos juntos. Después de eso, seguimos viéndonos en el trabajo y teniendo encuentros por varios meses.

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