— Papi, ¿puedo ver? ¿puedo ver al primo?
— Ahora estás castigado. Date la vuelta, te dije de cara a la pared. Que no tenga que levantarme
— ¿Y cuándo puedo verlo, Papi?
— Cuando te portes bien
— Papiiii, quiero ver al primo. Por favor. Ya llevo media hora aquí
— Te faltan cinco minutos, jovencito. Si sigues mareándome te voy a calentar el culo
— ¿Pero después puedo verlo, Papi?
Papi dudaba de la respuesta. No quería ser demasiado severo.
LO MÁS RECIENTE
- La gran herramienta de mi padre
- Le di un masaje a mi papá luego de su partido de fútbol
- Lo confieso: le hice un oral a mi padre
— ¿Puedo Papi? ¿Puedo?
— Esta bien, Chiquitin. Pero ahora, cara a la pared y manos en la nuca»
— Vale, Papi. Gracias»
Una gran sonrisa iluminó la cara de Chiquitín mientras se colocaba como un niño bueno en posición de castigo. El niño había llegado a casa con una nota de su profesor.
Chiquitín asistía a una academia para jovencitos, y el profe advertía a Papi de lo poco trabajador que era su hijo; de no cambiar, no podría graduarse ni obtener el título que necesitaba para entrar como aprendiz en la empresa de su papá. Y a punto de cumplir los 20 años, ya era hora de que el muchacho empezara a trabajar.
Naturalmente, no llegó a pasar un minuto entre el momento en que Papi leyó la nota, el momento en el que agarró con fuerza a Chiquitín de la oreja, y el momento en que empezó a bajar los pantaloncitos cortos del niño para darle una azotaina.
Al bajarle los calzoncillos, vio que ya habían hecho el trabajo por él: las nalgas de Chiquitín estaban cruzadas de arriba abajo por marcas delgadas de color rojo. El profesor era muy eficiente y un gran partidario de utilizar la vara cuando sus alumnos eran holgazanes.
Papi se alegró de ver que su niño estaba en buenas manos y recibía en clase la disciplina que necesitaba, pero por otra parte le daba rabia que le hubieran quitado el placer de castigar a Chiquitín él mismo, uno de sus tareas favoritas como papá.
Con la miel en los labios, tuvo que renunciar a regañadientes a los azotes; no obstante, siguió bajando los calzoncillos del niño hasta sacárselos y dejarlo desnudo de cintura para abajo.
«Veo que te has llevado ya una buena zurra; si no, te pondría yo el culo como un tomate. Pero hay que castigarte de todas formas; ponte allí de cara a la pared y manos en la nuca, sin pantalones ni calzoncillos. Durante media hora no quiero ni oirte. Venga»
Animó el muchacho en su camino con un sonoro azote en su enrojecido culito. Chiquitín se colocó en su sitio habitual de castigo en la pared; a Papi le excitó ver las marcas de la vara en las nalgas desnudas, hasta que el teléfono lo distrajo.
Era su hermano; tío Sergio, radiante, le contaba que el encargado de la agencia de adopciones vendría esta tarde, y que por fin tendría a su niñito en casa. Le dio a Papi la dirección de la agencia en internet, y el link concreto de la página de Misha, el niño que había adoptado.
Papi lo felicitó; para su sorpresa, Sergio le pidió a él y a Chiquitín que fueran a pasar unos días en su casa para recibir al muchacho. Aunque para el joven recién llegado podría ser chocante encontrarse entre tantos desconocidos, no solo con su nuevo papá, sino con su tio y su primo, la agencia veía más fácil la integración de un jovencito cuando había otros niños en la familia.
Chiquitín debía ser, por lo tanto, un ejemplo de obediencia y sumisión para que su primo aprendiera más rápido a comportarse. Papi se aseguraría de que así fuera. Y habría que empezar a tomar medidas ya mismo; al oír que su primito estaba al llegar, el joven abandonó su lugar de castigo para atosigar a Papi con preguntas.
«Papiiii, ¿viene el primito? ¿Viene yaaaaaa?»
Ante tan buena noticia, Papi pensaba levantarle el castigo, pero Chiquitín se puso tan pesado que para que se callara tuvo que agarrarlo de la cintura, propinarle cuatro o cinco azotes, y llevarlo de nuevo sollozante y de la oreja de cara a la pared.
Con el pequeño ya calmado, Papi pudo sentarse tranquilamente ante el ordenador y conectarse a niñosdeleste.com, la web de la agencia de adopciones. Traerse a un niño de los países del este era una opción cada vez más practicada por los papás; los trámites duraban mucho menos que con un niño del país: Tío Sergio había conseguido traerse a Misha en sólo tres meses, mientras que Papi había tardado más de un año en conseguir a Chiquitín. Además, los niños del este eran más dóciles y fáciles de educar. Y muy guapos, como comprobó Papi al entrar en la web.
Montones de adolescentes en busca de papá dirigían sus miradas, a veces inocentes, a veces pícaras, a Papi desde la pantalla del ordenador. La agencia los catalogaba por muchos criterios; país de origen, tipo de cuerpo, más delgado o más atlético, edad, desde pequeños adolescentes de 16 años hasta niños ya más formados de veintitantos, y condiciones del contrato de adopción. Papi pulsó la condición de aceptar castigo corporal de sus papás; se abrió una nueva pantalla de chicos sumisos, pero era difícil encontrar a Misha entre ellos.
Papi tecleó el link directo hacia la página de Misha, y el muchacho lo miró sonriente. Tenía 18 años, era delgado, rubito, y con cara angelical. Se definía como un niño obediente, que a veces podía ser travieso también, aunque nada que no se pudiera remediar con una mano firme. Buscaba un papá cariñoso que le hiciera sentirse protegido. Entendía que papá a veces debía castigarle y prometía ser bueno.
Era fácil de entender que tío Sergio se hubiera quedado prendado del niño. Viendo a tantos chicos guapos, a Papi le habían entrado ganas de darle un hermanito a Chiquitín, pero ahora su sobrino le parecía especial y diferente a todos los otros niños de la web. Papi vio todos sus fotos, por supuesto también los desnudos; la agencia sabía que poner fotos de los niños desnuditos aumentaba las adopciones; a los papás les gustaba ver los culitos que más tarde podrían acariciar, y, en algunos casos, azotar.
Tío Sergio había ido a visitar a Misha a su país, un trámite obligatorio para la adopción. Misha en persona era todavía más dulce que en las fotos, al parecer; se había dejado sentar en las rodillas de su futuro papá, besar y acariciar. Además de ser muy cariñoso, se había mostrado muy comprensivo cuando tío Sergio le había explicado, con ayuda de un intérprete, que era estricto y partidario de la mano dura, y que si lo adoptaba, le daría muchos azotes para enseñarle a ser bueno.
El intérprete le había propuesto poner al pequeño sobre sus rodillas y darle su primera azotaina, para que se fuera haciendo a la idea. Tío Sergio probó la sumisión del niño mandándolo levantar y desnudándolo delante del intérprete.
Aunque con cara muy seria y de circunstancias, Misha se dejó hacer y se colocó completamente desnudo sobre las rodillas de su futuro papá. Contento ante la obediencia del pequeño, tío Sergio no lo azotó; le dio un par de palmadas suaves, lo levantó y lo sentó de nuevo desnudito sobre sus rodillas para abrazarlo fuerte.
Papi recordó enternecido el relato de tío Sergio, no muy diferente de su primer encuentro con Chiquitín antes de adoptarlo. Ante recuerdos tan bonitos, no pudo menos que levantarle al niño su castigo; lo sentó desnudo de cintura para abajo sobre sus rodillas y lo abrazó muy fuerte, muy fuerte, como a él le gustaba.
Chiquitín, muy contento, llenó a su papá de besitos en la cara, los labios y el cuello, antes de ponerse como loco a ver las fotos de su primito.
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Cuando llegaron a casa del tío Sergio, Chiquitín y su Papi solamente tuvieron tiempo de saludar antes de que llamara a la puerta el encargado de la agencia de adopciones. El señor Fradkov era un hombre de la edad de Papi y el tío Sergio, sonriente y de aspecto afable, que hablaba correctamente aunque con un marcado acento extranjero. Lo acompañaba un representante de asuntos sociales, que traía cogido de la mano a Misha.
El muchacho, medroso aunque con expresión contenta, encandiló enseguida a toda su nueva familia. Tío Sergio lo estrechó cariñosamente entre sus brazos y le dio multitud de besos en las mejillas, antes de presentarle a su nuevo tío y su nuevo primo, que le dispensaron una bienvenida igual de calurosa. El encargado de asuntos sociales se marchó discretamente puesto que su función había ya acabado, dejando al señor Fradkov solo con la feliz familia.
Tío Sergio, radiante de alegría de tener por fin a su niño en casa, rodeó los hombros del pequeño en un abrazo protector, mientras hacía comentarios destacando lo guapo que era y lo bien que le sentaban los pantaloncitos muy cortos que vestía, aunque desaprobando el vello en los muslos de Misha. El señor Fradkov rió aprobando los comentarios del nuevo papá, antes de dar unas aclaraciones:
«Misha todavía no habla su idioma, no entiende más que unas pocas palabras. Una de sus primeras labores educativas como papá será enseñárselo. Como ya le comenté cuando vino a nuestro país, es un niño dulce pero un poco vago y mimoso. Necesita mano dura, y lo mejor será que le marque los límites muy pronto, ya desde hoy mismo. No tenga miedo de castigarlo en mi presencia, más bien al contrario. Yo tengo la obligación de quedarme hasta que compruebe que el niño obedece a su nuevo papá y está dominado y bajo control. Pero usted procure olvidar que yo estoy aquí; no intervendré salvo que lo vea necesario, y no ejerceré de traductor entre usted y su hijo. El muchacho debe acostumbrarse desde ahora a que le hablen en su nuevo idioma»
«Muy bien» Tío Sergio no quitaba los ojos de su niño; le acarició el trasero, bien marcado por los pantalones cortos, mientras le hablaba: «Misha, estás en casa»
El jovencito miraba alternativamente a su papá y al señor Fradkov, con expresión un poco confusa, puesto que no entendía nada de lo que los adultos decían. Tío Sergio le dirigió una amplia sonrisa, para darle confianza, mientras le preguntaba, ayudándose de gestos, si quería algo de beber.
El pequeño no parecía tener hambre ni sed. «Muy bien, entonces te daremos un buen baño. Lo necesitarás después de un largo viaje»
Papi propuso bañar a los dos niños juntos; de esta forma, para obedecer a los mayores, Misha sólo tendría que imitar lo que hiciera Chiquitín. Tío Sergio y el señor Fradkov encontraron excelente la idea.
Así pues, Papi empezó a desnudar a Chiquitín; Misha se extrañó un poco, y más cuando tío Sergio empezó a hacer lo mismo con él y le quitó el jersey. Cuando su nuevo papá empezó a desabotonarle la camisa, el pequeño se asustó y empezó a resistirse.
«Misha, tranquilo, sé bueno y estate quieto. Mira a tu primo»
Pero a Misha empezaba a asustarle que le hablaran en un idioma extraño y le desnudaran. Tuvo el impulso de echar a correr, aunque la mano fuerte de tío Sergio lo impidió.
«Jovencito, ¿dónde vas?»
El niño forcejeó con tío Sergio, que vio llegado el momento de estrenarse como papá. Moviendo la cabeza en señal de desaprobación, se sentó en una silla, agarró con fuerza al muchacho, y lo colocó boca abajo sobre sus rodillas para darle a su hijo sus primeros azotes.
«Niño malo, PLAS, niño malo, PLAS, niño malo, PLAS»
La reacción de Misha era comprensible dadas las circunstancias, por lo que tío Sergio no pegó demasiado fuerte; solo quería que el niño comprendiera que lo que hacía no estaba bien. Le dio tres o cuatro azotes flojos más sobre la parte trasera de sus pantaloncitos, y a continuación le acarició el trasero cariñosamente antes de poner al niño de nuevo en pie.
Misha se llevó las manos a las nalgas con expresión de fastidio. Tío Sergio le dio una palmada suave en las manos y se las colocó cruzadas detrás de la nuca, mientras le desabotonaba la camisa. Tras la camisa, tío Sergio le quitó los zapatos y calcetines. La estupefacción, y también podría decirse que el miedo, se iba dibujando en la cara de Misha, al ver que Papi estaba ya bajándole los calzoncillos a Chiquitín. Sobre todo al ver las tenues pero perceptibles marcas de la vara en sus nalgas. El pequeño empezó a sacudir todo su cuerpo con expresión de rechazo cuando tío Sergio le bajó los pantalones.
«Misha, quieto»
«Miiisha, quieto, si no ya sabes lo que pasa»
Al ir a bajarle los calzoncillos, la única prenda que separaba al niño de la desnudez total, Misha hizo un nuevo intento de escapar. Con agilidad, tío Sergio lo capturó enseguida y lo llevó cogido de una oreja hasta la silla, en la que le esperaba un nuevo castigo.
Para su segunda azotaina, el pequeño parecía ya conocer la rutina y se resignó sin oponer mucha resistencia mientras tío Sergio lo colocaba boca abajo sobre sus rodillas. Sí hubo protestas cuando su papá le bajó los calzoncillos y el bonito culo de Misha apareció a la vista de los presentes. Tío Sergio aplacó rápidamente las protestas descargando el primer azote.
El señor Fradkov contempló con admiración, y también con excitación, lo rápido que había entrado tío Sergio en su papel de papá, y pensó en el informe tan favorable que iba a redactar para la agencia de adopciones. Tío Sergio azotaba a Misha con toda la naturalidad de un padre que llevara toda la vida haciéndolo; lo suficientemente fuerte para hacerse respetar, pero teniendo en cuenta también la poca experiencia del joven, cuyas hermosas nalgas iban adquiriendo un tono rosado, que con el paso de los minutos y los azotes se iría convirtiendo en un rojo intenso. Viendo la manera experta en que castigaba a su hijo, tío Sergio, además de disfrutar de una forma natural dando azotes, debía de tener experiencia en la disciplina de muchachos.
El hombre pensó que seguramente la experiencia le vendría de cuidar de su sobrino; sentado desnudito sobre las rodillas de su papá, Chiquitín contemplaba el castigo con una sonrisa tierna de admiración a su tío, y al mismo tiempo de comprensión hacia el niño azotado. Papi le acariciaba con dulzura las piernecitas mientras alababa también en su interior la autoridad de su hermano a la hora de imponer disciplina.
Muchos azotes después, el culito de Misha descansaba, caliente y colorado, sobre las rodillas de tío Sergio, que lo acariciaba mientras el muchacho sollozaba. No habría ya más intentos de rebelión; tío Sergio levantó cuidadosamente al niño de su regazo, y lo abrazó. A pesar de los azotes, el jovencito se apretó con fuerza contra su papá; había entendido que debía obedecer, y se dirigió sin rechistar, desnudo y con el culito rojo, hacia el cuarto de baño. Chiquitín se levantó también de las rodillas de su papi, y los dos jovencitos fueron cogidos de la mano de sus papás, desnudos y obedientes, hacia la bañera.
Tío Sergio los colocó a los dos de pie en la bañera y jugó a remojarlos con el agua templada. Chiquitín y Misha rieron contentos, y Misha ya no parecía tan cohibido como hacía un rato. Hasta se habría olvidado de la azotaina que acababa de recibir si no fuera porque tío Sergio dirigía a veces un chorro de agua caliente hacia sus nalgas todavía escocidas; el muchacho ponía entonces cara de dolor y se frotaba el culete con las manos mientras Chiquitín y los adultos se reían.
Pero llegó la hora de ponerse serios, y pasar a la limpieza de los pequeños. Tío Sergio cogió un gran cepillo lleno de agua jabonosa y empezó a frotar con energía a Chiquitín. El muchacho, que se había puesto mimoso tras los jueguecitos con el agua, empezó a quejarse de la severidad del cepillado y a arquear y doblar el cuerpo para intentar zafarse. Tío Sergio lo agarró de la colita para que no se moviera, pero el resultado fue que las quejas del muchacho se redoblaron, y Chiquitín acabo resbalando y empujando a Misha. Los dos niños estuvieron a punto de caer de bruces fuera de la bañera, y tío Sergio acabó empapado.
Chiquitín pidió perdon, pero la expresión de tío Sergio dejó claro que no iba a pasar por alto esa irresponsabilidad de su sobrino. Tras soltar el cepillo, atrajo al pequeño hacia sí, le hizo inclinarse, y empezó a darle una merecida zurra en el culete mojado.
En solo un par de minutos, Chiquitín había pasado de la risa y el juego al quejido y al escozor en el culete. Los azotes de la pesada mano de tío Sergio picaban el doble sobre las nalgas mojadas; tío Sergio obligó al muchacho a inclinarse más para colocar el culito bien en pompa, poniendo el ano y los genitales de Chiquitín perfectamente a la vista, tanto a la suya como a la de Papi y el señor Fradkov, que contemplaban el justo castigo del muchacho con aprobación.
La azotaina proseguía ante los ojos atónitos de Misha, que se acariciaba las nalgas ante la terrible posibilidad de que su nuevo papá la emprendiera a continuación con él. Chiquitín se quejaba cada vez con más fuerza; aunque era consciente de su comportamiento travieso y sabía que se merecía una zurra, los azotes sobre el culete mojado y todavía no completamente repuesto de la vara, eran un castigo severo, hasta para un niño acostumbrado a la mano dura de Papi.
«Aaaau, uuuuuuuh, ayyyy, tío Sergio nooo, perdón, aaaaay»
«Niño travieso. Muuy travieso. Ya te enseñaré yo a jugar en la bañera»
Cuando el culito de Chiquitín alcanzó un tono rojo tomate y el pequeño pensaba que ya nada podía empeorar, tío Sergio le demostró lo equivocado que estaba cogiendo el gran cepillo y empezando a azotarle con él. Efectivamente, nuevas cotas de escozor en el trasero eran todavía alcanzables para nuestro amiguito.
«Aaaaaaay, el cepillo nooooooooooo»
Papi se sentía a la vez divertido y muy excitado por la visión de las nalgas casi escarlatas de Chiquitín ofrecidas para el castigo. Pensó acertadamente que tío Sergio estaba dándole a su sobrino un escarmiento para que el aterrorizado Misha tomara buena nota y no se moviera cuando le tocara el turno de baño.
Y así fue. Cuando por fin el cepillo dejó de caer sobre el culete de un sollozante y tierno Chiquitín, tío Sergio pudo seguir con el enjabonado y aclarado del niño sin nuevos problemas. Y la misma falta de incidencias se produjo con Misha; muy prudente ante la gran azotaina que acababa de presenciar, el jovencito ni se inmutó cuando tío Sergio lo enjabonó, ni siquiera a la hora de lavar los genitales del pequeño, con los que su padre se detuvo un buen rato.
A continuación, ante un levísimo gesto de su papá, Misha se dio la vuelta y se inclinó dócilmente para permitir el aseo de su trasero, que incluyó una delicada penetración digital por parte de tío Sergio en el ano del pequeño. Un tímido ay, que sonó cuando el joven notó el dedo enjabonado en su interior, fue la única protesta que se oyó en un momento tan difícil como el primer baño de un niño recién adoptado. El señor Fradkov pocas veces se había encontrado con papás primerizos tan expertos.
Finalizado el baño, tío Sergio ayudó a los pequeños a salir de la bañera y los secó cariñosamente. Con el culito todavía inmensamente rojo, Chiquitín recuperó la sonrisa con los mimos de su tío al secarlo. También Misha, limpito y más guapo aun que antes, se veía contento y sonriente.
Mientras lo secaba, tío Sergio deseó afeitarle el vello púbico y de las piernas lo antes posible; pero eran ya bastantes cambios en la vida del joven para un solo día, y también había que dejar algo para hacer al día siguiente. Sentó a Misha sobre sus rodillas y acarició su cuerpecito desnudo de adolescente.
«Muy bien, jovencito. Ahora a cenar y a la cama»
Visto el dominio de la situación que había demostrado el tío Sergio, el señor Fradkov decidió dar su misión por finalizada. Solo restaba por cumplir con las formalidades legales y hacerle su regalo al nuevo papá.
«De acuerdo; creo que ha llegado el momento de dejar a la familia sola. Creo que va a ser usted un excelente papá para Misha» Abrió el maletín que traía consigo. «Ser papá es una tarea dura, no obstante, y tengo aquí algunos instrumentos que pueden serle útiles; es un regalo de la agencia de adopciones»
El señor Fradkov comenzó a extraer artículos del maletín. El primero era una zapatilla.
«Esta zapatilla tiene una suela especial, dura y resistente; naturalmente puede ser calzada, pero está especialmente diseñada como instrumento de castigo. Vea que suela; se pueden dar unas palizas estupendas con ella» El señor Fradkov, tras palpar la suela, le pasó la zapatilla al tío Sergio que la observó con detenimiento y aprobación.
«Lo mismo puede decirse de esta regla; muy efectiva para utilizar con el muchacho colocado sobre sus rodillas ….. pero si prefiere los azotes con el culito inclinado sobre la mesa, esta vara es de primera clase. Una buena azotaina con esto, y tendrá a Misha obediente y sumiso durante varios días»
Tío Sergio miró sonriente a Misha; la expresión tan seria del niño, que se llevó ambas manos a las nalgas con consternación, evidenciaba que comprendía perfectamente para que servían aquellos instrumentos.
«Y he aquí un pequeño látigo compuesto por varias ramas; seguro que ahora le parecerá un castigo un poco excesivo. Pero los niños a veces se portan mal, e incluso los mejor educados necesitan una lección especial que recuerden durante algún tiempo. Aunque no lo crea, acabará dándoles buen y frecuente uso a todos y cada uno de estos instrumentos. Sobre todo, se dará cuenta de cuanto los necesita el culete de Misha y del excelente resultado que dan»
Tío Sergio agradeció efusivamente la generosidad de la agencia.
«Ah, se me olvidaba algo importante» El señor Fradkov sacó varios metros de cuerda enrollada. «Durante los primeros días, tendrá que atar a Misha en muchas ocasiones, sobre todo a la hora de dormir. Es imprescindible, puesto que por momentos tendrá deseos de escapar; los intentos de fuga son completamente naturales en las adopciones, especialmente antes o después de una buena zurra en el culo. Cuando ocurran, hay que castigarlos severamente, pero no darles mayor importancia»
Tras dar la mano a tío Sergio y a Papi y besar a los niños, el señor Fradkov se marchó contento y orgulloso de la familia que había conseguido para Misha.
Esa noche, tío Sergio durmió por primera vez con su hijito. Al ir a atar su cuerpo desnudito a la cama, el pequeño intentó forcejear. Desde el cuarto contiguo, Papi y Chiquitín escucharon la azotaina que tío Sergio se vio obligado a aplicar al pequeño para hacerlo entrar en razón.
Sin dejarse amilanar por las abundantes lágrimas que corrían por la cara de Misha ni por el vivo tono rojo que los azotes habían dejado en sus nalgas, tío Sergio ligó con fuerza los dos brazos y las dos piernas del joven a las esquinas de la cama, y, una vez bien sujeto, comenzó a acariciar todo su cuerpo con suavidad.
Tío Sergio puso un especial énfasis en la colita del niño, que empezó a crecer ante las caricias de su papá. Misha fue pasando progresivamente del llanto a la tranquilidad, y de la tranquilidad al placer, hasta lograr un orgasmo de una intensidad que sorprendió a ambos. Como ocurre con muchos otros niños, el placer de Misha se veía aumentado por la sensación de ser sometido y castigado.
Aliviado y tranquilo, el pequeño se durmió dulcemente rodeado por los brazos de su papá. Tío Sergio acarició los cabellos del muchacho dormido pensando que su sueño se había hecho por fin realidad. Al día siguiente, comenzaría la nueva vida de Misha; los pantalones cortos ya estaban preparados, así como la cuchilla para el afeitado del vello, y los instrumentos de castigo, necesarios para las lecciones de español que él mismo le impartiría.
Tío Sergio imaginó la dulce escena del bonito culo desnudo de Misha inclinado sobre la mesa durante las clases; el cuaderno, los pantaloncitos cortos por las rodillas, las marcas de la vara en las nalgas, los genitales asomando …. El nuevo papá se durmió con una sonrisa en los labios, la de quien tiene la seguridad de que sus deseos se van a cumplir muy pronto.
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