🔥 Un relato exclusivo de Relaróticos 🔥

Desde los seis años de edad juego al futbol, entrenando dos veces por semana y jugando partidos los fines de semana. A los catorce años empecé a complementar el entrenamiento con gimnasio y musculación, lo que me llevó a desarrollar un cuerpo atlético, musculoso y bien marcado.

A los dieciséis años me convocaron para entrenar con la selección nacional juvenil y es ahí donde se inició todo. El entrenamiento era duro, sobre todo la parte física, pero para mi era la mejor parte, porque estaba él, el ayudante del preparador físico.

Un pibe de veintiséis años, fornido, atlético, musculoso y bien marcado, que siempre estaba con esos pantalones deportivos que no dejan nada libre a la imaginación y le marcaban un terrible paquete.

Pese a ser de tez blanca lo apodaban “el negro”, más tarde descubriría por qué. El negro era super buena onda, también jugaba al fútbol en un club que queda muy cerca del club al que voy yo, y conversando descubrimos que éramos casi vecinos, vivíamos muy cerca el uno del otro.

Obviamente me preguntó cómo hacía para ir y volver al centro de entrenamiento nacional, que nos quedaba bastante lejos, le dije que en colectivo y que demoraba casi dos horas, trayecto que él hacía en apenas una hora ya que tenía auto, así que se ofreció a llevarme y traerme cada vez que había actividad. Yo acepté de inmediato.

Al principio el viaje era un poco aburrido, no hacíamos otra cosa que hablar de fútbol, deportes, ejercicios del gimnasio, alimentación… nada demasiado interesante, pero por lo menos me daba chance de mirarle el bulto.

El negro tenía esa manía de acomodárselo todo el tiempo y a mi eso me prendía fuego. Me enganchó más de un par de veces mirándolo, pero nunca me dijo nada. A medida que fueron pasando las semanas fuimos ganando confianza, ya éramos como mejores amigos y las charlas en el auto solo tenían un tópico, sexo.

Yo no podía hablar demasiado, era virgen, tenía un máster en pajas y pornografía lo que me permitía dar alguna que otra opinión, pero el negro tenía para escribir una colección de libros de anécdotas. Su cerebro solo tenía en modo on la función coger, no le importaba nada más. Salía con minas todo el tiempo y me contaba con lujo de detalles todo lo que hacían.

Era muy perverso y tenía una obsesión con hacerles el culo. Básicamente su modus operandi era en la primera salida descubrir como la mina chupaba la pija. Si era buena chupa pija seguían las salidas, dos, tres, cuatro, la cantidad de salidas suficientes hasta que entreguen el más valioso tesoro, la cola.

Volvíamos un día de entrenar cuando arrancó… «hacer un culo es un arte, hay que ser muy paciente, es un trabajo fino, se empieza con mucha saliva, muchos besos cargados de saliva, para que el culo se vaya relajando y preparando para el festín».

«La lengua entra e inicia todo, es como la llave que abre una puerta. Una vez abierta la puerta siguen los dedos, primero uno, suave, fuerte, suave, fuerte, hasta que la cosa se va aflojando y ya puede entrar el segundo, y seguimos, suave, fuerte hasta darle la bienvenida al tercer dedo.

(«) La dilatación tiene que ser precisa, si no dilata lo suficiente puedes llegar a desgarrarle el culo, y si dilata demasiado entra y sale fácil, y así no es la cosa, el culo tiene que doler, no lastimar pero si doler, lo más excitante de todo son esos culos cerrados que te aprietan la pija como loco, y que cuando la metes gritan de dolor y placer, algunas hasta lagrimean ante cada embestida, ahí es cuando estás haciendo las cosas bien».

Semejante relato a mi ya me tenía con la pija re dura, me imaginaba al negro rompiéndome el culo y sin tocarme ya estaba para eyacular. Mi erección era imposible de disimular, pero no me importaba, porque él estaba igual, con la pija re dura, se lo veía caliente, necesitado de descargar.

De repente me mira y me dice, «estás al palo amigo!» Yo le digo «si, es por lo que me venías contando, perdón…».

«Qué perdón — me dice — nada de perdón, yo quedé igual, mirá… — y la saca. Era algo descomunal, según él veinticinco centímetros, para mi eran muchos más, era gorda, muy gorda, ahora entendía el apodo.

Sin dudarlo saqué mi pija, mis dieciocho centímetros de carne lo sorprendieron, «que buena chota» me dijo, yo estaba que ardía, necesito pajearme le dije, y me dijo «yo te ayudo».

Frenó el auto en una zona poco transitada y me empezó a pajear. No aguanté nada, su mano, su chota al aire libre, eyaculé a los pocos minutos mucha leche, varios chorros bien espesos.

El negro seguía con mi pija en su mano, no dejaba de pajearme y tenía la mano llena de mi semen. «Estabas re cargado loco», me dijo, yo no podía hablar, estaba totalmente extasiado. Él seguía con la pija dura y soltó un… «me ayudas a mí ahora?»

Sin dudarlo se la agarré y cuando lo empecé a manosear me dijo, «a mi me gusta más que me la chupen, te animas?» Otra vez, sin dudarlo me la metí en la boca, le chupé todo, huevos, tronco, cabeza, intenté metérmela toda en la boca pero era imposible, era demasiado, apenas llegaba a la mitad, pero seguí, chupando y chupando.

Seguí así, me decía, «no pares», yo obedecía, sentía sus venas con la lengua, jugaba con mis dientes y su glande, chupaba y chupaba… después de varios minutos acabó, en mi boca, caliente, tenia semen en mi boca, me encantó, lo tragué, todo, le limpié la chota con la lengua, le chupe los huevos, abdomen, no podía parar… él solo sonreía.

«No puedo creer la sobada que me pegaste decía, tremenda» Yo seguía chupando todo lo que podía, como si fuese la última vez. Nos limpiamos y seguimos viaje, cuando me dejó en casa me despidió diciéndome, «esto no termina acá, tu cola va a ser mía…» y lo fue, pero eso lo dejo para la próxima historia.

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