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Las ganas de coger con cualquiera me llevaron a un albañil

Eran mediados del 2013, yo recién había cumplido 24 años, y también por problemas familiares, acababa de “independizarme”. Me moví de los suburbios en que vivía con mis padres, para rentar un departamento tipo cabaña, en la que fue, una de las primeras zonas residenciales de mi ciudad. –Ahora ya venida un poco a menos, y habitada por los hijos de los fundadores, ya bastante avanzados de edad.-

​Vivía de unos ahorros que tenía, y a la vez, hacía trámites para ingresar a estudiar un máster (pagado), así que debía moverme por la ciudad, de un campus de la Universidad a otro, llevar y traer documentos.

​Una tarde de Mayo, estaba agendado mi examen para validar inglés, uno de los tantos requisitos para el máster. Ese día, desde que desperté, me sentía bastante acalorado. Cabe mencionar que en mi cuidad, parece verano todo el año, pero mayo se caracteriza por ser uno de los meses más calurosos. Además del calor que se sentía en el ambiente, y que hacía que pequeñas gotas de sudor recorrieran mi espalda y mi pecho, también sentía ese tipo de calor, ese que para quitarlo, un baño no es suficiente.

​Mientras iba en el autobús hacia el campus en que debía presentar el test de inglés, no podía dejar de observar a los chicos que se subían, algunos igual o más sudados de lo que yo me sentía. Casi a mitad del recorrido, subió un chico, algunos 3 o 4 años mayor que yo, fornido y con unos jeans que marcaban perfectamente las bellas formas de sus piernas, inmediatamente moví mi mochila e hice espacio, él rápido se sentó.

​Por sus dimensiones (fuertote), íbamos bastante juntos, sentía su brazo izquierdo rozar con mi brazo derecho de vez en cuando, pero su pierna y la mía no podían evitar juntarse (obvio por los espacios de los autobuses). Yo iba encantado, un chico guapo, justo de mi estilo iba sentado junto a mí, olía bien… a hombre… y yo me lo iba (como decimos vulgarmente)  sabroseando, pues como yo traía lentes oscuros, podía sin ningún esfuerzo ni complicación, ir viendo su bulto. Se veía muy bien.

​Llegó el momento en que debía bajarme, como él continuaba sentado, pensé seguiría su camino, así que me paré, y pasé sobre sus piernas, (muy a propósito) rozando un poco de mi trasero en ellas. Ya me había bajado del bus, y estaba cruzando la calle cuando de reojo, alcancé a ver que venía detrás a prisa, me pasó de lado, y siguió corriendo, parecía que iba retrasado en la hora.

​Cuando llegué al aula del examen, busqué mi asiento, y para mi sorpresa, él estaba también ahí, sentí mucha pena, pues a penas hacían 5 minutos que yo literalmente me le había ofrecido pensando que no lo volvería a ver, y ahora estaríamos en un salón juntos, por aproximadamente3 horas.

​Al terminar el test, el chico sexy del bus ya se había ido, y yo que pensé (mientras contestaba, sin concentrarme) en que mínimo, una mamada seguro le iba a dar. Un poco decepcionado, me dirigí a mi departamento. Me bajé unas cuadras antes de llegar, en una avenida principal, pues quería pasar a una tienda por algún refrigerio.

​Yo en ese punto, estaba más caliente que cuando me había despertado, ese chico sólo generó ansias sexuales, de esas que se desbordan, y sientes que debes tener sexo, ser penetrado bestialmente por un HOMBRE, un macho que de verdad ayude a saciar ese instinto salvaje, ese que se apodera y nubla cualquier otro pensamiento. Por más que intentaba, no podía dejar de pensar, ya no en ese chico del bus, sino en sexo, frenético y desinhibido. ¿Con quién?, realmente era lo de menos.

​Al salir de la tienda, bebiendo un té helado y comía papas fritas… por aquello de llenar vacíos, si no cogía, comía. Me dirigí hacía mi calle, y vi venir a una cuadra aproximadamente, a un chavo en bicicleta; y me pareció extraño, ya que por ser la zona que era, no pasaba nadie si no era en auto. Al irse acercando y yo caminando, pude ver que se notaba de un trabajador, tipo obrero o albañil, pues traía consigo una mochila y en la canasta de la bicicleta, una más pero con herramientas.

​Justo en el momento en que pasamos de lado, sentí algo sexual, una vibra que me llenó de morbo. De haber sido en otras circunstancias, seguro me hubiera cruzado  de acera, pues el tipo, de aspecto extremadamente rudo, varonil, chacal, con pinta de mata jotos, asaltante y violador. Todo eso a la vez.

​Cruzamos miradas, y yo mientras caminaba, le dije:
-Buenas tardes.

Se sorprendió, sonrió vagamente y se limitó a contestar con un…

-Buenaaaas

Más me sorprendí yo con esa respuesta, pues su tono denotaba extrañeza, pero no disgusto, volteé y le sonreí, me miraba fijamente. Ya había detenido mi paso, y él su pedaleo; me lanzó esa mirada, esa que seguramente muchos conocen y que no puedo describir a la perfección, pero que sabemos lo que significa. Yo ahí parado como tonto, siendo observado…en ese instante, mi estatus cambió de acechador a presa. Me sentí desvalido y en efecto, un poco asustado, por todo aquello que les digo que parecía el chavo aquel.

​Decidí continuar con mi camino, total, sólo faltaba dar la vuelta a la esquina y llegar, pero antes de que eso pasara, escuché la bicicleta bastante cerca, y era él, se puso delante de mí, me vio y me dijo:

-Se lo van a robar por andar solito, vea la calle, nadie por aquí.

Me sentí intimidado… ¿Era acaso una advertencia?- me malviajé como por 2 segundos, y le respondí.

– Ya voy a llegar, gracias.

Y entonces fui yo quien lo vio a él como un pedazo de carne, como si fuera un pene nada más.

Y eso, me respondió. -¿No me invitas?

Reduje todo a una simple seña de –SÍGUEME- , y así lo hizo. Abrí la puerta de mi departamento y de inmediato se detuvo, lo pensó y me dijo que si podía meter su bicicleta, a lo que asentí.

​Subimos las escaleras, dado que mi departamento estaba en el segundo piso; era extraño, más bien, era una residencia antigua, adaptada y dividida en 6 apartamentos de buen tamaño, dos recámaras, la principal con baño y vestidor; sala, comedor y cocina. Todos compartíamos un área-Jardín común.

​Al llegar arriba, lo dirigí a la habitación que no usaba, no quería que mi cama quedara con su aroma, dado que era un completo extraño. Dejó su mochila, de la que se asomaba una botella de agua, en el piso, se quitó la gorra e hizo ese movimiento de manos marcando el paquete en sus jeans rotos.

​Viéndolo bien no era feo, y su mirada ya no me imponía tanto, más bien, reflejaba nervios en ese instante, mismos que yo sentía también. Respiré y sentí alivio al no notar “malas intenciones”, bajé la guardia. Como les digo, no era, o ya no lo veía, ni feo ni  “aterrador”. Andaría rondando sus treinta y tantos años. Alto, de aproximadamente 1.84  mts., delgado pero “correoso”, fribrado pues. Ese tipo de delgados con los músculos bien definiditos, y en efecto, olía a hombre, desprendía algo que a mis feromonas, volvía locas.

Mientras yo observaba todo eso, el continuó haciendo que se le marcara la forma del “paquete” en sus jeans, y comenzó a acercarse. Cuando estuvimos ya no cerca, sino juntitos, se inclinó (dado su altura, yo mido 1.69), y me susurró al oído:

-¿Vas a querer, morro?

No le respondí con palabras, metí mi mano en su playera, buscando su espalda, y acercándolo a mí, -digo, tenía que mostrarle mi buena disposición- ¿No?

Comencé a acariciarle la espalda, con mi mano que hurgaba dentro de su playera, su piel se sentía suave, lo que me sorprendió, también estaba tibio. Olfateé su cuello, y pené que seguramente se había dado una ducha allá donde fuera que trabajara, no olía mal, no olía a sudor, era algo muy neutro llegando a terroso, como cuando trabajan con cemento, o en minas.

Con mi otra mano, quise sentir eso que, a simple vista se veía de muy buen tamaño dentro de su pantalón; cuando lo notó, ayudó desabrochando su cinturón, proseguí con el botón de su pantalón, y el zipper bajó casi por sí sólo.

Mientras yo hacía eso, el con sus dos manotas, callosas y grandes, estaba haciendo lo propio con mi ropa, ya me tenía el pantalón desabotonado, y una mano acariciando mis nalgas sobre mi ropa interior.

Me alejé un poco, muy poco realmente, sólo para dar espacio y poder bajarle el pantalón, de inmediato cooperó, quitándoselo casi de un solo movimiento. Al verlo en ropa interior, parecía que las fibras de eso que alguna vez fue rojo, iban a explotar. Era una típica trusa de señor, con el resorte flojísimo, pero eso no importó, pues el verdadero protagonista era el miembro que parecía desbordarse, y retaba a lo que quedaba de resorte a seguirse estirando.

En ese momento, tampoco traía puesta ya la playera, así que la vista era maravillosa, un hombre con el cuerpo hecho a trabajo pesado, que aunque delgado, tenía unos pectorales muy bien formados, y esos bíceps, le pedí los luciera para mí un poco, y así lo hizo, apretaba sus músculos de los brazos y no pude evitarlo, me les lance a lengüetazos, de arriba abajo, dejando de verle el bulto por esos instantes. 

Percibí el aroma de sus axilas, que parecían ser la única parte de su cuerpo velludas, olían delicioso, pero me detuve ante el impulso de hundirme en ellas y pasar mi lengua y labios. Mientras tanto, como ya me había desabrochado el pantalón previamente, lo dejé caer a mis tobillos, ahora él metió su mano en mi ropa interior, y comenzó a apretarme fuertemente una nalga. Me encantó esa sensación.

Al notar mi reacción de placer, la apretó más fuerte al punto que me dolía, y pensé que me dejaría marcada su mano con el tremendo agarrón que me estaba dando, se me acercó al oído y comenzó a hablarme sucio.

-¿Te gusta putita?

-¿Esto querías?

-¿La vas a aguantar?

Yo creo que era mera retórica, ya que no me daba espacio a que respondiera, él seguía ahora apretando fuerte mis dos nalgas y abriéndolas, queriendo descubrir lo que escondían en medio.

​-Así tenía ganas de encontrarme una.

Siempre me ha molestado que me hablen en femenino, a no ser que esté bromeando con amigos, pero ¿durante el sexo?, fue algo que debo confesar, me estaba excitando muchísimo. 

​Yo ya le tenía pero que si bien ensalivado el pecho y los bíceps, pero ya no me era suficiente, de un movimiento liberé aquel animal que se cargaba entre las piernas. No me lo creía, ya había visto y tenido penes grandes y gruesos entre mis manos, y este no decepcionaba para nada, al contrario, lo sorprendente fue ese par de señores huevos, que colgaban y se columpiaban al ritmo en que se movía.

​Su verga, porque eso no era pene, era una VERGA, de muy buen tamaño sin llegar a lo exagerado, y un grosor, que de inmediato pensé en que me iba a doler. Sin circuncisión pero poco prepucio, ya que al tenerla completamente (y majestuosamente) en erección, su glande quedaba totalmente expuesto, de color rosáceo que contrastaba con su tono de piel canela, buena combinación.

​Rasurado al ras, y por el resto de su cuerpo, era evidente que no tenía mucho vello, (salvo en las axilas como ya lo dije), seguía impactado con sus huevos, siempre he pensado que es en ellos donde recae la masculinidad, como símbolo, en el cuerpo del hombre, pensándolo claro, a lo animal, a  lo bestia. Ese rico par de gónadas… ¡ah cómo colgaban!, y se veían llenas.

​Tuve un impulso, y ese no detuve, es más, ni lo pensé, intenté agarrárselos con una mano, y no lo logré. Me arrodillé para admirar aquel semental, y como si fuera a comprar ganado, lo estaba revisando poco a poco, y cada centímetro. No parecía incomodarlo, al contrario, su cara expresaba orgullo.

​De nuevo, por mero impulso comencé a mamarle la verga, y mientras él dio un suspiro, con sus manos sujetó mi cabeza y empujó fuerte contra mi boca, por un instante sentí que me ahogaba.

​Al notar como la saliva me escurría por la comisura de los labios, me sentí la más puta, me estaban cogiendo la boca, sin piedad alguna, un completo desconocido, con una verga impresionante, cuyos huevos chocaban no en mi barbilla, sino casi en el cuello. Me encantaba ese aroma.

​Me dejó respirar un momento, en el cual, aproveché y me terminé de desnudar. Él hizo lo propio. Caminé hacia la sala, un sillón caliente, revestido con tela roja a cuadros, que contrastaba con la madera de las puertas y persianas. No necesitábamos hablar para entendernos, a puras miradas le indiqué me siguiera.

​Se sentó, abrió sus piernas y hundí la cara en su sexo, restregándome contra sus huevos, su verga que seguía durísima; lamí sus ingles, estaban saladas, y olían delicioso, con mis manos acariciaba sus muslos y pantorrillas, bien formadas por andar en bicicleta. A esas alturas, ya no cabía ningún pensamiento de recato, o de retroceder en lo que estaba pasando, y lo que seguro iba a pasar.

​Al bajar las manos, noté que aún traía calcetines, de un jalón se los quité y los lancé al otro lado de la habitación (donde estaba su ropa y la mía tiradas). Y  eso porque a mí me gusta coger desnudo, totalmente desnudo, y me gusta que con quien esté, también.

​Sus pies eran grandes, bastante venosos y delgados, y sus uñas perfectamente cortadas al ras, en forma cuadrada, justo como me gustan. Mi calentura subió al mil, ya que me considero un fetichista de pies, en toda la extensión. Se sentían húmedos, pude notarlo porque dejó su huella marcada en el piso, que al ser como una cabaña, era de barro barnizado. Creo le dio pena, que también tenían un ligero aroma, no desagradable ni sucio, sólo a sudor, ya que traía bota de obrero.

​Dejé de mamarle la verga, porque así me lo solicitó, me dio la mano para que me incorporara y me senté a su lado; poco estuvimos así, pues comenzó a lamer y mordisquear mis tetillas, y luego subió al cuello; continuó hasta el lóbulo de mi oreja izquierda, y mientras me la mordía, me susurró:

-¿La vas a querer?

-¿Quieres sentirla?

Yo estremeciéndome por el buen trabajo que hacia su lengua en mis orejas, a todo respondí con un entrecortado ¡Sí!

​Me incliné en el sillón y él se iba acomodando poco a poco a mi cuerpo, intentando acoplarnos, y como el sillón era muy amplió, logramos quedar de lado, dándole yo la espalda a su pecho.

-Qué bonitas chichitas tienes

​Seguía hablándome en femenino, no le dije nada.

-Te la voy a meter toda putita, se ve que la quieres, ya te dije que tenía ganas de encontrarme una así, ve como me tienes.

​En ese momento sentí su verga que estaba dura y palpitante intentando abrirse paso, pero no entre mis nalgas, sino en mis muslos, lo cual me pareció una sensación bastante aceptable. Era evidente que él sabía que por ahí no era, pero igual disfrutaba el juguetear de esa forma.

​Lo que más me gustaba de aquella loca situación, era que su pene no lubricaba nada, así que nada de précum, nada de estar babeando y embarrándome.Sentía su lengua en mi cuello, y en la parte alta de mi espalda, me gustaba su “jueguito” de hablarme en femenino, yo pensaba que si eso lo hacía sentir más cómodo, pues por mí estaba bien.

​De repente noté como se escupió en una mano y la llevó a u verga, supe que era el momento… ese momento de la verdad, me iba a coger, seguro me iba a destrozar el cabrón (pensé), pronto sentí su cabeza en la entrada de mi culo, y no es por presumir, pero la verdad es que soy estrecho, o al menos tardo algo de tiempo en dilatarme para recibir algo de dicho grosor. Hizo varios intentos y no logró penetrarme.

​Pensé que ahí acabaría todo, pero de un movimiento, me volteó al respaldo del sillón, quedando yo hincado dándole la espalda, con su mano me inclinó paraqué levantara las nalgas, y así lo hice, me dio dos nalgadas tan fuertes que juré que los vecinos escucharían, me ardió la piel y sentí caliente.

​-No me vas a dejar así, te la meto porque te la meto.

​Se agachó, me abrió las nalgas tanto, que sentí mi orificio completamente expuesto, me escupió, y con su lengua regó la saliva alrededor del perineo, comenzó a dar lengüetazos, primero suaves, como gatito bebiendo leche, pero después, fueron bastante fuertes, salvajes, entonces ya no era sólo su lengua, sino sus labios, me estaba dando la mejor comida de culo en mucho tiempo.

​-¡Aaaaaahhh!

​No podía con tanto placer, este vato sí que me estaba dando buenas lamidas, me succionaba todo, mordía, nalgueaba, todo una y otra vez… Escupía y repetía esos pasos, nalgadas fuertes que dejaron de doler, para dar placer, me separaba cada vez más las nalgas, y quería devorarme todo.

​De repente y sin previo aviso, se incorporó y sentí como algo me invadía, como se abría paso dentro de mi recto, a decir verdad, me dolió, pero me encantó la sensación de ser tomado tan a la fuerza, a lo bruto, pues de un sólo golpe ya la tenía toda, sí, toda hasta dentro. No se movía, con una mano recorrió dos o tres veces mi espalda, como cuando se cepilla a un caballo, sentía las yemas de sus dedos y sus uñas de arriba abajo y de regreso.

​Con la otra, me sujetó de la cintura, me giró para que ahora sí quedara en 4 sobre el sillón y me haló hasta la orilla, todo eso sin sacar ni un milímetro su verga de mí, pero tampoco la movía, parecía que me daba tiempo para acostumbrarme a su miembro invadiendo mi cuerpo.

​La mano con la que acariciaba mi espalda, la llevó rápido a mi cabello y jaló tan fuerte que hice mi cabeza hacia atrás, arqueando mi espalda, levantando el culo; con la otra seguía agarrándome de la cintura, entonces comenzó todo.

​Estando en esa posición me sentí vulnerable, un poco incómodo, como si me estuvieran violando, pero un momento, no me dolía su penetración, me estaba encantando.

​Sentía sus embestidas: lento, lento… rápido, rápido, rápido, rápido, rápido, rápido, la sacaba toda, y la volvía a enterrar ya con mucha destreza, y facilidad. Sus bombardeos me llenaban de placer, no decía nada, solo rugía y hacía sonidos; soltó mi cabelló y concentro sus manos sobre mi cadera, parecía que me quería partir.

​Aproveché mi libertad para voltear a verlo, ¡qué hombre!, estaba sudadísimo, su cabeza (rapada por cierto) brillaba, su pecho escurría; era una vista formidable. Notó que lo estaba viendo y levantando las cejas, sonrió, se puso serio y luego me sonrió de nuevo. Sentí como si fuera un agradecimiento, al final de cuentas, me estaba dejando hacer lo que le placía. 

​Ya no me nalgueaba, parecía concentrarse y disfrutar la vista que tenía se su verga entrando y saliendo de mi culo, me mataba el sonido del choque de su cuerpo contra el mío. Estando yo completamente inclinado y ya no en cuatro, y al tener las piernas abiertas, dispuse mi vista hacia abajo, mientras comencé a masturbarme, sentí sus huevos chocando contra los míos que también colgaban, giré la cabeza y tuve una excelente vista de su hermoso par de huevos columpiándose, me hipnotizó ese movimiento, adelante, atrás, adelante, atrás… mientras se veía como algunas gotas ya no sé si de sudor, saliva, o algo que escurría de dentro de mí, recorrían sus huevotes, y al chocar, se pasaban a los míos.

​Ya llevábamos más de 20 minutos así, y yo pensaba que el tipo se controlaba muy bien, ya no tenía dolor, sólo placer, y mucho. Me sentía muy húmedo, es decir, dentro de mí, con sus movimientos, su verga resbalaba de maravilla, ya me había acostumbrado a su forma y tamaño.

​Quizá por el cansancio ya de tanto cardio, el subió un pie a la altura de mi cabeza, yo la tenia girada, pero al sentir, volteé, y tuve entonces ahí, sus pies venosos, haciendo mucho esfuerzo, las pantorrillas se le marcaban perfectamente, me excité aún más, y esta vez ya sin pensarlo, comencé a besarle y luego a lamerle los pies, hizo cara de extrañeza, pero no lo quitó de mi cercanía. Continué.

​Yo estaba tan extasiado, que comencé a apretar y soltar el esfínter, a lo que él respondía con más rugidos, gemidos y uno que otro suspiro.

-Arráncamela, ándale, así, así. 

No sé si fue en agradecimiento, pero movió su pie, y levantó los dedos, para que yo pudiera seguir con lo que hacía, no lo dudé, me prensé de su dedo gordo y no lo dejaba de chupar, luego fui por los demás.

Me cansé de esa posición, y notaba que él también lo estaba, así que le propuse cambiar, y me dijo que sí.

-Órale, te toca montarte y matarte solito.

Me dijo mientras se sentaba a pierna abierta en el sofá, así que obedecí, me puse de espaldas y cuando iba a ensartarme, me agarró y me dijo, voltéate, de frente, quiero ver tu cara.

​Así lo hice, me senté en su verga mojada, dura, que si ya estaba rozada de estar cogiendo, no quería ni imaginarme como estaría mi culo, despedazado seguramente.

​Lo tomé del cuello para sostenerme y el estrechó sus manos detrás de mi espalda y me empujaba hacia sí mismo, yo daba pequeños brincos ayudándome con mis rodillas y el asiento acojinado del sillón; notó que no era precisamente hábil yo de esa manera, y se levantó, giró, y sin sacarme la verga se tiró sobre mí, acostados, en posición del misionero.

​Pasé mis piernas a sus hombros, y comenzó de nuevo a hundirse todo en mí… pero el jugueteo era distinto, la sacaba toda, y la metía toda así, hasta que ya no se contuvo y me embistió fuerte, cada vez más fuerte que la anterior, el sudor de su cuello caía en mi cara, sabía salado, estaba rico. Noté que cada vez las venas del cuello se le marcaban más y más, y al sentir su pene engrosarse dentro de mí, supuse que era la presión sanguínea que avisaba que estaba por terminar.

Con un mano tomo mi cuello, presionando como si me estuviera ahorcando, pero no apretaba tanto como para hacerlo, me miró y me dio un beso combinado con mordida, algo muy salvaje sentí su lengua escudriñar cada rincón de mi boca, me dijo: – Me voy a venir, se incorporó me la sacó, y con dos sacudidas de su mano, comenzó a soltar chorros de espesa y blanca leche, no supe cuantos, pero sí que fueron muchos, algunos cayeron en el piso al pié del sillón, y otros en el mismo sillón.

De inmediato, se sentó y se dispuso a vestirse, sin decir palabra alguna, yo aún no terminaba, y no quería hacerlo, hasta que se fuera. Como habíamos regado la ropa por el piso, y le urgía irse, pues ya habían pasado poco más de dos horas desde que lo invité a entrar, dijo no encontrar un calcetín y sus calzones, y en verdad no se veían.

Se puso lo que encontró, y se fue… le dije que me cerrara la puerta de abajo cuando saliera. Me agaché a juntar mi ropa, y ahí estaba, entre mis jeans, sus calzones, y bajo el sillón su calcetín, después de comprobar que ya se había ido, me tiré en el sillón que estaba empapado de sudor y fluidos varios, y mientras olía su ropa olvidada, me masturbé hasta acabar a chorros.

Tiempo después cuando amigos llegaron a ir al departamento, bromeaban con que la mancha del sofá parecía semen seco, y se reían. Yo jamás negué nada.

error: ¡Hey! Jálatela, no te los lleves.