el-novio-de-mi-hermana

Así fue y así lo cuento. Aunque ya ha pasado mucho tiempo tengo grabada aquella tarde en mi mente como si hubiera ocurrido ayer. Fue mi primera experiencia de sexo compartido y eso nunca se olvida.

Nunca me había llevado bien con mi hermana. A sus 19 años era una estúpida insoportable. Siempre mandándome y metiéndose conmigo. Yo, varón y con sólo 17 tenía poco que hacer frente a ella. Las mujeres mangonean todo lo que se pone a su paso.

Raúl, su novio, también de 19 años, era otra cosa. Era un chico simpático y divertido con el que resultaba muy fácil entablar conversación. Se puede decir que conectábamos muy bien. Posteriormente pude comprobar que esa conexión iba a resultarme extraordinariamente placentera.

Yo tenía ciertos problemas con los estudios y Raúl, supongo que para ganarse la confianza de mis padres, se ofreció a echarme una mano. Empezó a venir todas las tardes a mi casa. Nos encerrábamos en la habitación y dábamos un repaso a las diferentes asignaturas.

A los 17 años aún no se tienen muy claros los sentimientos ni las orientaciones sexuales. Yo lo único que sabía es que me encontraba de maravilla con Raúl y que cada día estaba deseando que llegara la hora en que nos poníamos a estudiar.

Aquella tarde nos habíamos quedado los dos solos en la casa. Mi padre estaba de viaje y mi hermana y mi madre habían salido de compras. Ya se sabe lo que se enrollan las tías cuando se van de compras.

En un determinado momento hicimos una pausa en el estudio y nos pusimos a charlar. Raúl y yo habíamos alcanzado bastante confianza, lo que nos permitía mantener conversaciones con cierta faceta íntima.

— Pues no sé cómo soportas a mi hermana. Es una gilipollas — le dije.
— Las mujeres son muy particulares. Ya aprenderás a conocerlas y a disfrutar de ellas. Tu hermana a veces es un poco rara, pero está buenísima.
— ¿Te la follas?
— No, no quiere, es virgen. Pero nos metemos mano y nos lo pasamos de puta madre. No veas las mamadas que hace.

Me imaginaba mi hermana arrodillada frente a Raúl, chupándole la verga. La escena me producía sentimientos contradictorios. Por una parte me sentía excitado, por otra parte molesto. ¿Molesto por saber que mi hermana se comportaba como una puta? No, molesto porque me daba envidia.

— Y tú, ¿sales también con chicas? — me preguntó.
— Que va, no me como una rosca
— ¿Y no te apetece?
— Sí claro, me hago una paja todas las noches pensando en eso.

Raúl se movía nervioso en la silla mientras que se mordía los labios. Me fijé en su entrepierna y pude observar que lucía una erección de campeonato.

— Raúl, estoy preocupado — le dije.
— ¿Y eso? — me preguntó pensando que me refería a algo de la escuela.
— Creo que la tengo muy pequeña.
— Bueno, ¿Quieres enseñármela para que te diga si es normal?
— Vale

Me puse de pie y me bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Mi verga estaba tiesa como una vela.

— No la tienes tan pequeña. 

Mientras me decía esto me la había agarrado con la mano y me la observaba como si fuese un médico. Su tacto en esa parte tan íntima de mi anatomía me resultaba enormemente placentero. Mi corazón latía a 200 pulsaciones por minuto.

— ¿Quieres verme la mía para que compares? — me dijo .

Raúl se bajó los pantalones y me mostró su verga, erecta, grande, velluda y con el glande brillante asomándole por la punta del prepucio. Recuerdo que emanaba un olor absolutamente embriagador.

Se la cogí y la apreté con mi mano notando su estructura firme. Durante unos momentos nos quedamos los dos en esa situación. De pie, semidesnudos y cada uno agarrándole la verga al otro. Raúl tomó la iniciativa.

— ¿Quieres que te la chupe para que veas lo que se siente?

Dije que sí con la cabeza y acto seguido se arrodilló frente a mí y comenzó ha hacerme una mamada. Casi pierdo el sentido. El intenso placer que estaba experimentando era para mí una sensación absolutamente novedosa. La boca cálida de Raúl envolviendo mi pito, su lengua acariciando mi glande.

No tardé mucho en llegar al orgasmo. Él no paró de mamar ni un momento, por lo que me corrí totalmente en su boca. Raúl entonces se retiró y yo me senté para asimilar lo que me acababa de ocurrir. De nuevo mis sentimientos eran contradictorios. Por una parte me sentía muy a gusto con la descarga de adrenalina que acababa de experimentar. Por la otra me encontraba un poco cohibido y con sensación de vergüenza. Raúl, que tenía los ojos rojos de excitación, siguió llevando la voz cantante.

— ¿Me lo haces ahora tú a mí?

La verdad es que no me apetecía mucho. Ya no estaba caliente y no me agradaba meterme aquella cosa húmeda en la boca. No obstante me sentí obligado a corresponderle y accedí.

Raúl, dirigió toda la operación. Se sentó en un sillón, se recostó contra el respaldo y puso sus muslos en los apoyabrazos dejando los pies colgando por fuera. Me hizo arrodillarme sobre un cojín entre sus piernas. Antes de que yo empezara me cogió el dedo índice de mi mano izquierda y se lo metió en la boca. Me lo estuvo chupando un rato. Después me dijo:

— Ahora méteme el dedo en el culo, hasta el fondo

Esto era nuevo para mí. Esa tarde iba a aprender nuevas técnicas para disfrutar del cuerpo. Así lo hice. Puse mi dedo sobre su ano y lo fui introduciendo lentamente hasta llegar a los nudillos. Raúl gemía de gusto.

— Empieza a chupármela ahora

Con mi mano libre tomé su verga y me la metí en boca. La verdad es que me daba un poco de asco, pero no me atreví a decirle que no. Al rato de chupársela me di cuenta de que me había empalmado otra vez. El contacto de su glande con mi lengua fue pasando de resultarme desagradable a ser extraordinariamente placentero. Según aumentaba mi excitación disfrutaba más con la mamada que le estaba haciendo. 

Ahora ya mi boca recorría su falo con ansia. Con mi lengua saboreaba su glande como si fuera un chupachups. Con mi dedo bombeaba en su culo follándoselo y con mi mano libre se la meneaba, tal y como yo hacía cada noche con mi propia verga.

Raúl gimió profundamente y empezó a correrse. Sus trallazos de semen inundaban mi boca. Aunque trataba de tragármelo me resultaba imposible, por lo que los chorretones rebosaban por la comisura de mis labios.

En ese momento oímos que se abría la puerta de la casa. A gran velocidad nos subimos los pantalones y me limpié la cara, para hacer desaparecer todo rastro de lo ocurrido. Raúl abrió la ventana para ventilar la habitación.

Cuando mi hermana entró por la puerta de la habitación Raúl y yo estábamos sentados en la mesa de estudio trabajando en los ejercicios.

— Raúl, venga, deja ya al pesadito de mi hermano y vámonos a dar un paseo al parque

No sé si mi hermana tendría planeado que el paseo incluyera una merienda con la leche de la verga de su novio. Si fuera así, iba a apreciar que el rendimiento lechero de su amado iba a ser más escaso que de habitual.

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