Durante mi estancia en el Hospital de Basurto de Bilbao tuve la suerte de conocer multitud de enfermeras y algún enfermero pero del que voy a hablar hoy es de José Luis, un enfermero al que conocí ya casi a la mitad de mi estancia.

La primera vez que vi a José Luis llevaba dos meses hospitalizado. Aun tenia mis dos piernas escayoladas pero me habían quitado las pesas que las sostenían estiradas.

Estaba echado sobre la cama y ya podía moverme y darme la vuelta. Como hacia calor estaba tapado con una sabana enrollada entre las piernas y extendida hacia arriba hasta mis brazos.

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Era sábado y me pareció extraño que se incorporara al servicio una persona nueva ese día, pues era final de semana y los cambios se hacían los lunes.

Se acercó a mi sonriente y me dijo:

– Soy José Luis- me acarició la cara y añadió- Durante un mes voy a ser tu enfermera nueva. Estoy de prácticas y estaré aquí ese tiempo.

Comprobé después que tenia razón en lo que me había dicho, no sustituía a un enfermero sino a una enfermera de las de verde, pues durante el resto del día le vi haciendo las labores que esta desempeñaba durante la jornada.

Volvió a mi habitación varias veces durante la tarde acompañando al médico en su visita, trayéndome y retirándome la merienda y la cena o colocándolas de forma que las pudiese comer por mi mismo.

Estuvo un rato con otra enfermera charlando al lado de mi cama y durante todas las ocasiones no dejo de mirarme y sonreír.

Yo era un chavalín pero ya noté que en su sonrisa y mirada había algo especial.

José Luis tendría unos 19 años, era muy moreno, no alto para su edad (a mi me parecía que los de 19 años tenían que ser muy altos) poseía un pelo oscuro, liso y caído hacia la frente.

Dos cosas caracterizaban especialmente a José Luis, el gesto de echar el pelo hacia atrás con la mano y una sonrisa permanente en su cara.

Por su voz y entonación vi que era del sur de España, probablemente andaluz (luego supe que era de Cádiz).

Nadie sabe lo mal que se pasa y lo largas que se hacen las horas en un hospital. El primer mes para mi fue terrible, escayoladas las dos piernas y con unas pesas atadas a ellas y al techo con hierros especiales, sin poder mover nada mas que la cabeza y los brazos.

Era tal el miedo a morir que sentí durante ese tiempo que aguanté todo pero hasta el segundo mes no fui consciente de lo que estaba pasando. Entonces es cuando te deprimes, cuando añoras tu casa, tu gente, tu familia.

El primer mes les permitieron permanecer día y noche a mi lado y yo les tuve conmigo todo ese tiempo, pero su presencia no podía evitar que por mi cabeza pasaran pensamientos extraños y terribles.

Ya el segundo las visitas permitidas eran por las mañanas después del paso de los médicos y por la tarde a partir de las cuatro.

En esa etapa de mi hospitalización tuve un tiempo de apatía total, en el que pasaba de todo, no tenía ganas de hablar con nadie y aunque no tenia sueño, permanecía horas con los ojos cerrados para no tener que hablar con nadie. Estaba en este estado cuando conocí a José Luis.

Al día siguiente, que era domingo, me visitó de nuevo pero acompañado de una enfermera, se limitó a mirar mientras esta me lavaba y cambiaba el pijama y las sábanas de la cama. Después de dos meses haciéndote esto otra persona me había acostumbrado y no pasaba las vergüenzas primeras de tal manera que mi pollita estaba quieta aunque la refregaran y secaran.

A los dos días de conocer a José Luis, era un lunes, vino solo (nunca sabré si se lo mandaron así o fue cosa de él). Ya sentí algo especial cuando le vi entrar en mi cuarto dispuesto a hacer la preparación de la cama y mi aseo personal.

Yo tenía un neceser propio en el que había todo lo necesario para mi aseo pero las enfermeras que tenían la labor de lavarnos preferían traer su carrito del hospital en el que tenían todo lo necesario y utilizarlo.

José Luis empezó por coger mi neceser y mirar lo que contenía.

– Prefieres que use todas tus cosas, Valen

– Sí claro

Me quitó la sábana que me cubría (casi nunca usaba manta y a veces como aquel día ni siquiera la colcha blanca) me bajó el pijama y lo que no me había ocurrido con las enfermeras me ocurrió con José Luis, mi polla se enderezó al instante sin ni siquiera haberla tocado.

Sentí un sofoco terrible, sé que estaba totalmente rojo porque mis sienes latían fuertemente y mis carrillos me ardían. Miré a José Luis como suplicando perdón ante mi atrevimiento y comprobé que no solo sonreía sino que estaba riéndose por lo bajo.

Sin decir nada acarició mis genitales con una suavidad que en vez de hacer que mi pene se redujera, se elevó aun más, como un palo plantado en medio de mi cuerpo.

Siguió sin hablar y fue lavándome toda la zona hasta mi culete. Más que lavarme fue una caricia constante con el paso de aquellas toallitas enjabonadas tan suavecitas. Siguió después limpiando el resto del cuerpo y secándolo a la vez y al final, me roció con mi propia colonia.

Antes de dejar terminada la tarea con sus polvos de talco espolvoreó todo mi cuerpo desnudo por delante y por detrás y con su palma de la mano los esparció acariciadoramente (las enfermeras no hacían esta última operación).

Aprovechó la ocasión para pasar su mano de nuevo por mis genitales y entonces habló:

– ¡Qué bonito eres , mi vida!

Nosotros solemos decir qué guapo y ahora en Asturias que guapín. Con esa expresión mostraba su origen andaluz.

Durante el resto de la semana como tenía jornada de mañana desde las seis hasta las dos noté que entraba en mi habitación al llegar, en cuanto se cambiaba de ropa, se acercaba a mi cama, me miraba un rato y despacito y suavemente para no despertarme (yo estaba despierto pero simulaba estar dormido) pasaba su mano acariciándome mi cara.

Después cuando repartían los termómetros me lo metía en la boca y hacíamos la broma de que yo seguía dormido y el me despertaba así y haciéndome cosquillas.

Me traía el desayuno y aunque yo podía tomarlo solo se empeñaba los primeros días en dármelo el como si de un niño pequeño se tratara y hacia muecas y gritos como los que suelen hacer en los anuncios de televisión para dar de comer a los pequeñitos.

¡Cuanto le agradecía yo aquellos mimos de niño pequeño¡. Si no me hubiera dado tanta vergüenza hubiera hecho yo los mismos gestos y chillidos que un bebe.

Yo se ahora que sus atenciones fueron haciéndome cambiar mi actitud, ahora reía con sus bromas y cosquillas y esperaba ansioso sus apariciones en mi habitación para que me lavara y acariciara dulcemente mis partes de abajo. Ya no me daba vergüenza enseñarle mi polla mirando al techo cuando me retiraba la sábana pues la jodida parecía estar esperando también a José Luis todas las mañanas.

Era siempre muy cariñoso conmigo durante todo el día, pero el tiempo que dedicaba a limpiarme era muy especial para mi. No solía hablar, iba haciendo los movimientos necesarios para limpiarme y cambiarme pero su cara y sus ojos me sonreían y me decían lo que sus palabras no pronunciadas.

El martes al marcharse después de haberme preparado me dio un beso en la frente recogió sus cosas y se marchó a continuar su ronda de trabajo.

El miércoles me dio dos besos, el primero antes de taparme, en mi pollita y el segundo de nuevo en la frente y al marcharse creo que sonreía de manera especial aquel día.

Durante el resto de las mañanas casi no disponía de tiempo para atenderme pero dejaba la puerta abierta de mi habitación y aunque estuviese mi madre o mi abuela, le veía desde la cama sonreírme desde el pasillo y hacerme una seña cariñosa o mueca graciosa.

Mientras le escuchaba, mientras le veía haciéndome gestos desde el pasillo mi cabeza no pensaba esas cosas que me asustaban y lo mismo mientras esperaba a que pasase o que viniera a verme.

A las dos de la tarde al terminar la jornada siempre pasaba a decirme adiós y si estaba solo me daba un rápido beso.

La semana siguiente entraba de tarde desde las dos hasta las diez de la noche. No tuvo ocasión por tanto de lavarme pero si de hacerme compañía durante grandes ratos.

Al tener menos trabajo por la tarde y estar hasta las cuatro las visitas prohibidas para que echáramos la siesta y por ser yo el mas veterano de la planta solían las enfermeras muchas veces pasar un rato charlando en mi habitación.

Venia todas las tardes, a veces solo y otras acompañado de alguna enfermera y durante ellas me habló de todas sus ambiciones, de sus sueños, de sus inclinaciones. Así fui conociendo cosas de él, conocí donde había nacido, estudiado, sus metas futuras y sobre todo como era internamente.

¡José Luis era una persona excepcionalmente buena!

Quería a todo el mundo y decía que habíamos venido a él no a hacernos daño sino a ayudarnos a ser felices y que los que tenían salud estaban obligados a ayudar a los que no la tenían.

Yo le escuchaba orgulloso de que a un chiquillo tan pequeño le tratasen como si fuese una persona mayor y le hicieran esas confidencias.

Durante las cuatro semanas que pasó de prácticas por mi sala la mejor fue sin duda la tercera. La que hizo de noche de diez a seis de la mañana.

Por la noche había dos enfermeras de guardia por planta y esa semana estuvo José Luis y una enfermera gordita, llamada Luz, que bajaba en cuanto podía a la planta inferior a charlar con sus compañeras de guardia.

Así o bien José Luis en mi habitación o yo con mis piernas escayoladas sentado al lado del mostrador de enfermeras charlábamos de lo que yo llamaba de nuestras cosas, el contándome sucesos de su pueblo, de Conil en Cádiz, de cuando era pequeño y yo de mi colegio o de mis amigos que me solían visitar.

Nunca se extralimitó conmigo ni me dijo ninguna grosería ni siquiera intentó que le contara yo mis conocimientos sexuales. Solo a la hora de lavarme las dos semanas que le tocaron de mañana, la primera y la última de su mes de prácticas, tocó mi cuerpo. Y pudo hacerlo si hubiese querido, sin inventarse ninguna disculpa, pues yo estaba deseando que me tocase y me besase y me hubiera ofrecido gustoso a él porque aunque pequeñín como aun era, sentí siempre una atracción especial hacia el.

Después cuando marchó del hospital para continuar sus estudios de enfermería solo oí elogios de los que trató mientas estuvo en el hospital, pero el trato para mí fue de una manera especial.

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