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El coger de mi chófer

«Pedro de Miraflores», así le gustaba al chófer de nuestra casa que se le llamase, un negro cubano que hacía muchísimos años había entrado a trabajar de la mano de su esposa, Florinda. Había pasado a ser casi de la familia. De pequeño recuerdo que me gustaba sentarme entre sus piernas para llegar al volante del viejo Mercedes que conducía con la misma cadencia con que lo hacía todo. Recuerdo también la sensación que me producía el contacto de su miembro, cuando yo por lo que fuera saltaba y mi culo rozaba su polla.

Poco a poco y por motivos escolares, nos fuimos haciendo mayores y pasamos a los internados a los que era costumbre ir los miembros de la familia. Y a él, como al resto de la familia, los veía sólo en períodos vacacionales. Cuando cumplí los dieciséis años, una de las épocas más conflictivas de mi vida, descubrí de pronto que el chófer había envejecido, su pelo se había vuelto blanco, pero la edad le había dado un gran atractivo.

Era verano y tocaba ir a la playa a recoger a mi madre, así que me ofrecí a acompañarlo. Cuando llegamos mi madre no quiso venirse, se disculpó por habernos hecho ir y se quedó con sus amigas jugando al bridge; yo por mi parte, logré convencer a Pedro para que me llevase a la zona de las dunas, que estaba muy cerca de nuestra casa de verano, y en una especie de descampado cercano, para poder hacer prácticas de conducir como cuando era pequeño.

Pedro era muy alto, por lo que el sillón estaba adaptado a su estatura y yo no conseguía llegar a los pedales. Además, el paso de los años había hecho que el sillón se anclará en ese sitio y no hubo manera de moverlo.Entonces, le propuse sentarme sobre sus piernas como cuando era pequeño; él no quería, pero logré convencerle poniendo la cara de pucheritos que lograban ganarme su voluntad.

LO MÁS RECIENTE

Al final accedió, pero después de varios arranques en falso y algún que otro frenazo brusco, noté su miembro en mi culo. En el fondo era lo que realmente estaba buscando, él intento reacomodarse en el sitio pero yo apreté mi culo contra su paquete y pude notar entre mis nalgas su verga aún flácida pero que tenía un buen tamaño. Él tosía y me pedía que parásemos; se nos hacía tarde para la cena y su mujer se preocuparía, pero a mí lo que más me preocupaba en aquel momento era sentir más aquella polla que apenas la separaba un pequeña tela.

Moviendo las caderas, conseguí excitar bien a aquel negraco, que puso sus manos en mis muslos, me tiró hacia él y clavó su paquete en mi culo. Esta vez me asusté porque su polla se había empalmado y era muy grande, además estaba muy caliente. En ese momento no sabía hasta dónde podía llegar aquello que yo había iniciado, ni siquiera sabía cómo pararlo.

Me asustaba también que en cuestión de sexo yo andaba muy falto de experiencia, me había pajeado con alguno de los compañeros de internado y se la chupaba de vez en cuando a uno de los profesores en prácticas, un seminarista que, como mucho, me metía la punta del dedo en el culo, pero que el tamaño de su miembro no tenía nada que ver con el de Pedro.

Finalmente me dejé llevar, en un momento en que salimos del coche para meternos en la parte de atrás, Pedro me desvistió y se sacó los pantalones, dejando ver su enorme verga. Yo me senté en el asiento y se la chupé. Apenas me cabía la punta en la boca y se la debía sostener con las dos manos, porque una mano sola no abarcaba todo el grosor. Luego Pedro me recostó y se echó encima de mí, se quitó su camisa y me besó.

«No me hagas daño», le dije, a lo que respondió con una sonrisa y un beso. Luego llevó su mano hasta mi culo e introdujo uno de los dedos que previamente ensalivó en mi culo. «Te lo voy a llenar de mi leche», me dijo a la vez que introducía el dedo en mi agujero. Yo temblaba, pero poco a poco me calmó, luego con un poco más de saliva me sentó sobre sus piernas y poco a poco me fue atrayendo hacia él. Me colocó el pene en la entrada del agujero y me sostuvo en el aire, para ir dejándome caer sobre su verga poco a poco. Y así poco a poco fue entrando en mi cuerpo, y de esa manera perdí mi virginidad.

Al principio recuerdo que estuve a punto de perder la consciencia del inmenso dolor que sentí, pero a medida que su pene iba atravesando cada uno de los esfinteres de mi culo, el placer se iba intensificando cada vez más. No me hizo falta tocarme para correrme, él derramó toda su leche dentro de mí. Cuando acabamos me coloqué en su regazo y me abrazó como cuando era un niño. Luego volvimos a repetirlo, pero esta vez me penetró con mucha menos delicadeza, y me folló con unas embestidas brutales, a la vez que me asotaba y me llamaba puta.

Finalmente como ya no podía más, me dolía muchísimo el ano, acabé chupándosela hasta que me derramó la leche en el fondo de mi garganta. Creo que, a pesar de que ya tengo casi treinta años, iré a visitar al viejo Pedro, que quizá a pesar de que ya está más mayor, querrá seguir dándome clases de conducción.

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