🔥 Un relato exclusivo de Relaróticos 🔥

-¿Ya a descansar, joven? -fue lo primero que me dijo el chofer del Uber en cuanto me subí a su vehículo. Yo apenas le puse atención, por lo que recuerdo que le contesté con algún monosílabO. y en un tono que dejaba claro que no tenía yo el menor deseo de entablar una conversación.

Estaba enojado, por decirlo suavemente. Para ser franco. estaba que me llevaba la verga. Literal. Había pasado toda la tarde en casa de mi novia, los dos solos porque su familia había salido fuera de la ciudad, y por más que insistí y que apliqué todas las técnicas que puede conocer un morro calenturiento para que su chava le afloje el tesorito, nomás no había podido. La pinche vieja andaba en un plan super mamón.

-No, cómo crees, si no hay nadie en mi casa, por quén me tomas, qué vas a pensar luego de mí… – pretextos pendejos y mil mamadas que lo único que lograron fue que yo me pusiera de malas y me quedara con una puta calentura, aparte de los huevos adoloridos por no haber podido vaciar toda la leche que llevaba acumulando más de una semana, la misma que habíamos estado planeando esa tarde que se suponía sería «mágica» y terminó siendo un fiasco.

-¿Saliendo de la chamba, joven? – volví a escuchar la voz del don del Uber, al tiempo que me enojaba un poquito más: «¿no podría simplemente concentrarse en manejar?». Pero para no verme tan culero decidí seguirle la plática; total, él no tenía la culpa de que mi morra me hubiera dejado caliente y sin poder vaciar.

-No, don; vengo de ver a mi vieja. 

-Ah, perdón: es que con todo respeto le vi cara de cansado y fastidiado y supuse que sería por haber tenido un dia pesado en el trabajo.

-Nel, lo que pasa es que esta cabrona de mi vieja me habla por teléfono para ir a su casa, me dice que no va a haber nadie; nos pasamos toda la tarde platicando y yo tirándole el pedo de que pus a qué hora me iba a aflojar, ¿no? Y qué cree: que la hija de la chingada no me la dio ni a oler. ¡Ni las chichis me dejó sobarle! Nomás estuve ahí seis horas calentándome a lo pendejo y a la mera hora, nada de nada. No aflojó ni puta madre. ¿Usted cree?

-Nooo pues qué mal pedo, la verdad, joven. Pero mire: así son las pinches viejas, les gusta traerlo a uno de su perro; saben que con la panocha nos dominan, ¿qué le hacemos? Ya le tocará joven, ya habrá otra ocasión en que ella solita le afloje y le abra las patitas y le ruegue eso que ahorita le negó. ¡Va a ver! – el señor trataba de darme ánimos; se ve qUe le cai bien, o quizá se sintió identificado porque alguna vez le pasó de joven lo mismo que a mí. El caso es que me cayó bien, entré en confianza y sin pensarlo mucho le dije:

-Pus sí don, pero el dolor de huevos que traigo por culpa de esa cabrona no se me quita así como así: por eso ahorita que llegue a mi casa lo primero que haré será una buena chaquetita, y a dormir. A ver si así saco la pinche calentura que me provocó esta jija de la chingada, dije mientras, de manera inconsciente, me sobaba y me apretaba el bulto como tratando de calmar al monstruo que había despertado con ganas de pelear y que ahora tenía que volver a oormir. 

El señor del Uber sonrió; una sonrisa no de burla, sino de comprensión. Seguro que él sabía lo culero que se siente quedarse con las ganas. Seguro que más de una vez se la hicieron, ¡a huevo! Y seguramente por eso, porque se sintió identificado y por ofrecer una ayuda que a él nunca le ofrecieron en su momento, me dijo:

-¿Y pa’ qué se espera joven? Según me marca aquí la app. todavía falta como media hora para llegar a su casa. Y con el tráfico que hay ahorita, al menos nos vamos a estar aquí una hora completita. ¿A poco aguanta una hora más con ese dolor de huevos que dice que trae? No, yo sé lo que es eso; créame que si no hace algo al respecto, hasta cancer de testículo le puede dar. 

-No me espante, don; ¿a poco tanto así? No ps sí duele un chingo y la verdad sí me urge una jaladita, pero pues hasta que no llegue a casa. ni modo que se orille en alguna calle oscura para bajarme a chaqueteármela, ¿qué tal si pasa una patrulla? Hasta al bote voy a dar. 

-No mi joven, cómo cree; no se trata de eso. Digo que si tanto le urge, ¿para qué se espera? Con toda confianza se la puede jalar ahí atrás si gusta. Mire, en esta chamba he visto de todo, con decirle que una vez una parejita de novios me pidió chance de coger ahí en el asiento trasero mientras yo los paseaba por la ciudad; creo que les salía más barato que el hotel, jajaja. Así que en serio: si usted gusta, adelante, jálesela sin pena.

No supe qué decir; por un lapso de unos cinco segundos sólo me le quedé mirando, sin saber si ese señor me estaba tirando el pedo o me estaba ofreciendo un favor de amigos; lo miré detenidamente: no tenía cara de puto, pero bueno bien dicen que caras vemos; y a veces los que se ven más machines son los que más les truena la reversa. Intenté adivinar si traía alguna otra intención; ¿era un pedófilo? ¿Le gustaba la reata y lo que quería era mamármela? Pero el don, sin perder la calma un instante, sin dar ni una sola muestra de que le gustara el chorizo, se encogió de hombros, siguió mirando al frente del camino y sólo dijo: -bueno, yo sólo decía por si quería alivianarse, eh? No vaya a pensar mal. Si se anima, ahí traigo un rollo de papel de baño en la guantera. Usted me lo pide y listo.

Fue en ese momento que ya nada más me importó: fue mi pito ardiendo en calentura el que tomó el control de mi cerebro. Las palabras que salieron de mi boca juro que no las dije yo; las dijo mi verga enfurecida por tanto esperar:

-Sobres, páseme el rollo porque si no, le voy a dejar el asiento trasero todo pegajoso de tanta leche que voy a aventar.

El don volvió a sonreir; no dijo nada, sólo abrió la guantera y me alargó un rollo de papel de baño, por cierto ya a medio usar. ¿Cuántas veces se habría usado para lo mismo?

Mis manos desabotonaron a toda prisa mi pantalón; el cual bajé junto con mi boxer -ya húmedo por tanto rato que llevaba babeando mi verga- y me quedé desnudo de la cintura para abajo en el asiento trasero de aquel vehículo. Mi miembro, rojo como un tomate, apuntaba al techo del carro en un perfecto ángulo de 90 grados. Yo sólo quería una cosa: jalarle el cuello al ganso y terminar con semejante tormento.

Mi mano derecha rodeó el tronco de mi verga y la apretó como si ésta se le fuera a escapar. Comencé un sube y baja lento, que tuve que suavizar dejando caer un poco de saliva en mi glande, para que de ahí resbalara y facilitara la jalada. Poco a poco empecé a sentir ese calorcito, ese suave calor de la masturbación; cuando el pene se sabe atendido, acariciado. La sensación de mi mano recorriendo cada centímetro de mi falo erecto era mucho más excitante que las chaquetas a escondidas en el baño de mi casa. 

No sé si comencé a gemir demasiado fuerte, pero el señor del Uber sólo sonreía, pero debo reconocer que se portó como un caballero: nunca hizo el menor intento de voltear, de fisgonear. Ni una sola vez lo traicionó el culo como para echar una miradita de reojo. Tenía yo absoluta «privacidad» en aquel Uber para masturbarme como yo quisiera. Usé varias técnicas: voltee la mano, cambié de la izquierda a la derecha y de nuevo a la izquierda, me la ensalivé repetidas veces… era una Señora Chaqueta la que me estaba aventando. 

De pronto sentí llegar ese momento en el que sabes que ya no hay vuelta atrás: que la eyaculación está a segundos de distancia. Sentí mis huevos contraerse para expulsar mi jugo de hombre, y fue cuando recordé que no había tenido la precaución de cortar los pedacitos de papel en donde echar mis mecos. ¡Puta madre! Apenas alcancé a desenrollar unas cuantas hojas, medio envolver mis manos con ellas, y por milésimas de segundo es que no hice un cagadero en el carro. Alcancé a apuntar la cabeza de mi reata a mi mano «empapelada» y ahí boté el semen que había acumulado toda la tarde; boté tanta leche que se derramó por un costado del papel y cayó en el asiento, en el suelo, en mi ropa… 

-¡Puta madre! Perdóneme don, al chile me vine un chingo, nunca me había pasado: órita le limpio bien, si quiere párese en un Oxxo y compro un jabón o algo para lavarle el asiento. Qué pinche pena, neta…

El señor se reía -y seguía sin voltear-: -calmado joven, es normal. No se preocupe, ni que lo hubiera manchado de sangre. Al rato llevo el carro al lavadero y no pasó nada.

Mi verga, ya dormida, aún babeando restos de lechita de hombre, parecía sonreirme con su único ojo, como dándome las gracias por haberle aliviado su tortura de tantas horas. Yo, muerto de pena, no sabía ni dónde meterme. El resto del trayecto ni el señor ni yo dijimos una sola palabra; yo por pena, él quizá por no hacer más incómodo el momento. Pero el auto olía, más bien apestaba, a sexo. A semen, a sudor, a verijas. A hormonas de hombre. Olía a chaqueta, a calentura de morro. No sé si el don pensaría en que de eso se darían cuenta en el lavadero de carros más tarde, pero no parecía preocuparle. 

Más noche, ya en casa, no podía dormir pensando en la experiencia vivida. Y no me lo van a creer, pero tuve que hacerme otra puñeta, esta vez excitado por el hecho de habérmela jalado en el asiento de un Uber, con un conductor tan machín y tan respetuoso, que al final hasta su tarjeta le pedi, y ahora es mi Uber de cabecera. Y aquí le paro al relato, porque ya mero llega para llevarme a casa de mi novia. 😉

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