Borja había sido mi amigo durante relativamente poco tiempo. A pesar de que fuimos compañeros de clase desde los 9 años, no fue hasta los 14 cuando nos hicimos amigos. El tutor nos sentó juntos en clase y el aburrimiento hizo el resto: todo el día metidos en la misma aula sin movernos del asiento y escuchando a profesores soporíferos derivaba en largas conversaciones que hicieron que nos conociésemos mejor el uno al otro y que nos acabaron haciendo muy amigos.
Hablábamos de todo: de las clases, los profesores, de nuestras familias, nuestros amigos, de sus novias… Y digo “sus novias” porque, aunque por aquel entonces yo ya sabía que me atraían los hombres, aún no se lo había contado a nadie.
Cuando hablábamos del tema chicas yo me limitaba a escuchar lo que él tenía que decir, y la verdad es que él tampoco mostraba demasiada curiosidad en que yo le contara nada, imagino que por que sabía por dónde iban los tiros…
Sin embargo, las pocas veces que hablábamos de homosexualidad (ya que era un tema que yo intentaba evitar por todos los medios) él mostraba rechazo, la consideraba una especie de enfermedad, aunque no del todo. Genial. Mi amigo era homófobo.
Nunca me había fijado en él físicamente, pero cuando llegó a la pubertad, sus cambios empezaron a llamarme la atención. Se volvió más masculino, le cambió la voz de niño por la de hombre, le creció vello por todo el cuerpo, y eso me encantaba.
Con apenas 16 años ya tenía una barba de adulto, y los pelos del pecho le asomaban por encima del cuello del polo del uniforme. Además, las veces que tenía la oportunidad de verle en los vestuarios me pude fijar en su pene. Era bastante grande para un chico adolescente, y estaba rodeado de un vello negro que lo hacía muy apetecible. Cuando charlábamos en clase y se reía, me volvía loco. Su sonrisa perfecta me hacía quedarme embobado mirándole. Era muy guapo y yo tenía la suerte de estar siempre sentado a su lado.
El tiempo transcurrió y, cuando cumplimos 17 años, Borja se cambió de escuela. Sabía que iba a seguir viéndole muy a menudo, ya que estaba apuntado al equipo de fútbol de su antiguo colegio (que continuó siendo el mío) y la mayoría de sus amigos seguían estando en él.
Ese mismo verano, “salí del armario” -no me gusta nada esa expresión-. Sólo se lo conté a mis amigas más cercanas, ya que en ese momento no quería que se enterara nadie. Un día, saliendo de clase, me crucé con Borja, que venía al colegio al entrenamiento de fútbol.
Estuvimos un rato hablando y fue una charla bastante agradable, pero tuve la sensación de que debía contarle la verdad, simplemente para que lo supiera. Como no tenía el valor de decírselo a la cara porque me daba mucha vergüenza, esa misma tarde cuando llegué a casa le hablé por un chat de aquel entonces.
Le conté que era gay, que lo sabía hacía tiempo y le pedí que no dejara de ser mi amigo. Él me contestó que se imaginaba que lo era, y que aunque pensara que la homosexualidad es una “anomalía de las personas”, seguiríamos siendo amigos.
Mintió. La relación se fue enfriando poco a poco, en parte porque ya no nos veíamos todos los días, pero también porque su actitud hacia mí cambió. Dejamos de hablar totalmente, lo máximo que nos decíamos era la típica conversación de “Hola, ¿qué tal todo?” las veces que nos veíamos en el colegio. Cuando acabó segundo de bachillerato e hicimos el típico viaje a Mallorca, él vino con nuestro instituto, ya que, como ya he dicho, la mayoría de sus amigos estaban en él.
El hecho de estar una semana conviviendo todos juntos y con mucho alcohol de por medio hizo que volviéramos a hablar y retomáramos la amistad. Durante el verano nos volvimos a ver muchas veces más, pero esta vez su actitud era diferente. Me volvía a tratar como antes, como a su amigo. La sensación de tenerle de vuelta era fantástica. A menudo salíamos de fiesta juntos y, como yo aún no tenía carnet de conducir, me llevaba él de vuelta a casa.
Borja tenía una novia, Lucía, con la que llevaba bastante tiempo y estaban en un momento de la relación en el que discutían bastante. Por más que le aconsejaba que la dejara, ya que las continuas peleas le estaban amargando bastante, él no se veía con fuerzas para hacerlo.
Una de las noches que salimos de fiesta Lucía y él tuvieron una pelea muy fuerte, tanto que ella incluso hizo el amago de pegarle una bofetada a él. Como buen amigo, y para evitar que la sangre llegara al río -si es que no lo había hecho aún- cogí a Borja por el brazo y lo llevé a su coche. Le hice entrar dentro y yo me senté a su lado, en el asiento del copiloto.
‒¿De qué coño va esta tía? ¿Quién coño se cree que es para peg…
‒ Ya está, déjalo ‒ interrumpí. ‒ No vale la pena que te amargues ahora. Además, vais borrachos y no sabéis muy bien lo que hacéis. Intenta no pensar en eso y cuando estés más relajado nos vamos a casa.
Pasó un rato en el que los dos estuvimos en silencio del coche, la verdad es que yo me estaba quedando dormido, pero de repente él sacudió la cabeza y arrancó el coche.
‒ ¿Nos vamos?
Asentí con la cabeza.
Durante el trayecto reinó el silencio. Yo miraba por la ventanilla el amanecer mientras Borja conducía. Cuando estábamos a punto de coger la salida hacia mi casa, me dijo:
‒ ¿Te importa venirte a dormir a mi casa? No quiero estar solo esta noche.
Había estado en su casa en contadas ocasiones, la verdad es que no me gustaba estar al rededor de su padre, que sí que era bastante homófobo y lo mostraba con miradas y gestos de desprecio hacia mí. Su madre, sin embargo, era una mujer dulce y atenta, pero los desplantes de su padre nublaban cualquier intento de amabilidad por parte de su madre.
‒ Sabes perfectamente que no me gusta ir a tu casa cuando está tu padre.
‒ No te preocupes, mis padres y mi hermano se han ido a esquiar este fin de semana, estoy solo en casa.
Sabiendo que su familia no estaba, no me importó irme con él. Más que nada porque sabía que necesitaría compañía después de la pelea con Lucía.
Llegamos a su casa. Estaba todo a oscuras a excepción de unos tímidos rayos de sol que entraban por los ventanales del comedor. Nos dirigimos a la cocina para comer algo y beber agua, ya que eso era lo único que ayudaba con la resaca del día siguiente. Una vez teníamos el estómago lleno, subimos las escaleras que llevaban al segundo piso, donde estaba su habitación. Era una habitación grande, acorde al tamaño del resto de la casa, con una cama enorme, de dos metros por dos, y un baño en suite.
‒ Voy un segundo al baño. En el segundo cajón del armario tengo los pijamas, coge el que más te guste ‒ dijo.
Él se metió en el baño y yo abrí el cajón. Busqué una camiseta que me viniera ancha porque son las más cómodas para dormir, y no me fue difícil, ya que toda su ropa me venía grande. Me quité mi ropa y la dejé doblada sobre el escritorio. Me puse su camiseta y me senté en la cama. Borja salió del baño vestido únicamente con unos calzoncillos de Calvin Klein grises.
Me fijé en su cuerpo, que ya había visto a veces en bañador, pero nunca en ropa interior. Sus pies grandes, sus piernas marcadas y peludas, entre las cuales se ubicaba un generoso bulto. Una fina línea de vello que salía desde sus calzoncillos y se extendía a lo largo de su abdomen, de sus abdominales, y se abría al llegar a sus pectorales, ocupando toda su extensión. Un par de pequeños pezones, unos brazos marcados y una sonrisa que me derretía.
‒ ¿Qué haces sentado ahí? ‒ dijo mientras dibujaba una sonrisa en su cara.
‒ No sabía si te importaba que me acostara en tu cama.
‒ No seas idiota y métete en la cama, anda.
Obedecí. Abrí las sábanas y me metí deprisa en la cama, ya que los pies se me estaban enfriando del contacto con el suelo. Él apagó la luz del baño y se metió en la cama también.
‒ No te importa que duerma así, ¿no?
‒ Para nada, estás en tu casa.
Se quedó tumbado mirando al techo, pensativo. Yo estaba en la misma posición notando como los ojos se me iban cerrando poco a poco por el peso del sueño.
‒ No puedo parar de pensar en la bronca que he tenido con Lucía ‒ dijo rompiendo el silencio y haciéndome abrir los ojos de nuevo. ‒ Me ha intentado pegar, eso no me lo había hecho nunca. Creo que se le está yendo de las manos.
‒ Mira, Borja, yo sé que tú la quieres, y estoy seguro de que ella también te quiere a ti ‒ giré hacia mi costado, mirándole ‒ pero habéis llegado a un momento en el que es daño que os hacéis es superior al amor que sentís el uno por el otro. A los que te queremos nos duele verte sufrir por una relación que no va a ninguna parte y que te está amargando la vida.
‒ ¿Eso crees? ¿Tan amargado se me ve?
‒ No es sólo lo triste que te veo ‒ contesté ‒ es que creo que ella está perdiendo una oportunidad que dudo que vuelva a tener.
‒ ¿Perdiendo la oportunidad? ‒ dijo mientras se giraba y nos quedamos mirando de frente. ‒ ¿La oportunidad de qué?
‒ De estar con un hombre como tú. Un hombre de verdad.
‒ ¿Y se puede saber qué oportunidad es esa? ‒ respondió riendo.
Me puse rojo. No debía haber dicho eso. Me giré nuevamente, está vez dándole la espalda y me tapé con la sábana por encima de la cabeza.
‒ Buenas noches.
‒ No, no, ahora no te pongas vergonzoso ‒ se acercó a mí, notaba su cuerpo pegado a mi espalda, su bulto cubierto sólo por la fina tela de su calzoncillo rozando mi culo cubierto únicamente por la fina tela del mío. ‒ ¿A qué te refieres con lo de hombre de verdad?
‒ Borja, sabes a lo que me refiero. Eres un tío de puta madre, maduro, eres muy guapo, estás fuerte, eres responsable… Joder. No me hagas seguir que me haces sentir incómodo. Y que estés tan pegado a mí no ayuda ‒ contesté sin girarme.
‒ ¿Así que eso es lo que piensas de mí? Maduro, guapo, responsable… ¿Así es como me ves?
No contesté.
‒ ¿Sabes lo que es realmente incómodo? ‒ dijo él. ‒ Lo verdaderamente incómodo es verte sonreír y sentir un cosquilleo en el estómago. Es verte tan guapo y no atreverme a decírtelo. Es tener ganas de besarte y tener que aguantarme.
Me giré hacia él con un aspaviento rápido, le miré a los ojos y puse una cara de no estar entendiendo nada.
‒ ¿Se puede saber qué dices?
‒ Que me gustas ‒ me susurró al oído.
Acto seguido me besó en los labios. Fue un beso largo, suave, delicado, precioso, que paró el tiempo a mi alrededor.
‒ Borja, para ‒ dije. ‒ Esto no está bien. Tienes una novia. Y encima vas borracho. No quiero que hagas nada de lo que te puedas arrepentir y encima me acabes haciendo daño.
‒ Sabes tan bien como yo que hace meses que no tengo una novia, sino un problema. Y ya te he dicho que llevo mucho tiempo observándote y dándome cuenta de que no te quiero sólo como a un amigo. Y lo que has hecho hoy me ha demostrado que estoy en lo cierto, que eres más que un amigo. Ahora, ¿vas a dejar que te bese?
No dije nada. Simplemente cerré los ojos y dejé que fuera él quien llevara el ritmo. Volvió a juntar sus labios con los míos. Esta vez se ayudó de su mano, poniéndola en mi nuca para que no nos separáramos. Los besos que me daba eran dulces y lentos, aderezados con el cosquilleo de su barba en mis labios, que me hacía estremecer.
Yo apoyé mi mano en su pecho, palpando su suave pero abundante vello; acaricié sus pezones y fui bajando lentamente por sus abdominales, memorizándolos con el tacto, y continué hacia abajo, guiándome por la línea de vello que llegaba hasta la goma elástica de sus bóxers. Toqué su bulto por encima de la tela y ya podía notar su total erección.
Me sorprendió el tamaño de su pene; sabía que era grande, pero no me imaginaba algo tan descomunal. No me dio tiempo a pensar más, ya que Borja agarró mi mano y la introdujo dentro de sus calzoncillos. En cuanto toqué su rabo, soltó un gemido de placer que se vio ahogado por los besos que nos seguíamos dando. Ahora notaba todo el calor que desprendía su miembro, y rozando su piel no pude evitar un cosquilleo que me atravesó la espalda.
Empecé a masturbarle ligeramente, haciéndole gemir suavemente. Cuando estuve un rato con mi mano en su paquete, me separé de sus labios y le miré a los ojos, marrones y con unas pestañas perfectas, y le dije con un susurro:
‒ Quiero probarlo.
No hizo falta que respondiera. Sólo con la expresión de felicidad que dibujó en su rostro tuve suficiente. Me metí bajo las sábanas, besando su cuello, yendo hacia abajo poco a poco, pasando por sus pectorales y por su vientre, saboreando cada parte de aquel cuerpo de Adonis con el que tanto había fantaseado.
Cuando llegué a su verga paré un instante para observarla de cerca. Era perfecta. Totalmente recta, con una vena enrome que llegaba desde su pubis hasta casi el glande, un glande rosa que goteaba líquido preseminal como muestra de como ansiaba mis labios. Me la introduje poco a poco en la boca, saboreando primero todo el precum y lamiendo la punta de su polla como si fuera un caramelo. En seguida me la metí entera.
Me costaba tragarme un pene tan grande, pero hice un esfuerzo, y aunque al principio me daban arcadas, conseguí que mi garganta se acostumbrara a aquella herramienta. Oía como Borja no paraba de gemir de placer, cosa que me motivaba para seguir tragándome su tranca. De repente me cogió de las manos.
‒ Para, que no quiero acabar tan rápido ‒ dijo mientras sonreía.
Yo saqué lentamente su pene de mi boca y subí hasta sus labios. Nos dimos un tierno y apasionado beso mientras nuestros cuerpos desnudos se rozaban. Separamos nuestras bocas y yo comencé a besar el cuello de Borja, mientras él se giró hacia la mesita de noche y abrió el cajón, del que sacó un condón y lubricante. Yo me senté a horcajadas sobre su cuerpo tumbado. Cuando se dispuso a abrir el preservativo le agarré de las manos, evitando que lo hiciera.
‒ ¿Es necesario usar condón?
‒ Hombre, pues no me gustaría ni pillar ninguna enfermedad ni que la pillaras tú por mi culpa ‒ dijo él.
‒ Por ti no hace falta que te preocupes. Soy virgen.
‒ ¿Qué? ‒ puso cara de extrañado.
‒ Que no hace falta que te preocupes porque soy virgen ‒ contesté.
‒ Ya, pero ¿cómo que eres virgen?
‒ Pues porque nunca lo he hecho ‒ me puse rojo.
‒ Alejandro, sé lo que significa ser virgen. Me refiero a que por qué no lo has hecho nunca.
‒ Pues porque no ha surgido la ocasión ni he encontrado a alguien con quien supiera que no me iba a arrepentir ‒ contesté.
‒ ¿Entonces? ¿Estás dispuesto a regalarme eso? ¿No te vas a arrepentir? ‒ dijo mientras apoyaba sus manos en mis caderas.
‒ Mientras no seas tú quien se arrepienta luego, para mí será un placer que seas mi primer hombre.
‒ Será un honor para mí.
Se incorporó y me volvió a besar, mientras ambos sonreíamos. Él estaba sentado en la cama y yo sentado sobre él, besándonos mientras notaba su polla a la entrada de mi culo. Cogió el bote de lubricante y se echó un poco en los dedos. Los llevó hasta mi ano y empezó a masajearme. Poco a poco introdujo un dedo, el cual entró fácilmente.
Después introdujo un segundo y más tarde un tercero. No era para nada tan doloroso como esperaba, además yo ya había practicado antes con mis propios dedos. Le besé, me arrimé a su oído y le susurré que ya estaba listo, que quería su rabo dentro de mí. Cuando le dije eso, me agarró por las piernas y me dio la vuelta, quedando yo tumbado boca arriba y é sobre mí.
Notaba como la punta de su rabo se intentaba hacer paso entre mis nalgas y yo me relajé para evitar sentir dolor. Borja fue lo más delicado que pudo y me la metió muy despacio; yo notaba como ardía mi culo virgen, al que le costaba acostumbrarse a una tranca de tales dimensiones. La dejó dentro de mí un rato para que me acostumbrara a su diámetro mientras me besaba con pasión.
Pasado un rato, empezó a bombear. Fue una sensación extraña, pero muy placentera. Cada vez que me metía la polla hasta el fondo y tocaba mi próstata, me recorría un escalofrío de placer que me hacía estremecer. Me folló despacio y luego fue acelerando, moviéndose como una bestia; le caían gotas de sudor por el cuello, el abdomen, la espalda y las axilas, que yo besaba y olía para disfrutar de esa fragancia de hombre.
Cuando estuvimos un rato así, me dio la vuelta y me lo hizo a cuatro patas. Cada vez que bombeaba me daba la sensación de que me iba a correr, era un placer que jamás antes había experimentado y que me estaba dando el hombre con el que tanto tiempo había estado soñando. Me incorporó y pegó su pecho a mi espalda, besándome el cuello y volteando mi cara para besar mis labios.
‒ Córrete dentro de mí, por favor, lléname con tu esencia ‒ le dije.
Mis palabras parecieron darle ánimos y bajó su mano hasta mi polla. Me empeñó a masturbar mientras bombeaba; eso fue demasiado para mí. Me corrí sobre las sábana como nunca antes me había corrido. Me temblaron las piernas, no podía mantenerme erguido.
De repente noté como los gemidos de Borja se aceleraban y empezaba a besarme el cuello y la boca de nuevo. Al segundo noté como un líquido espeso y caliente invadía mis entrañas y esta vez él también tembló como yo. Caímos sobre la cama y comenzamos a besarnos apasionadamente.
‒ Ha sido increíble. El mejor polvo de mi vida sin duda ‒ dijo él.
‒ De la mía también ‒ dije yo de broma. Nos reímos.
Nos separamos un poco pero él seguía acariciándome y dándome besos.
‒ ¿Qué te pasa? Estás serio ‒ me preguntó.
‒ Estaba pensando en lo que has dicho. “El mejor polvo de tu vida”. Eso ha sido todo. Un polvo.
‒ No seas idiota. Ha sido el polvo de mi vida. Con la persona de mi vida.
Le miré con cara de incredulidad.
‒ Te quiero ‒ dijo.
Y me besó.
Le abracé, apoyé mi cabeza en su pecho y me dormí.
Me desperté al rededor de la 1 de la tarde, con él abrazado a mi espalda. Notaba su polla dura contra mi culo.
‒ Buenos días.
‒ Buenos días ‒ respondí. ‒ ¿Cómo estás?
‒ Feliz ‒ me besó.
‒ ¿Y eso? ‒ pregunté.
‒ Porque estoy contigo.