Después de la muerte de mis padres en un accidente, quedé huérfano a los diez años. Mi único pariente era mi tío Javier, el hermano mayor de mi padre, quien tenía cuarenta años, era viudo y vivía solo en una granja de su propiedad en lo más profundo de un bosque de encinos.

La granja estaba como a veinte kilómetros del pueblo más próximo y, a no ser que fueran los amigos de mi tío, nadie llegaba por ahí. Yo salía a la escuela muy temprano todos los días y mi tío iba a entregar los productos de la granja al pueblo cada semana, pero después de las dos de la tarde que regresaba yo en bicicleta de la escuela, estábamos casi siempre solos.

Durante mis primeros días en la granja, aprendí todo lo que debía hacer para ayudar a mi tío. Tan pronto llegaba de la escuela, comía. Después de comer me dedicaba a alimentar a las aves de corral, los cerdos y los perros que mi tío solía llevar con él cuando salía a cazar. Después, hacía mis deberes escolares, cenaba, lavaba los trastes, limpiaba la cocina y el resto de la casa y me iba a dormir para poder levantarme al día siguiente a las cinco de la mañana.

Esa sencilla rutina duró muy poco, quizá unas tres o cuatro semanas. Una noche, cuando me preparaba para irme a mi cama, mi tío me dijo que ya no dormiría yo solo. Me dijo que dormiría con él y como él; es decir, completamente desnudo. Recuerdo que aunque la orden de mi tío me pareció extraña, no me hizo sospechar nada malo, pues dormir con alguien como mi tío no me infundía temor y hacerlo desnudo me parecía lógico debido a que aún en invierno suele hacer calor en el lugar donde vivíamos.

La primera noche que dormí con mi tío, me abrazó toda la noche y yo sentí su miembro erecto tocando mi cuerpo hasta que me quedé dormido. Recuerdo que cada noche me decía que yo era suyo y que haría de mí una mujercita buena y obediente. Sus palabras me sonaban extrañas, pero yo no le preguntaba nada al respecto, pues hasta ese momento me había tratado con cariño y sus palabras eran suaves y yo sentía la necesidad de ser querido.

Fue así que cuando me pidió acariciar su pene con mis manos, yo lo hice sin sentir estar haciendo algo indebido. Hasta cuando me pidió chupárselo, lo hice pensando que me pedía hacer algo así porque me quería demostrar su cariño. Sin embargo, una noche, después de habérselo chupado me dijo que me volteara porque me lo iba a meter. Yo no sentí ningún temor hasta que el dolor que me producía al tratar de metérmelo me hizo sentir mucho miedo. Le dije que no, que no lo hiciera, que me dolía mucho.

El me dijo que lo sabía y que las primeras veces me iba a doler, pero que después me iba doler cada vez menos y que hasta llegaría a gustarme ese dolor. Yo seguí rogándole que no lo hiciera, pero él estaba decidido a metérmelo esa noche.

En el proceso, me desmayé debido al dolor. Al día siguiente, no pude levantarme para ir a la escuela. Dejó pasar un tiempo y de ahí en adelante, me violaba tres o cuatro veces por semana. El dolor que me producía era insoportable y suplicaba que no lo hiciera, pero de nada servían mis llantos, mis gritos y mis desmayos.

Sin embargo, muy lentamente, el dolor que, aunque nunca desapareció por completo, fue haciéndose cada vez más soportable. A la vuelta de lo que yo calculo que fue un par de años, ya era yo para él una mujercita buena y obediente. Conforme pasaba el tiempo fui haciendo más quehaceres domésticos como cocinar, lavar la ropa y planchar.

En cierta ocación, mi tío que, como dije, me usaba varias veces a la semana, dejó de hacerlo. Cuando ya no aguanté más sin que me tocara, me hablara diciéndome que era yo su mujercita y me lo metiera, me armé de valor y le pregunté si ya no le gustaba o si estaba enojado conmigo. Fue entonces que, cuando me respondió, empezó a hablarme de una manera diferente. Me dijo, «¿Qué, perrita? ¿Extrañas mi verga? ¿Ya quieres beber mi leche otra vez?». Yo, como lo único que quería era agradarle, sólo le respondí, «Sí, tío.» Esta breve respuesta mía, dio pie para que mi tío empezara a usarme de otra manera.

Aún hay mucho que contar. Espero que la priemra parte de mi relato despierte el interes de quienes lo lean y deseen conocer lo que sigue. Espero sus comentarios. Hasta donde ha quedado el relato, estaba por cumplir mis trece años; es decir, ya había estado vivienco en la granja de mi tío Javier más o menos dos años y medio. Viví con él hasta los dieciocho años.

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