Ese día habíamos madrugado más que de costumbre, porque teníamos que pasar por el chalet de Escalona a dejar a la abuela de Raúl y a su tía Ana. También a su padre, que había quedado en un bar del pueblo con unos amigos para ir de caza. Nosotros, por nuestra parte, habíamos organizado una pequeña excursión.
Así que, la Galaxy iba a tope. Raúl al volante, detrás la abuela y su tía Ana, que llevaba a la Tula en brazos; y en segunda fila, es decir, atrás del todo: su padre, su madre y Laura con su último novio (Daniel), que la llevaba sobre las rodillas. Yo, era el copiloto.
Al llegar al pueblo, paramos frente al bar en el que había quedado el padre con sus amigos; y mientras cogía sus bártulos de caza y Ana dejaba que la Tula bajara y lo olisqueara todo, yo aproveché para entrar en el aseo… ¡que descanso!
Ahora, de camino al chalet, los de atrás iban más dicharacheros…
Raúl coqueteaba sutilmente con Dani, pero no creo que el machito se percatara de nada; y menos aún su hermana Laura, que vivía en los mundos de Yupi…
Por fin, llegamos a Nombela y dejamos a la abuela y su tía Ana, que insistían en que nos pasáramos a tomar café después de comer. No sé cómo que quedaría la cosa, porque mi atención estaba puesta en el novio de Laura, que bajó para estirar las piernas y se reflejaba en el retrovisor… ¡que rico está el condenáo!
La madre se despidió de la tía y subió con nosotros después de coger una cesta que le daba la abuela
– ¡Venga chicos! ¡vámonos!… ¡que vamos a llegar a la hora de comer!
Instintivamente, Raúl y yo miramos nuestros relojes… (ya eran las diez y media)
– ¡Joder, como pasa el tiempo!, dije, sin pensar…
– ¡Bueno, venga! que hace un día estupendo, vamos a bajar al río…
A las once y cinco encontramos un sitio paradisiaco, en el que pudimos dejar la Galaxy y prepararnos para descansar y comer tranquilamente (muy cerca del río). El sol lucía maravilloso… y yo me sentí lleno de vida.
Raúl y su madre empezaron a extender unas mantas encima de la hierba, mientras Laura y Dani organizaban las cosas para la acampada, yo cogí mis prismáticos y me acerqué al río…
– ¡José! si te vas a ir a dar una vuelta, no tardes mucho; que ya sabes que me jode tener que esperar para comer
– ¡Vale!… ¡Oído!…
Estaba mirando unas hormigas que iban y venían por un pequeño camino, que seguro que habían hecho ellas mismas… y, poco a poco, sin apenas darme cuenta, terminé de rodillas, entre unos arbustos, con mis prismáticos sobre un hormiguero tremendo…
Oí un chapoteo en el río, que se iba acercando, y levanté la cabeza para ver que era…
Era un rubio, barbudo y barrigón (con apariencia de cuarentón) que avanzaba tranquilamente por el agua….
Era evidente que el río este año llevaba poca agua, por lo menos en este tramo.
Enseguida oí unas voces que le seguían… y alguna risotada… y vi como avanzaba un tiarrón (y digo tiarrón, por lo bueno que estaba el cabrón), moreno, pelicorto, con barba de un par de días, con un torso de infarto y en calzoncillos blancos y mojados (que dejaban ver un gran zupo) y unas poderosas piernas… (no creo que llegara a los treinta) y encima guapísimo. A su izquierda iba un cincuentón con pinta de guarro y aún más gordo que el rubio, que no dejaba de salpicarle con el agua… (de ahí que llevara los calzoncillos muy mojados)
Procuré no moverme nada, para no llamar su atención y no le quité los ojos al buenorro, que seguía hacia delante mientras era sobado entre risas y bromas por el gordo cincuentón, que le echaba la mano al culo de vez en cuando y se la subía por la raja, en esos andares torpes por el agua.
Esta visión me puso burro del todo y me paralizó totalmente.
Oculto entre los arbustos de la orilla, seguí mirándolos mientras pasaban delante de mí; y según iban pasando, mi visión mejoró…, (¡uff! que culazo tiene el cabrón). Y por el comportamiento del gordo cincuentón, estaba claro que al chico le iba la marcha, ya que no dejaba de tocarle y salpicarle según subían por el río…
– ¡Esteban! −dijo una voz desde atrás … y giré la cabeza para ver a quien gritaba
– ¡joder, tío! esperad un poco, que estamos cogiendo unos juncos para llevárnoslos…
Era un chaval más joven que el buenorro (bueno, ahora ya sé que se llama Esteban, porque fue él quien volvió la cabeza).
El chico, les hizo una señal con el brazo, indicándoles un sitio bajo un árbol en la orilla opuesta y les gritó…
– ¡No tardéis mucho!
Los tres hombres cruzaron a la otra orilla y se situaron bajo la sombra del árbol. El rubio, sacó unas toallas de un pequeño macuto que llevaba y las colocó en el suelo, mientras el chico dejaba a pie de árbol el paquete que llevaba en la mano, en el que iban sus chanclas envueltas en los vaqueros y una camiseta azul. Con mis prismáticos podía verles perfectamente, pero debía cambiar de posición, si no quería perderles de vista. Me tenían palote…
Me aparté de la orilla y lleno de excitación me dirigí a una parte del río por la que se podía cruzar a la otra orilla sin que pudieran verme. Cuando crucé, fui bordeando el río ocultándome entre la maleza hasta situarme en un pequeño montículo desde el que podía verles perfectamente. Estaban esperando a los dos más jóvenes.
Tumbado en el suelo y colocado de forma, que el cincuentón quedaba con la cabeza a la altura de su entrepierna, estaba esa preciosidad, boca arriba y con las piernas recogidas y estaba siendo inspeccionado por el cincuentón que le hurgaba con las manos en el culo; mientras, el rubio le comía el zupo…
¡Uff! ¡que subidón!…
Que cabrones, como se lo montan… seguro que se lo follan.
Miré a mi alrededor y no se veía ni un alma. Todo estaba tranquilo. Y esos dos cabrones dándose un festín…
Volví a mirarlos…
El gordo cincuentón le estaba bajando los calzoncillos y el chico tuvo que subir el culo y levantar las piernas para que pudieran sacárselos; momento en que el rubio aprovechó para cogerle por los pies y dándole la vuelta colocarlo cabeza abajo, dejándole con el culo abierto, de par en par y expuesto para ser disfrutado por sus ávidas y golosas lenguas… que empezaron a devorarle sin ningún miramiento.
¡De repente! un ruidoso chapoteo irrumpió cerca del lugar y unas risas entrecortadas llegaron a nuestros oídos.
Los dos más jóvenes llegaron con juncos y preguntas para el cincuentón. Querían saber si podían ir a dejarlos en el coche y donde les esperaban para ir a comer…
– Mejor los dejáis en mi coche, les dijo el rubio… tiene el maletero más grande y lo llevo vacío. Y sacó las llaves de uno de los bolsillos de sus bermudas y se las dio al más mayor, luego le preguntó al cincuentón si se quedaban ahí o subían más arriba; y el cincuentón miró a su alrededor fingiendo que lo pensaba y dijo…
– Aquí estamos bien, pero no tardéis demasiado que tu madre nos espera a las dos.
– ¡Joder Esteban!, que poca vergüenza tienes… en pelotas delante de mi padre y mi tío… ponte algo coño, que los vas a pervertir…dijo el más joven. Y se echó a reír…
– ¡Anda, anda! dijo el rubio. Tan modernos y mira que cosas dicen… tu Esteban, ni caso, que ahora me pongo en pelotas yo también… ¡coño!… si no hay nadie por aquí.
– ¡Va! dijo el cincuentón, no les hagas caso a estos niñatos, si estás más a gusto en pelotas, pues en pelotas… yo, porque con este cuerpo no me atrevo, si no…
– ¡Vale!… no te preocupes Esteban, que no le decimos nada a mi hermana…
Y se volvieron a ir, llevándose sus juncos, río abajo…
Esteban continuó sin abrir la boca y se dio la vuelta; verle boca abajo era tremendamente excitante… lujuria en estado puro.
El cincuentón se quedó en la orilla, mirando cómo se alejaban los más jóvenes, y yo diría, que vigilando su marcha… pero el rubio se acercó al chico y empezó a darle lengua en el culo a base de bien; el cabrón se lo debía estar pasando en grande, porque se abría de piernas y movía el culo cada vez más. Al rato se acercó el cincuentón y les dijo que ya estaban solos. Así que los maduros colocaron al chico adecuadamente; de forma que el cincuentón pudiera comerle el culo a sus anchas mientras el rubio engullía su zupo… y así estuvieron un largo rato hasta que el rubio dijo que quería follárselo.
Entonces le dieron la vuelta para que el rubio pudiera disfrutarlo; y el rubio empezó a bombear con un ritmo frenético… el cincuentón, por su parte, se amorró a su zupo…
¡Que espectáculo!, ¡por supuesto que yo me estaba haciendo el pajote de mi vida!… ¡Puaff! ¡Que rico!
Cuando terminé de hacerme el pajote, me dejé caer sobre la loma en la que estaba escondido; y descansé unos minutos. Me encontraba agotado; supongo que por la tensión acumulada. Sin embargo, no podía evitar sentir curiosidad por ver lo que hacían esos tres. Me incorporé y volví a colocarme detrás del arbusto que me ocultaba; esos dos carcamales seguían follándoselo a saco. Ahora, era el cincuentón, el que, sujetándole la pierna derecha bien arriba, se la clavaba pegándole fuerte, mientras el rubio barrigón comía zupo. La cara del follado era todo un poema… y con la respiración entrecortada pedía más…
– ¡Dame más fuerte cabrón!… ¡fóllame a tope!
El rubio, abandonó el zupo por un momento, y empezó a comerle la boca, con verdadera ansia. Entonces, el chico bajó la pierna y saco el culo para sentir el rabo del gordo cincuentón, que se le iba y se le venía sin parar. Las embestidas habían aumentado el ritmo y el chico ayudaba moviendo el culo para que le entrara hasta el fondo…
Y, yo no quería que esto se acabara. Así que, empecé a pensar en la manera de poder seguir disfrutando del espectáculo. Miré mi reloj, y eran las doce y veinticinco. Me dejé resbalar por la loma en la que estaba agazapado y decidí volver sobre mis pasos a donde estábamos acampados.
Cuando llegué…
– ¡Joder!, ya estás aquí… ¡estás desconocido!, me dijo Raúl. Laura, Dani y mi madre se han ido a dar una vuelta (señalando en dirección a la carretera).
– ¡Pues, es que!, me duele una muela ¡mogollón!… y me gustaría que me acercarás al pueblo; a ver si en la farmacia me dan algo, porque ya no aguantó más…
– Bueno, llamaré a estos, para que lo sepan; y cogió el móvil…
– Mamá, que voy a acercar a José al pueblo un momento; que está con dolor de muelas y no puede más… si, a ver si nos dan algo en la farmacia… no creo que tardemos mucho, pero, si no estamos a las dos, no nos esperéis ¿vale?
Nos subimos en la Galaxy, y en cuanto salimos del área en la que estábamos, le dije a Raúl que buscara un sitio resguardado para dejar la