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Entre el odio y el deseo

Mi nombre es Santi, tengo 21 años y soy de Paraguay. Esta historia ocurrió en el 2021, en pleno auge de la pandemia, cuando las clases pasaron de ser virtuales a híbridas. Todo parecía volver a la normalidad, pero lo que jamás imaginé fue lo que sucedería con Sebas, el chico que solía hacerme la vida imposible.

Sebas era el típico líder del grupo: atlético, popular y con una sonrisa que ocultaba su lado más cruel. Durante años, soporté sus comentarios hirientes y bromas pesadas. Sin embargo, algo en su mirada siempre me desconcertaba, como si detrás de su actitud arrogante hubiera algo más.

Todo comenzó un día cuando me llegó un mensaje suyo.
Sebas: “Hola, ¿qué tal?”
Me tomó por sorpresa. Era raro que él, de todas las personas, quisiera hablar conmigo. Dudé antes de responder, pero al final lo hice.
Yo: “Hola. Bien, ¿y vos?”
La conversación fluyó de forma extraña, como si estuviera buscando algo pero no supiera cómo decirlo. Hasta que, de repente, escribió:
Sebas: “Te quiero pedir un favor… pero tenés que prometer que no vas a contarle a nadie.”

El corazón me dio un vuelco. ¿Qué podría querer de mí? Le aseguré que su secreto estaba a salvo, y entonces lanzó una pregunta que jamás esperé:
Sebas: “¿Podríamos vernos? Tengo algo que necesito hablar con vos en persona.”

El día siguiente, nos encontramos después de clases. Yo estaba nervioso, no sabía qué esperar. Cuando llegué, él me estaba esperando en su casa, lejos de las miradas de los demás.

Al principio, todo fue incómodo. Sebas parecía luchar con sus palabras, como si estuviera lidiando con un peso enorme. Finalmente, dejó escapar un suspiro y confesó:
“Siempre te molesté porque… no entendía lo que sentía. Era más fácil burlarme que enfrentarme a mí mismo.”

Esa confesión lo cambió todo. Por primera vez, vi a Sebas como alguien vulnerable, alguien que no era tan seguro de sí mismo como aparentaba.

Sus palabras me dejaron sin aire. No sabía qué responder, pero algo en mí quiso quedarme y escuchar más. Entonces, Sebas dio un paso más cerca, su voz temblando mientras me preguntaba:
“¿Te quedarías un rato más? Creo que hay algo que podemos intentar… juntos.”

Sentí cómo mi corazón latía con fuerza. Aquel chico que me había atormentado por años ahora estaba frente a mí, mostrándome un lado que jamás creí que existiera. Me acerqué, nuestras miradas se encontraron, y en ese momento entendí que ambos estábamos cruzando un límite del que no había vuelta atrás

error: ¡Hey! Jálatela, no te los lleves.