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Mi experiencia con un chico tartamudo

Como vivo en una de las zonas más céntricas de La Habana, transito con frecuencia por un parque al que suelen acudir hombres gays con el propósito de conseguir algún ligue. Resulta que un mediodía mientras iba atravesándolo, observo que viene hacia mí un chiquillo de menos de 20 años que parecía querer comerme con los ojos.

Con la mirada más lujuriosa que he visto en mi vida parecía querer abordarme allí mismo en plena vía pública. Me pasó por el lado y al seguir de largo torció el cuello casi 180 grados para no perderme de vista hasta casi accidentarse ante un obstáculo que surgió en su camino.

Fue demasiado impactante para mí la insistencia de aquel imberbe, aún más joven que mi hijo. Era un chico rubio, delgado, bastante alto y bien parecido. Más o menos con un somatotipo elegible para integrar el elenco de actores de la compañía BelAmi. No pude aguantar aquello y seguí tras sus pasos. Sólo necesité caminar unos pocos metros a su lado y ya estábamos entablando una conversación.

Aunque sin necesidad de muchas palabras quedó claro que sus intenciones no eran otras que compartir un rato de apasionado sexo. Y menos mal que no hubo que hablar mucho, porque el joven Adonis tartamudeaba de una forma desesperante.

En poco tiempo llegamos al que sería nuestro nido de amor y caímos abrazados al instante. El intercambio de caricias nos puso a ambos a mil y la ropa comenzaba a estorbarnos, por lo que no nos demoramos mucho en las preliminares.

Ya desnudos practicamos un rato de sexo oral súper delicioso. Mamaba de una forma tan brutal que parecía temer que mi verga se fuera a derretir y no quería perder ni un solo sorbo de ella. La engulló toda que sentí cómo la punta de mi glande acariciaba lo más profundo de su garganta.

Más adelante me hizo saber que padecía de hemorroides, a lo que yo le contesté que si no se sentía bien no había necesidad de llegar a la penetración, y continuar con otras variantes también placenteras. Pero aún así insistió en que deseaba hacerlo de esa manera, pero que por favor fuera delicado.

Para no resultar muy agresivo decidí acostarme boca arriba para que él cabalgara sobre mí y pudiera controlar la profundidad e intensidad de las penetraciones. Cuando entró por primera vez emitió un sonido agudo y casi llora del dolor, pero poco a poco se fue adaptando hasta que comenzó a moverse lentamente para poco a poco acelerar el ritmo hasta llegar a parecer un animal desbocado. Su movimiento era tan acelerado que parecía una máquina y no un ser humano, todo esto acompañado con unos gemidos de placer que me excitaban cada vez más.

Con esa intensidad era lógico que no podría durar mucho tiempo y alcanzó el orgasmo bastante rápido. De pronto se sucedieron unas contracciones que nunca había visto en nadie. Las piernas le flaqueaban y su cuerpo temblaba por todas partes como un pollo al que le retuercen el pescuezo. Sus ojos se pusieron totalmente en blanco. Pensé que el chico estaba a punto de perder el conocimiento y asustado le saqué la verga y del culo empezó a salir una cantidad considerable de sangre.

Tuvimos que salir corriendo para el baño y en unos segundos el inodoro se tiñó totalmente de rojo. Afortunadamente la hemorragia se controló rápido y pasó el susto, quizás más mío que de él que posiblemente debe haber vivido otras experiencias similares.
Volvimos a acostamos un rato a reponer sus fuerzas, que buena falta le hacía. Como es de suponer, yo no había alcanzado el clímax, pero tras los acontecimientos ocurridos estaba muy lejos de sentirme excitado. Intercambiamos algunas frases así como algunas caricias no muy intensas hasta que transcurrido un tiempo pareció mejorar su estado de ánimo y se dispuso gentilmente a terminar su trabajo inconcluso.

Me costó un poco de trabajo al principio, pero el niñito era todo un experto en el oficio amatorio a pesar de su corta edad. Mamaba como una puta profesional y la cadencia de sus muñecas al manipular el falo era espectacular.
Fue tanto lo que me hizo disfrutar este segundo round que cuando logré eyacular los abundantes chorros de leche salieron disparados en todas direcciones. Cuando vio aquello me dijo casi gritando y con los ojos salidos de sus órbitas: «¿pero tú eres un hombre o una vaca?». Me partí de la risa con aquella expresión.

Tras superar su asombro me explicó que siempre ha estado involucrado con hombres mayores, e incluso su pareja oficial tiene 51 años. Y nunca había visto un hombre de más de 40 años eyacular de la forma que yo lo hice ese día: con tanta fuerza, tan abundante y tan consistente. Según su teoría, los «tembas» (término que se usa en el argot popular cubano para clasificar a los hombres cercanos a los 50 años) echan poca cantidad de semen, que es además aguado y amarillento. Habría que consultar los manuales de sexualidad a ver si eso es verdad.

Tras esa tarde, no volvimos a vernos más, pero luego del susto que pasé no sé si querré repetir la experiencia. Hilvanando los detalles de lo que viví llegué a la conclusión de que aquella tartamudez y las convulsiones pudieran tener relación con algún problema neurológico.

Lo menos que desearía es tener que llamar a una ambulancia por tener entre mis brazos a un adolescente debatiéndose entre la vida y la muerte.

En mi imaginación me veía debatiéndome entre médicos y policías todos exigiéndome una explicación. Llegué hasta cuestionarme por qué no verifiqué cuál era se verdadera edad. Me dijo que tenía 19 años, pero y si mintió y es aún menor de edad, en qué lio me meto.

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