Mi nombre es Marcos, vivo en Maracaibo, Venezuela, tengo 52 años y soy un oso alto con 105 kilitos atribuibles a una panza peluda y firme.
Soy hombre casado con dos hijas ya mayores; pero no por eso les voy a negar a ustedes mi gusto por los machos. Incluso, mi primera experiencia sexual, aparte de las que tuve con la palma de mi mano, fue con un profesor de mi colegio.
La pura verdad es que no voy a entrar en detalles sobre esa vez porque pese a que mi deseo y curiosidad fueron los que me llevaron a ponerme a gachas sobre un inodoro para que me cogiera el gordo y sudado profe, realmente la experiencia resultó más humillante que excitante.
En cuanto la leche del profe me embarró el culo, el hombre empezó a amenazarme si decía algo. Pero nunca le perdí el gusto al güebo y hasta el día de hoy cada vez que recuerdo esa primera culiada me pongo erecto.
Cada tanto y cuando puedo, me veo obligado a dejar el lecho matrimonial y pagar un macho, que es la manera más rápida y discreta de saciar mis ganas.
Pero el fin de semana pasado, mi esposa no quería salir a pasear como era nuestra costumbre y yo decidí irme sólo. Me enrumbé hacia la ferretería Epa, recién inaugurada. Las ferreterías siempre son un buen lugar para bucear machos, y de hecho he tenido que disimular mas de una ereccion en sitios similares. Pero me acordé que había leído en internet hacía poco que el centro comercial Galería era óptimo para machos con ganas de levantar machos.
Cambié rumbo 180 grados en La Limpia y me dirigí al Galería, aunque no tenía idea de cómo abordar sexualmente a un hombre fuera de los círculos de la prostitución. Seguramente iba a perder el tiempo, pero realmente me intrigaba la idea.
El Galería, para quien no lo conoce, tiene una pista de patinaje en su centro.
Alrededor de la pista la gente se para a mirar o hablar. Parejitas hetero se agarran de la mano, amigos conversan, y hay cierto porcentaje de hombres solos que miran hacia la pista o a la gente pasar a su lado. La primera vuelta que di me fije en un joven no muy lindo de cara, pero tenía un cuerpazo bien formado. Me miró de una manera extraña, pero asumí que yo lo había buceado demasiado de frente y que sospechaba de mi y que no le gustaba la vaina.
Volteé la mirada y seguí caminando, preguntándome a mismo qué mierda estaba yo haciendo, y que si lo que buscaba era meterme en problemas.
Cuando crucé la esquina de la pista caminé un poco hacia donde calculaba podía admirar al chamo desde lejitos. Pero no lo vi. Me fijé a ver si estaba caminando por ahí y tampoco lo vi, hasta que viré completamente y lo caché caminando detrás de mí.
Me asusté y miré de frente a la pista, pero de reojo vi que se puso al otro extremo de la baranda detrás de una parejita de estudiantes mirando la pista. Miré en su dirección «y que» disimuladamente, y el hizo lo mismo pero yo de cagado quité la vista. A estas alturas yo estaba súper excitado pero al mismo tiempo no muy seguro de lo que podía pasar. Pero el chamo se hartó de mi guabineo y empezó a alejarse de la baranda. Yo volteé a mirarlo y el se detuvo y giró para darme la cara. Esta vez me miraba serio y yo a él. Me armé de valor y me sonreí.
La cara del chamo se iluminó con una sonrisa y regresó para pararse a mi lado. Nos dimos la mano intercambiando nombres: «Marcos», «Eduardo».
Me sorprendió que lo primero que me preguntara fuera mi estado civil. Como que Eduardo estaba acostumbrado a coger con hombres casados. Entre sonrisa y sonrisa casi me regaña por el vacilón que le hice, y le tuve que explicar que nunca había hecho algo así, y que no me imaginaba que un chamo como él quisiera tener algo con un viejo panzón como yo.
«Pero si estáis chévere, Marcos. Aparte de que a mi me gustan los hombres maduros»
Le puse cara de duda, y él miró a su lado y luego hacia su propia entrepierna. Apretó su mano contra el pantalón haciendo que se le marcara su verga cachu’a. «Me tenéis caliente, papi!» Me susurró mirando mi bojote parado, «Y por lo visto yo también te gusto».
Debo admitir que aun tenía mis dudas sobre la sinceridad del chamo, pero yo estaba demasiado excitado. «Cómo hacemos?» le pregunté.
Me preguntó si yo tenía carro y que fuéramos al estacionamiento. Se montó en mi carro y yo lo prendí. «Pa’ donde vamos, chamo?» le dije…
Ahora que podía hablar con más privacidad, me hizo una aclaración que me puso más nervioso que nunca. Casi me echo para atrás otra vez. Eduardo tenía de pareja a un tío suyo de casi mi edad y con quien de vez en cuando buscaban un tercero al apartamento que tenían alquilado en la zona norte. Yo por supuesto era el potencial tercero para ese domingo en la tarde.
«No chamo, me vas a disculpar, pero ya esto está muy raro para mí.»
Realmente la expresión de decepción en su cara fue de película. «Vamos, papá, mi tío te va a caer cheverísimo!» Yo aún testarudo con mi negativa. A todas estas el carajito no tenía pinta de asaltante, pero eso nunca se sabe. «Y yo que ya me había imaginado cabalgándote el güebo» me dijo con una sonrisa pícara. «En ese caso,» le dije riéndome y aludiendo a mi pene grueso pero nada largo «no te perdiste de gran cosa!».
«No papi! Lo que me interesa a mí es que te funcione, más nada! Pero si para tí es importante el tamaño…» me respondió y acto seguido uso sus peludos brazos para bajarse el cierre del pantalón y jurungarse adentro.
«Chamo, que hacéis?»
Pero se sacó la verga y se colocó de lado para que yo la viera mejor. Era larga y gruesa, en su presente estado de semi-erección, y se veía que tenía una cabeza formidable que se asomaba a medias del pellejo. Entonces se pajeó un poco para ponerla completamente erect. «No te gusta?» me dijo…
Me faltaba poco para babearme. Se lo agarré y suavemente lo empecé a masturbar.
«Chamo, que verga tan rebuena tenéis.» Eché un rápido vistazo alrededor y viendo que no había nadie cercano bajé la cabeza para meterme ese güebote en la boca… Madre, que rico! Y yo que tenía como tres años que no mamaba güebo.
Y este carrizo tenía la cabeza del pene bien ancha. Qué ganas tenía yo de verlo expulsar un par de lechazos tibios. Daba gusto lamérsela y recorrer mis labios por todo el tronco venoso e hinchado de su joven miembro. Pero en eso escuché que un carro se estacionaba cerca. Yo hice para levantar la cabeza, pero Eduardo me agarró por el cuello y me apretó las narices contra su vello púbico.
«Papá!, esta mirando para acá. Si te levantas se va a ver muy sospechoso.»
Oí unos tacones acercarse y alejarse mientras cerraba los ojos y dejaba que el olor de este machito inundara mis sentidos. Cuando me dejó levantar la cabeza, Eduardo se abrochó y me dijo que este no era lugar. Si yo quería, me explicó, podíamos llamar a su tío y pedirle que nos encontráramos para tomarnos unas cervecitas en un lugar público y que si aún no me llamaba la atención cada quien se iba para su casa.
Pero decidí que si Eduardo era parte de una trampa, yo ya había mordido el anzuelo (o por lo menos me lo había metido en la boca). Así que manejé hasta el apartamento del tío mientras Eduardo me hablaba de él y de su tío lo que me hizo bajar la guardia y tenerle más confianza.
Nerio, el tío de Eduardo, me causó muy buena impresión desde el primer momento que entré al apartamento. Casi calvo, con un bigote muy frondoso y una panza muy prominente.
Entre whiskeys y whiskeys hablamos por rato largo de una cosa y la otra: como manejaba yo mi matrimonio y mis necesidades homosexuales, la manera en la que un tío y un sobrino se volvieron pareja, el matrimonio fallido de Nerio, y un pocotón de cosas que se comieron casi una hora muy agradable. Yo ahora estaba intranquilo no por desconfianza (que ya la había perdido) sino porque ya estaba morboso pero no sabía quién debía comenzar la cosa.
«Estas nervioso?» me preguntó, y yo le dije que un poquito. «Párate un momentico» Nos levantamos y Nerio me envolvió en sus brazos… Yo me aferré a él y nos abrazamos. «Qué rico estáis, Marcos» Automáticamente abrí los labios y dejé que Nerio me los lamiera y luego me besara apasionadamente mientras apretaba su cuerpo contra el mío.
Era curioso.
En mis experiencias con otros machos me habían mamado, yo había bebido más leche que un becerro, yo había culiado y habían acabado en mi culo por lo menos un par de veces. Pero nunca había besado a otro hombre, y Nerio jamoneaba sabrosísimo. De reojo vi que Eduardo ya se había quitado la camisa y se desabrochaba el pantalón.
Yo le sobé el frente del pantalón a Nerio y noté que lo tenía duro y quizás tan grande como su sobrino. Le desabroché el pantalón y lo dejé en calzoncillos, los cuales no eran lo suficientemente fuertes para retener su erección que pulsaba rabioso por salir.
Eduardo se pegó a mi espalda y empezó a desabotonar mi camisa con una mano mientras me sobaba el güebo con la otra. Nerio aprovechó de sacarse la camisa y bajarse los interiores. Nerio era básicamente lampiño, pero con un brote de pelos entre los pechos gordos que presentaban unos pezones oscuros que pedían ser lamidos. Pero debajo de su barrigota pelona y blanca había otra cosa que a la que yo quería pegar los labios y la lengua: sendo miembro erecto con unas bolotas colgantes completamente afeitadas. Tampoco tenía vello púbico.
En ese instante supe que esa tarde le iba a dar el culo a Nerio. Él me desnudó de la cintura para abajo mientras Eduardo pegaba su peludo pecho contra mi espalda, me acariciaba el pecho y me sobaba la barriga susurrándome al oído con total convencimiento lo buenote y sabroso que me encontraba.
Nerio pegó su panza a la mía y siguió besándome deliciosamente, sólo que ahora mi pene arremetía contra su barriga y en ante la mía presionaba su verga caliente. Por detrás sentí como el güebote que había degustado en el estacionamiento del Galería frotaba contra mis nalgas como pidiendo permiso para entrar.
Me di vuelta y empecé a besar a Eduardo. Rico! Pero su tío le podría dar lecciones. Esta vez fue el miembro del gordo el que empezó a frotar contra mis nalgas mientras que uno de sus brazos me aferraba el pecho y su otra mano me sobaba alternadamente la panza y el güebo. Yo le hice saber lo que quería empujando mi culo hacia atrás y meneándome contra su güebo.
«Sobrinito, si que te conseguiste un coño caliente esta vez!»
«Y mama güebos que da gusto!»
Ahí recordé un asunto que no había terminado y me arrodillé frente a Eduardo.
Si bien de cara tenían los mismos rasgos, de cuerpo Nerio y Eduardo eran opuestos. Por su musculatura, Eduardo sin duda hacía deporte o iba regularmente al gimnasio. Y tenía pelos por todos lados. Lo que tenían en común, por supuesto, eran unos 20 centímetros de verga dura y gruesa que cada uno quería meter en mi cuerpo. La cabeza del güebo de Nerio era más bien pequeña y puntiaguda, perfecta para meterse en un culito poco transitado como el mío.
Por segunda vez ese día mis labios se abrieron para recibir el voluminoso y aterciopelado glande de Eduardo. Le apliqué todas las técnicas de felación que un negro me había enseñado en Caracas hacía 15 años. Por los gemidos de placer del sobrino, la leccioncita había sido plata bien invertida. A Eduardo le volvía loco que le pasara la punta de la lengua por toda la base del pene.
Aproveché de jugar con sus peludas bolas la grandeza de las cuales no había podido apreciar en el carro. Desafortunadamente su glande era demasiado sensible, pero eso no me iba a impedir saborearla de vez en cuando. Sin duda este machito tenía los genitales más perfectos que me había tocado complacer.
Nerio se masturbaba mientras alternaba entre besuquearse con su sobrino y ver como desaparecía la verga de Eduardo en mis cachetes. Naturalmente, a mí me educaron para no ofender a nadie, menos un anfitrión, así que empecé a masturbar con mi mano izquierda a Eduardo y le agarré la verga a su tío para darle también a él una mamadita de las que me enseñó el negro.
Aprovechando que Nerio estaba todo afeitadito como el culo de un bebé decidí lamerle las bolas, más grandes que las mías, pero nada comparables a los bolones del sobrino. La lamida de bolas gustaba tanto a Nerio que empezó a masturbarse, pero como para no acabar, paró la acción y pidió traslado a la habitación.
Yo ya me había hecho una idea de lo que quería disfrutar, así que una vez en el dormitorio, tomé la iniciativa y senté a Eduardo en la cabecera de la cama king size y me puse en cuatro frente a él para seguir mamándole el güebote, dejando mi culo vulnerable a la voluntad de Nerio.
Sentí el colchón hundirse con el peso del tío, y segundos mas tarde una de sus manos se posó sobre mi nalga y la apartó. Su güebote, seguramente humedecido con su propia saliva, empezó a restregarse contra el ojo de mi culo. Yo dejé de mamar esperando el momento de gloria. Una punzada de dolor anunció la penetración de la cabeza del güebo de Nerio. Pero algo en mí no quería que se detuviese…
Sentí que empezaba a sacarla y meterla, pero yo estaba muy consciente de que sólo me estaba metiendo parte de su larga verga. Cuando yo ya le empezaba a coger el gustico a la cosa, el coño vino y me lo empujó todo para dentro. Madre! Qué rico!
Yo empecé a menearme del gusto y a gemir del placer. Las contadas veces anteriores que me habían dado por el culo, yo había perdido la erección. Pero esta vez era diferente. Eduardo aprovechó para ponerse de espaldas y yo posé mi güebo en sus nalgas peludas y empecé a frotarme contra ellas. Pronto mi líquido pre-seminal puso muy resbaladizo ese culito joven y el placer que me daba era tan intenso como si lo estuviese penetrando.
A Nerio le llegó a su momento: apuró alocadamente su arremetida y en una última clavada alzó la voz y se estremeció vaciando sus bolas dentro de mi culo. Cuando me sacó su acabada verga y se apartó un poco aproveché de colocar mi guëbo entre las nalgas de Eduardo y torpemente perdí unos segundos ensalivándomela y buscando el ojo mismo de su culo.
Una vez encontrado empujé para dentro y pronto mi verga se rodeó del calor de las profundidades anales de Eduardo. Empecé a cogerlo, pero no creo habérselo metido una docena de veces cuando sentí ese cosquilleo familiar que anuncia un orgasmo.
Me corrí dentro de él y luego me le desplomé encima. Sin duda el peso era mucho para él e hizo que me volteara boca arriba en la cama. Noté que Nerio ya se había puesto tieso de nuevo y se masturbaba. Eduardo se colocó en cuatro encima mío y también se masturbaba. Le hice que se arrodillara al lado de mi cabeza y seguidamente me puse a chuparle la verga.
Nerio se colocó detrás de su sobrino y por la expresión de Eduardo, lo penetró profundamente. Traté de seguir mamándole el güebo a Eduardo, pero era imposible por lo violento de las arremetidas de su tío. Se contentó Eduardo con frotarse el pene contra mi pecho por un rato; pero seguidamente vi cómo se detuvo y un lechazo salió de su pene para dar directo en una de mis tetillas.
Eduardo frotó una y otra vez su verga contra mi cuerpo eyaculando repetidamente como nunca había yo visto. En unos instantes me tenía bañado de leche el pecho, cuello y la barbilla. Yo me pasé la mano por el verguero de semen que me había derramado el chamo hasta que me entró un pánico repentino:
«Muchacho!» dije con una risa nerviosa, «Y ahora cómo hago?»
«Nada! Te puedes bañar aquí!»
«Y le llego de la calle a mi esposa todo bañadito?»
El sobrino puso cara de alarma, pero Nerio tranquilamente buscó una amplia toalla del baño y empezó a limpiarme todo. Ya sería cuestión de evitar acercarme mucho a Elena antes de meterme a la ducha. No es que ella tenga el olfato muy fino, pero no hubiese tenido que ser sabueso para percibir el olor de machos calientes que me dejaron Nerio y su sobrino…