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Empecé por curiosidad y me terminó gustando comer penes

Antes que nada he de platicarles sobre mi. Soy mexicano, tengo 23 años y mido 1.78 de estatura, soy moreno, de cabello negro y ojos oscuros y profundos. No soy gordo, pero tampoco delgado; vaya, soy el chico promedio de mi país.

Todo comenzó un día que por casualidad descubrí una página de cruising, donde se hablaba de un conocido baño de vapor de la ciudad. Yo lo conocía ya que solía pasar seguido por ahí, pues estaba rumbo de mi casa.

En ese foro descubrí que en aquel lugar se celebraban orgías y que era un lugar preferido por la comunidad homosexual, ya que los dueños permitían abiertamente que se tuvieran relaciones en el área general, y leyendo los comentarios que hacían los usuarios no pude evitar excitarme con sólo fantasear al respecto.

Esto hizo que la duda me albergara. Claro, ya había visto porno gay y la verdad es que me llamaba un poco la atención, sin embargo, tenía novia y asumía mi posición completamente heterosexual, sin embargo, leer aquellas experiencias y saber que había un lugar en donde podía acceder con relativa facilidad hizo que tuviera la idea de visitarlo.

Un día, terminé temprano con mis ocupaciones (soy recién graduado y estoy apenas creando un negocio), y al no tener que hacer, decidí, con miedo, ir al lugar en cuestión. Mientras empacaba mis cosas para salir de casa me pasaron por la cabeza diversas ideas, ¿qué tal si no le llamaba la atención a nadie? ¿o si alguien quería propasarse? ¿Y todas las enfermedades de transmisión sexual? Realmente tenía muchas dudas, pero mi morbo era mayor y decidí, al menos ir a mirar cómo iba todo.

Ya en la recepción, mi nerviosismo era evidente y el hombre en la entrada, ya entrado en años no colaboró con la situación. Al ser mi primera vez ahí, no tenía idea de qué hacer, por lo que, recordando la página, me limité a preguntar por el sauna general, a lo que el hombre, sin siquiera inmutarse, me indicó el camino y la tarifa.

Una vez habiendo pagado, me dirigí al lugar en cuestión. La verdad es que me da mucha vergüenza mostrar mi cuerpo, así que estando en los vestidores me despojé de la ropa de calle y pretendí entrar con camiseta y bóxers, pero el hombre a la entrada me lo prohibió, mostrándome un letrero que rezaba: “FAVOR DE ACCESAR SIN ROPAS AL ÁREA GENERAL DE VAPOR Y DUCHAS”.

Ya bastante avergonzado estaba cuando lo vi entrar. Era un chico un poco mayor que yo, entre 24 y 26 años. De piel más bien clara y velludo, aunque no mucho. También estaba un poco regordete, sin embargo, era bien parecido.

– ¿Es tu primera vez aquí, verdad?

– Sí –contesté-. ¿Cómo lo has notado?

– Se te nota nervioso, además nunca te había visto antes.

Mientras me hablaba me despojaba de la ropa, avergonzado con él por estar ahí, mirándome, pero al parecer a él le parecía perfectamente normal. Intenté parecer desinteresado:

– He venido a exfoliarme la piel, dicen que el vapor es bueno para los poros.

– Mmm –dijo él-. Me parece extraño ya que no vienes preparado para tomar un baño.

Tenía toda la razón, iba a entrar sin llevar ningún artículo de limpieza, así que era evidente que no iba a lavarme.

– Está bien, me haz atrapado, leí en internet sobre este lugar y quería conocer.

Se hizo un largo silencio, sentí su mirada tratando de analizarme pero a su vez me inspiró confianza, quizá porque no estoy acostumbrado a hablar con extraños y el platicaba de una forma muy relajada.

– ¿Eres hetero, verdad? –preguntó-

Esa pregunta me desarmó. Me sentí descubierto y estuve a punto de salir, pero algo me detuvo. Mi curiosidad era más grande y además, presentí que ya lo sabía así que le dije la verdad.

-Sí, soy hetero, es mi primera vez intentando esto pero la verdad tengo mucho miedo. No quiero que alguien se vaya a sobrepasar conmigo, porque realmente, tu sabes… soy “macho”.

– ¡Jajaja! –rió alegre- Tú no te preocupes por eso, pero si quieres un consejo, entra ahí como macho dominante, demuéstrales quien manda. 

Para ser sinceros esas palabras me orientaron y me dieron seguridad. Sin parecer romántico me parece que fue como un ángel que llegó a mi ayuda en un momento de incertidumbre. Empezó a desvestirse y yo decidí dejarlo solo y me apresuré a entrar al vapor. Justo antes de salir me dijo:

– ¡Por cierto! Mi nombre es Néstor

– ¡Mucho gusto Néstor! –respondí rápidamente-

Obviamente yo no le dije mi nombre, lo que menos quería era dar indicios de mi personalidad, no quise parecer grosero así que me hice el tonto y lo dejé ahí.

Ya dentro de la sauna alcancé a divisar unas pocas personas, quizá porque era aún de mañana. Había un viejo masturbándose a la distancia, un hombre de unos cuarenta años y otro de unos sesenta permanecían sentados al fondo y otro viejo leía el periódico; aparentemente desinteresado de todo lo que sucedía alrededor.

Yo, envalentonado y en un acto casi involuntario grité:

-Ya llegó la verga ¿quién quiere chuparla?

Rápidamente se incorporaron los dos hombres sentados al fondo y se acercaron a mí. Mi primera impresión fue de susto, la verdad es que yo esperaba que nadie se interesara en mí y repentinamente era el centro de atención de las miradas, con dos prospectos abalanzándose sobre mí. No me quedaba más que asumir mi juego y pretender que yo dominaba la situación, así que me subí en la banca de concreto y me puse de rodillas, me quité la toalla y mi pene salió rápidamente y ya erecto al aire.

La verdad es que no tengo un pene muy grande, pero como lo tengo un poco curvado hacia arriba pareciera que sí lo es. De repente, las dos bocas estaban en un constante intercambio, jugando con mi pene y compartiéndoselo como si se tratara de un gran tesoro. Esa imagen me tenía súper excitado, sólo en mis sueños y fantasías me había imaginado que dos personas estuvieran al mismo tiempo chupándomela así que me olvidé de todos mis prejuicios y me limité a disfrutar de mi primera experiencia gay.

Estaban aquellos dos chupando con vehemencia cuando vi a Néstor aparecer en la entrada. Nos vio a la distancia y sonrió (a estas alturas ya me quedaba claro que era muy sonriente), se acercó a donde estábamos y dijo:

-Vaya, chico sin nombre, veo que has cazado rápido.

– Ya ves, rápido han venido a atenderme –respondí, entre apenado por la situación en la que me encontraba y jadeando por el inmenso placer-

– Es que no es muy común que venga carne joven por aquí, y bueno, tú te ves fresco –rió-.

No pude contestarle porque estaba respirando fuertemente, así que él se limitó a sonreír graciosamente mientras se ponía de rodillas también frente a mí.

-¿Qué haces? –dije sorprendido-.

-Querías convencerte, ¿no? Entonces habrá que hacerlo bien.

Dicho eso comenzó a compartir mi cipote con los otros dos hombres. Sentí como me elevaba al cielo y perdía el sentido de la realidad. Estaban ahí los tres. Néstor chupaba lentamente mi glande mientras los otros dos lamían mi tallo en una postal que quisiera haber podido fotografiar.

No pasó mucho tiempo cuando el viejo, aparentemente cansado, se puso en pie y se retiró a su espacio al fondo, por lo que tuvimos que adaptarnos. Néstor acaparó todo mi pene y el hombre cuarentón comenzó a chupársela a él, pero la suerte estaba de mi lado –o en mi contra según se quiera ver- y entró un nuevo hombre, atlético y bien parecido que llamó la atención del cuarentón por lo que también se levantó y fue tras él.

Ahora Néstor dominaba la situación, y el verlo ahí, sometido, y siendo yo “su macho” sentí ese momento, cuando sabes que estás listo para correrte y se lo hice saber. Rápidamente se sacó mi pene de la boca y yo en un acto reflejo comencé a masturbarme para acabar, el me retiró la mano y me dijo:

– Aún no es tiempo, como ya te dije, habrá que convencerte bien.

Me sentí un poco desconcertado porque había sentido el momento de explotar en un mar intenso de placer, y a su vez la incertidumbre de qué significaba eso de “convencerme bien”. Más tardé yo en pensar todo esto cuando él se tumbó boca arriba sobre la banca de concreto y me dijo: -“Gírate hacia la derecha”.

Obviamente el tono en que me lo dijo, entre cariñoso pero como una orden, hizo que le obedeciera sin rechistar y rápidamente metió su cabeza entre el pequeño agujero que quedaba entre mis muslos, quedando yo de frente al resto de su cuerpo.

-Siéntate –me ordenó-.

-¿Cómo? – dije sorprendido-

– Que te sientes, siéntate en mi cara, quiero oler ese culito tan rico que tienes.

Ya para ese momento, el lenguaje que antes me habría avergonzado ahora me excitaba y procedí a hacer lo que me dijo. Sentí el calor de su rostro y la silueta de su nariz que escrudiñaba mi agujero con persistencia.

-Mmm –gemí-. Esto no lo habíra imaginado jamás.

-Espera a ver lo que sigue. Con sólo olerte, creo que tengo ganas de probar.

Sentí claramente cómo la humedad de su lengua se colaba por mi ano. ¡Me estaba lamiendo el culo! No había sentido antes algo igual, era como entregarle una parte aún virgen de mí, que no sabía que podía darme tal placer. Sentía como me lamía de arriba abajo en un vaivén que involuntariamente comencé a hacer.

Estando yo dándole la espalda a su rostro, tenía frente a mí el panorama de su cuerpo. Pude observar detenidamente su cuerpo. Del abdomen estábamos prácticamente igual de velludos, pero del pecho me llevaba total ventaja; y tenía unos pezones pequeñitos. Él también estaba excitado, lo noté porque también la tenía parada, así que, como una muestra de gratitud empecé a tocársela. Creo que le gustó, porque sentí como tembló levemente.

Seguí acariciándole por un rato hasta que sentí, en un instinto animal, la necesidad de penetrarle. No tenía preservativos, no estaba en condiciones de salir por unos, y sinceramente no tenía ganas de metérsela por el culo, así que tomé la alternativa que tenía cerca y que tanto me había gustado, y se lo hice saber:

-Quiero follarte la boca –dije en tono bajo, como inseguro-

-¿Qué? No te escuché, dímelo fuerte, ¡Como un hombre!

Esa frase me llenó de vigor, sentí que después de todo yo era el que mandaba y que él estaba dispuesto a hacer lo que yo le dijera.

-¡Abre la boca! –le dije con voz de mando-

-¡Así me gusta, que estés seguro de lo que quieres! –dijo mientras abría la boca dispuesto a recibir mi pene.

Se lo metí despacio. Como la primera vez que tuve sexo con mi novia. Poco a poco se lo fui metiendo hasta que sentí su nariz en mis pelotas. Estuve así, dentro de su boca por unos veinte segundos hasta que el empezó a moverse, en un intento por respirar, y lo empecé a sacar lentamente. 

-Vaya que encaja perfecta –dijo-, pero no la dejes tanto ahí que me vas a ahogar.

Como ya les mencioné, mi pene está curvado hacia arriba, por lo que encajaba perfectamente por la forma que tiene la garganta. 

La metí nuevamente, esta vez un poco más rápido y empecé con un mete y saca rápido. Mientras tanto, yo seguía masturbándolo, ayudándome de un lubricante que él traía. A su vez, sólo escuchaba como hacía ruidos guturales porque estaba perforando su garganta y eso me excitó aún más. De vez en cuando se la sacaba de la boca para que pudiera respirar pero el me tomaba de las nalgas y me hacía metérsela otra vez.

Estuvimos así por unos minutos, y como ya me había cortado el rollo una vez, supe que estaba a punto de eyacular, así que, en un acto de maldad, de esa maldad que sólo surge en el sexo se la saqué y le dije:

– Respira profundo.

Creo que lo tomé por sorpresa, pero al parecer entendió rápidamente lo que iba a hacer. Alcanzó a tomar una bocanada de aire y antes de que pudiera terminar se la metí hasta el fondo. Intentó decir algo pero no podía, y yo, inundado de placer no le hice caso. Pronto vino el clímax. Sentí como lo llenaba por dentro, en la que es quizá mi eyaculación más duradera. Sentía como salía el semen disparado en una cantidad que nunca antes lo había hecho. Néstor empezó a toser, pues vaya que se lo había tragado todo y se la saqué lentamente.

-¡Pequeño cabrón! –dijo tosiendo mientras se levantaba-.

Al parecer iba a decir algo más pero la tos se lo impidió. Pude ver como sus ojos lloraban y temí que me hubiese excedido. Lo miré con preocupación pero después el me sonrió y supe que todo estaría bien.

-Ahora me tendrás que ayudar –dijo habiéndose recuperado-.

Pensé que sería su venganza, que se iba a cobrar de la misma manera conmigo y me asuste´, pero dijo sin interrumpirse a sí mismo:

-Sabrás, yo soy fetichista de pies, es decir, me excita lo que tenga que ver con ellos y he visto que tienes unos muy bonitos. Quiero correrme en ellos.

Inmediatamente, y sin que pudiera decir nada más, acepté. Después de todo prefería eso a que quisiera terminar en mi mano, o peor aún en mi cara o en mi cuerpo.

Me senté nuevamente y le extendí mi pie derecho. Empezó a frotar su pene mientras hacía como que follaba el espacio entre mi pulgar y el dedo medio. Debió estar sumamente excitado porque no tardó mucho en correrse. Sentí como su leche se impregnaba entre mis dedos y me escurría por la planta del pie y una gota por ahí en mi tobillo. Él se limitó a lamerme todo el pie y sus rincones, hasta dejármelo bien limpio. Lo consideré extraño pero no puse objeción, más valía terminar pronto con eso.

Viendo aquello, repentinamente volví a la realidad. Vi de nuevo a aquellos hombres mirarnos. Ahora eran más, quizá unos diez o quince y habían observado todo el espectáculo. Me ruboricé, me cubrí con la toalla y salí corriendo a los vestidores, y Néstor vino detrás de mí.

-¿Qué pasa? –dijo.-

-¿Cómo que qué pasa?¿Qué no te das cuenta? Lo han visto todo. Me han visto, ¡Nos han visto! ¿Cómo pude dejarme llevar?

-Oye, no te pongas así, de verdad que es lo más normal aquí.

– Sí, pero no estoy yo ahí, además, he actuado como un salido… No, no puedo seguir aquí, ya me voy

Empecé a vestirme ante la mirada triste de Néstor, era obvio que no quería que me fuera. Si fuera un romántico, diría que hasta se había enamorado de mí, de su machito miedoso pero intrépido.

-Al menos dime como te llamas.

-Leonardo –mentí-. Leonardo Díaz

-¡Qué hermoso nombre! Pero, ¿podrás darme tu número de teléfono, tu Facebook, tu e-mail?

-Búscame en Facebook por mi nombre –dije-. Ahí encontrarás también mi correo.

Entre las prisas inventé un número telefónico falso, y después caí en cuenta que la clave de mi ciudad no coincidía. Al parecer Néstor echó de ver que le mentía y me dijo: 

-Vengo aquí todos los miércoles, más o menos a las 11. Como hoy. Aquí podrás encontrarme –y esbozó la más grande sonrisa que había visto en él hasta ahora.-

-Es bueno saberlo –me limité a contestar-.

Esa sonrisa removió algo en mi interior. Ahora lo veía más atractivo. Me había dado seguridad, había sabido ser mi amigo, me había hecho sentir único y comprendido. ¿Me enamoré? Aún no era tiempo de decirlo. Apenas lo conocía y lo único que quería era salir de ahí.

Crucé el lobby rápidamente sin mirar al señor de la recepción y salí a la calle. Rápidamente me escabullí entre la gente que caminaba, desconociendo lo que había pasado, y no pude evitar sonreír como un niño tonto. Sí, me había gustado.

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