Apenas llegaríamos a los catorce cuando ocurrió esta historia en la que, por primera vez, descubrí lo que suponía el deseo carnal más voraz y excitante. Había un chico nuevo en mi clase, venido de América Latina, que tenía algunos problemas en relación con los estudios.

Era algo reservado y siempre se sentaba solo, intentando concentrarse inútilmente en una materia que nunca aprobaría. Yo jamás me había fijado en él, e incluso, llegué a pensar que era algo pesado, por su insistencia en hablar de cosas que no me interesaban en absoluto.

Durante los patios, también iba solo; salvo cuando venía conmigo y con un amigo: muy de vez en cuando, ya que no le recibíamos con los brazos abiertos, a decir verdad. A medida que transcurría el tiempo, me iba dando cuenta de que Germán, que así se llamaba el chico, tenía un cuerpo bastante trabajado por el deporte y que era esta materia, es decir educación física, la única que lograba sin mucha dificultad.

Yo intentaba ser amable con él porque siempre me ha sido difícil llevarme mal con la gente y, a veces, le ayudaba con algunos deberes solo por pura pena. Un buen día, tras la clase de educación física de dos horas, acudimos todos al vestuario para cambiarnos y prepararnos para la siguiente clase. Germán estaba bastante contento ya que había conseguido una nota elevadísima que le permitiría compensar su suspenso en Lengua.

Debido a su pequeña euforia, tardó más de lo habitual en cambiarse y, tras unos minutos, solo quedamos él y yo cambiándonos. Él estaba en calzoncillos cuando me dijo: “Buah, ¡ésto me va a ayudar muchísimo!” Yo podía observar sus slips grises aferrados a un bulto portentoso y, además, su vello sobresalía por el calzoncillo de un modo que me excitaba sobremanera.

Sus abdominales y sus pectorales al descubierto me calentaron de tal modo que me provocaron una erección que traté de disimular. “Voy a ducharme” dijo de pronto, todavía alegre. Entró en la ducha y la pared tapó el resto. Lo único que oí después fue el sonido de la ducha al accionarse. Él se reía, mientras el agua caía sobre su cuerpo. La excitación me dominaba y solo podía pensar en las gotas que se deslizaban por sus piernas, únicos miembros que lograba ver. Yo quería más. “¿No te duchas?” me preguntó el, de repente. Yo no lo tenía pensado pero la situación me impedía negarme y necesitaba acercarme a él.

Me levanté, me dirigí a la ducha de al lado y me quité los calzoncillos. “¿No te vas a duchar conmigo?” bromeó de pronto. Me reí solo para ocultar mi calentamiento instantáneo. Aunque, de repente, sin previo aviso, oí como la ducha de al lado se paraba y Germán se adentraba en la mía.

Mi primera reacción fue la de girarme para tapar mi pene pero, al mismo tiempo, no pude evitar mirar hacia su polla hinchada, gorda y bastante larga en la que colgaban unos huevos redondos y rodeados de una maraña negra que me ponía a mil. “¿No me la chupas?” me soltó, con una sonrisa en la boca.

Al principio le miré con extrañeza pero después supe que no podía desaprovechar el momento así que me agaché y comencé a saborear su miembro. Sabía a macho y a sudor y eso me excitaba muchísimo. Recuerdo que estaba caliente y dulzona por el líquido preseminal que salía de la punta semicubierta.

Estuvo golpeándome con sus huevos hasta que finalmente me anució que se corría. Yo no quise apartar mi boca que estaba absorbiendo aquella delicia viril. Germán se corrió dentro de mi paladar como si fuese la última y yo pude saborear hasta la última gota.

Lo que más me excitó fueron sus pequeños gemidos mientras me agarraba la cabeza con sus musculosos brazos. Tras aquello, nos vestimos y nos dirigmos a la clase de Lengua en la que no pude parar de mirarle durante toda la hora.

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