relato-gay-amigos

Me llamo Alejandro y tengo 21 años, aunque la historia que quiero contarles sucedió hace un tiempo, cuando tenía 18. En esa época tenía novia, como también la tenía mi amigo Pepe, el otro implicado en esta historia.

Nuestras novias, de hecho, también habían entablado una buena mistad, por lo que era frecuente que quedáramos los cuatro para ir a cenar, al cine o simplemente para salir de fiesta.

De vez en cuando, sin embargo, nos separábamos de nuestras novias y salíamos de fiesta con otros amigos con los que ellas tenían menos afinidad, y lo mismo hacían ellas con otros grupos de chicas. Fue en una de estas noches cuando sucedió lo que les contaré.

Antes de nada les aclararé que, si bien siempre he sentido cierta curiosidad por los chicos, nunca me había planteado seriamente tener ningún tipo de relación con ninguno, ni había mirado a mi amigo Pepe de ninguna otra forma más allá de la curiosidad por su cuerpo y poco más.

Yo era un chico muy normal, delgado, no muy alto, ni guapo ni feo, y mi amigo Pepe era más grandote, con algo de panza pero muy guapo y con unos ojazos azules cautivadores.

Esa noche salimos de fiesta con un grupo de amigos, bebimos bastante y nos lo pasamos en grande, y al acabar me quedé a dormir en casa de Pepe, como ocurría muchas veces, ya que yo vivía en un barrio bastante alejado del centro.

Entramos a su casa intentando no despertar a sus padres, cosa que fue difícil porque la peda se nos había ido de las manos y habíamos bebido bastante más de la cuenta, sobre todo yo.

Nos costó horrores sacar la cama inflable en la que yo tenía que dormir, pero finalmente lo hicimos, nos quitamos la ropa y nos acostamos en calzoncillos.

Nos quedamos charlando un rato de estupideces sin sentido propias de dos borrachos. Los dos veníamos bastante calientes de haber estado viendo tías en la discoteca y no tener a nuestras novias para desahogarnos, así que Pepe, totalmente desinhibido, no tardó en sacársela y empezar a jalársela mientras hablábamos.

Yo enseguida hice lo mismo, ya que no era ni mucho menos la primera vez que nos masturbábamos juntos, pero esa noche el cansancio y la borrachera nos vencieron y pronto nos quedamos dormidos sin que llegáramos a venirnos. Fue a mitad de noche cuando noté la mano de Felipe rozando mi culo.

Me desperté y noté cómo sus dedos acariciaban la fina tela de mi bóxer. Yo estaba durmiendo de lado, mirando hacia la pared y él estaba detrás de mí. Me quedé muy quieto, haciéndome el dormido. Esa quietud mía probablemente fue la que le animó a ir poco a poco más allá.

Nuestras camas estaban pegadas y a la misma altura y al poco noté que se acercaba más a mí, lo suficiente para notar el bulto de su paquete contra mi culo: al principio muy tímido pero, viendo que yo seguía sin moverme, poco a poco pegándose más.

A esas alturas yo estaba caliente a más no poder y vencido ante aquella situación tan morbosa. ¿Seguiría Pepe muy borracho? ¿Pensaría que yo no estaba tanto que no me estaría dando cuenta de nada?

Llegué a la conclusión de que eso era bastante probable y decidí seguir haciendo aquel papel. Podía haberme girado y haberle seguido el juego pero, ¿y si al hacerlo se arrepentía de todo? ¿Y si al hacerlo convertía aquello en algo incómodo entre nosotros no solo en ese momento, si no ya para siempre? No, por el momento era mejor no hacer nada.

Noté sus dedos abriéndose paso bajo de mi ropa interior. Buscaba mi culo y yo me debatía entre permanecer quieto o moverme un poco para facilitarle la labor. Seguí quieto para no romper el momento. Después sacó la mano y al momento noté que volvía a meterla, aunque esta vez tenía un dedo embadurnado en saliva y me lo restregaba empujando de vez en cuando en busca de mi agujero.

Cuando noté la punta de su dedo abriéndose paso y entrando tímidamente en mi interior creí morir de placer. Cada vez me resultaba más difícil seguir haciéndome el dormido. Era poco creíble que me estuvieran metiendo un dedo y no me estuviera enterando de nada, pero no sabía qué otra cosa hacer. Y la cosa aún se puso más complicada.

Sacó el dedo de mi interior y durante un momento no supe qué pasaba. Lo notaba agitarse en la cama pero, girado hacia el otro lado como estaba yo, no sabía qué estaba haciendo Pepe. Después noté que cogía el resorte de mi bóxer y empezaba a empujar hacia abajo para quitármelo.

Le costó un poco pero finalmente consiguió bajarme los calzoncillos hasta las rodillas y los dejó ahí. Cuando se tumbó de nuevo detrás de mí supe enseguida lo que había estado haciendo antes: quitarse él también los calzoncillos.

Su verga caliente contra mi culo, sin ninguna tela de por medio, era la prueba. Volvió a ensalivarse un dedo y de nuevo me lo metió, esta vez más decidido. Me estaba preparando para su verga, estaba clarísimo, y yo pese al miedo que tenía no podía desearlo más.

Oí cómo restregaba la saliva por su miembro y pronto noté la cabeza de mi amigo presionando poco a poco en mi culo. No tenía ni idea de cómo iba a resistir aquello ―por primera vez además― sin dejar de fingir que estaba dormido. Muy mal tiene que ir uno para no enterarse de que le están taladrando el culo, ¿no? Además, ya podía empezar a notar el dolor, y eso que aún no había vencido la resistencia de mi esfínter.

Fue cuando su cabeza se abrió paso al fin matándome de dolor cuando pegué un respingo y por primera vez en todo ese rato me moví.
No articulé palabra, solo gemí y balbuceé sonidos sin sentido. Seguía intentando fingir que no era muy consciente de lo que pasaba, que no me estaba enterando demasiado bien. Pepe entonces dejó de empujar y, sin sacármela, intentó calmarme.

―Shhh, shhh… No pasa nada, ya está ―fueron sus únicas palabras―. Relájate.

Volví a la posición anterior y fingí calmarme. A esas alturas ya estaba bastante seguro de que, si bien Pepe no podía creerse que siguiera dormido, sí me creía lo suficientemente borracho para no saber bien lo que estaba pasando, para ser incapaz de poner resistencia y para no acordarme de nada al día siguiente.

Había conseguido engañarlo y darle carta blanca para abusar de mí sin consecuencias. ¡Puta!, aquello me tenía cachondo como no lo he estado jamás, tanto que me dio fuerzas para aguantar el dolor y el escozor que sentí cuando siguió adelante y empujó hasta metérmela entera, hasta que noté sus huevos pegados a mi culo. En ese momento no pude evitar gemir de dolor y placer mezclados.

Empezó a sacarla y a meterla, muy despacio al principio, dejándome notar ―y sufrir― cada centímetro de su verga resbalando por mi agujero. Fue aumentando el ritmo a medida que comprobaba que yo me dejaba, que lo aguantaba sin casi rechistar.

Cuando no pude más y empecé a gemir paró un poco y me tapó la boca con la mano mientras volvía a susurrarme que no pasaba nada, que me relajara. Después retomó el ritmo mientras yo luchaba por no hacer más ruido para que sus padres no oyeran nada.

Aquella situación me tenía absolutamente entregado, disfrutando como jamás pensé que disfrutaría. Mi mejor amigo estaba desahogándose conmigo con la creencia de que yo apenas me estaba enterando, usándome como a un objeto sin preguntarme, sin importarle en absoluto mi opinión.

¿Qué habría hecho Pepe si yo me hubiese resistido? ¿O si me hubiese dado la vuelta y le hubiese dejado claro que consentía aquello? No lo sé y en aquel momento tampoco quise averiguar nada, solo me dejé hacer sabiendo que mi relación con él estaba protegida por la borrachera, que al día siguiente podría fingir que estaba muy confuso y que no sabía bien qué había pasado aquella noche una vez dejamos la discoteca y volvimos a casa. Solo me dejé hacer y disfruté de la situación, al menos mientras duró, que no fue demasiado.

Pepe empezó pronto a empujar con más fuerza, a apurar sus embestidas sacando la verga casi por completo en cada movimiento y destrozándome el culo con ello. Estaba a punto de acabar y yo solo quería que lo hiciera dentro de mí. Entonces me embistió con fuerza y paró en seco.

Lo siguiente que noté fue cómo su polla se hinchaba y empezaba a descargar chorros calientes en mi interior mientras él jadeaba en mi oreja y me clavaba las manos con fuerza en la cintura.

Aquel fue para mí el momento de más placer que he experimentado jamás, y tuve que hacerlo prácticamente en silencio. Felipe se quedó un rato así, vaciándose por completo dentro de mí mientras aflojaba poco a poco la presión de su mano en mi cintura. Aún permaneció un rato más esperando que yo me quedara tranquilo, que no me moviera.

Yo fingí relajarme por completo, fingí quedarme dormido de nuevo, como si aquello hubiese sido algo extraño que me había sucedido medio en sueños y que al día siguiente podía perfectamente no recordar con claridad.

Después él sacó su verga ―ya bastante más deshinchada― de mi interior y empezó a subirme los calzoncillos. Me los dejó razonablemente puestos y oí cómo se subía los suyos para después darse media vuelta.

Unos minutos después roncaba tranquilamente dejándome con un mar de sensaciones en la cabeza y con un calentón como jamás he tenido. Aproveché que Felipe dormía profundamente para hacerme la paja de mi vida.

Al día siguiente me desperté con temor. Y con bastante resaca, también hay que decirlo. Temía que Felipe estuviera raro, que lo que pasó cambiara su modo de comportarse conmigo, pero no fue así.

Se comportaba conmigo con naturalidad y yo me propuse comportarme con la misma naturalidad, pues no quería que se diera cuenta de que yo había sido plenamente consciente de todo y que lo había consentido. Tardó mucho en preguntarme cómo había pasado la noche y si me acordaba de algo.

―Ibas muy pedo, tío. No te enterabas de nada.
―La verdad es que no ―le contesté―. Joder, después de salir de la discoteca no me acuerdo de casi nada hasta ahora.

Noté que se relajaba aún más.
Después de eso nunca volvió a salir el tema. Nunca volvió a pasar nada parecido, aunque hubo más ocasiones en que dormí en su casa después de salir de fiesta. Siempre me quedaba horas despierto esperando que se animara a repetir, pero no pasó, y yo nunca me atreví a dar el paso ni a insinuar siquiera que me acordaba de aquello por no estropear nuestra amistad.

Seguimos con nuestras vidas, seguimos con nuestras novias durante un tiempo… Y yo sigo acordándome de la noche en que Felipe se vació dentro de mí.

TÚ TAMBIÉN PUEDES PUBLICAR TU RELATO

Escríbenos a redaccion@relaroticos.com  o da clic aquí y llena nuestro formulario. Puede ser anónimo o con tus propios datos para que más personas te contacten.



¡Comenta! (No es necesario registrarse, solo escribe el comentario y da ENVIAR)